Así fue como una napolitana puso fin a mi matrimonio

 

Eran mis segundas nupcias. De esto que juras y perjuras no volverte a casar, pero te enamoras y lo haces. Los dos teníamos hijos adultos y veníamos la boda más allá de la firma de un papel: era la consolidación de nuestro amor, de la segunda oportunidad que nos daba la vida, eclipsar la primera experiencia y tener una excusa para organizar un fiestón.

Nuestra relación era sana, aunque los horarios de nuestros trabajos nos complicaban la convivencia. Él tenía una panadería/pastelería y madrugaba muchísimo, por lo que se acostaba pronto; yo, por mi parte, trabajo de tardes en un centro comercial y suelo llegar a casa pasadas las 22:30 horas. Coincidimos poco, ya que ambos también trabajamos los fines de semana. En cualquier caso, yo estaba convencida de que nos amábamos y que no había aspereza capaz de acabar con nosotros. En cambio, una napolitana destruyó más que una bomba nuclear.

Ocurrió en el cumpleaños de mi hijo

Tengo un hijo viviendo fuera de España. El muchacho se me fue de Erasmus a Italia, se echó novia y allí se quedó. Tiene un buen trabajo y, a día de hoy, ha formado una preciosa familia. En Navidades, se dividen entre la parte italiana y la española. Como su cumpleaños coincide con el periodo vacacional, intenta celebrarlo cerca de mí y de sus hermanos.

Aquel año, hizo una pequeña fiesta con “la juventud”. Amigos, hermanos, primos… Vamos, gente de su edad. Yo no me quise inmiscuir, me quedé con mis nietos y di por hecho de que lo celebraríamos otro día. Sin embargo, mi nuera me envió un mensaje a la noche y me dijo que, de estar despierta, podría ponerle la velita a algún dulce que tuviese por casa y cantarle el cumpleaños feliz. Según ella, mi hijo había tenido un momento de nostalgia y le haría ilusión la sorpresa. No dudé un segundo en salir de la cama, preparar una napolitana que tenía en la despensa con una vela y esperar con paciencia la llegada de mi pequeño, ya no tan pequeño.

Mi marido, cuyos problemas de próstata lo molestan cada dos por tres con visitas al baño, me descubrió despierta en la cocina delante de un bollo cumpleañero. El enfado fue estratosférico. No tenía ni gota de alcohol en sangre, tampoco consume drogas; no obstante, se comportó como un loco mostrándome una cara totalmente desconocida para mí. Estaba francamente ofendido y es que, por lo visto, olvidé su cumpleaños sumergida en la rutina. La fecha había pasado hacía más de un mes, pero no me había percatado. Ni él ni ninguna de sus dos hijas fue capaz de sacarme del despiste, que en ningún caso fue con mala intención.

Me pidió el divorcio porque él no tuvo napolitana cumpleañera

Aunque suene surrealista, me pidió el divorcio porque yo, por él, no hacía “esas cosas”. Entendemos “esas cosas” como coger una napolitana industrial de la despensa y ponerle una vela con más de un lustro de experiencias en cumpleaños.

Creí que estaba de coña, que el enfado se le pasaría…, pero no. A la mañana siguiente, se quedó en casa de una de sus hijas y a los pocos días recogió sus bártulos y se fue definitivamente. Incrédula, al mes, estaba divorciada (otra vez). Y, de paso, mi hijo se quedó sin soplar su vela y la napolitana acabó en la basura. ¡Un desastre!

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.