Siempre me ha gustado viajar. De pequeña pasaba horas y horas viendo documentales sobre viajes y me daba igual si eran sobre países exóticos o sobre una aldea perdida de Cuenca…lo importante era ver otros sitios a los que soñaba con ir.

Casi nunca he viajado en familia porque mi padre trabajaba mucho y mi madre cuidaba de mis abuelos dependientes así que, en cuanto me dieron un poco de alas, comencé a viajar con mis amigas.

Con 16 años hice mi primer viaje internacional y con 18, el primer año de universidad, me apunté a un viaje en grupo a Tánger. No conocía a nadie pero éramos todos jóvenes e hicimos buenas migas. Así que se convirtió en un viaje ideal y mis ganas de visitar Marruecos de nuevo comenzaron nada más volver.

Por aquella época yo tenía un novio que, si bien no ponía pegas a la hora de pasar un finde en la playa o unos días en Madrid, le aterrorizaba viajar fuera del país. Los aviones le daban miedo y solo de pensar que alguien pudiera meterle algo en la maleta o que hubiese cualquier complicación en un país que no fuese el nuestro, le hacía ponerse enfermo.

Sin embargo, cuando acabé la carrera, a modo de regalo tomó la decisión de superar su miedo y cumplir mi deseo: volver a Marruecos. Fuimos en coche hasta Tarifa, dormimos en un hostalito súper mono y, a la mañana siguiente, embarcamos en el ferry.

¡Fueron unos días magníficos! Al principio él andaba un poco perdido y desconfiado por no entender el idioma o la moneda pero, como yo ya había estado allí, poco a poco se fue relajando y confiando (¡aunque no veáis si me costó convencerlo de que ningún coche se iba a parar en el paso de peatones para que cruzásemos!).

El día de vuelta llegamos con bastante tiempo al puerto y antes de embarcar de nuevo nos dieron un documento que había que rellenar con algunos datos antes de subir al barco. En la ficha, nos preguntaban nuestro trabajo actual y mi novio, en ese momento, estaba en paro así que puso la palabra desempleado.

Nos dirigimos hacia el control de seguridad, pasé mis maletas, presenté mis documentos y esperé a que él acabase. Pasó la maleta, entregó los documentos y empezaron las caras raras.

La chica del control le preguntaba algo en árabe pero claro, él no tenía ni idea. Comenzó entonces a decírselo en francés, y poco más de lo mismo. Yo estaba lejos así que no sabía lo que pasaba, solo que el barco iba a salir y que a él acababan de dejarlo parado en la frontera. ¡Su cara era un poema! ¡Estaba viendo cumplida su peor pesadilla!

Pasados unos minutos (que nos parecieron eternos) se acercó otra chica y le señaló insistentemente el documento donde hablaba del trabajo. ¡El problema era que no sabía qué significaba la palabra desempleado!

Una vez aclarado el tema, le dejaron pasar sin problemas y terminamos el viaje sin más complicación. Pero se debió quedar con el trauma porque nunca más volvimos a salir juntos de España…

Orquídea