Muchas veces las personas no nos damos cuenta del daño que hacemos con nuestras palabras. A pesar de que hoy en día estamos muchísimo más avanzados en términos de distintas discapacidades, todavía nos queda mucho por andar. Para empezar, ser más conscientes de la existencia de infinidad de discapacidades “invisibles”. Nos acostumbramos a pensar en una silla de ruedas de una persona con problemas de movilidad, pero no caemos en que esa persona que está intentando explicarte algo y se lía demasiado o ese “friki” que solo habla de los avances del motor del ferrocarril a lo largo de la historia también pueden tener una discapacidad.

Es el caso de mis hijos, dos niños neurodivergentes con diagnósticos diferentes que caracterizan al mayor con una hipersensibilidad auditiva, dificultad con la motricidad fina, para identificar dobles sentidos e ironías, etc.; y al pequeño con una dificultad extrema en la comunicación, comprensión y lentitud en su desarrollo. Obviamente yo conozco las capacidades y los límites de mis hijos y los respeto, y entiendo que haya muchas personas con las que nos cruzamos día a día que no tengan ni idea de nada de esto, pero ¿hasta qué punto eso les da derecho a faltar al respeto a dos niños que, neurodivergentes o no, son niños? 

Casi siempre el problema es con el pequeño, que a la vista de cada señor/a que pasea por la calle, trabajador/a de supermercado o familiar lejano es un vago que tiene todo muy fácil y mientras se lo hagan todo él no hace nada y así no va a aprender. Y empieza la ronda de consejos de mierda no pedidos: “no le des el agua hasta que lo pida bien, no es tan difícil y ya tiene una edad, si no le dieras todo hecho ya verías qué pronto hablaba”. Mientras mi hijo, muerto de sed, mira la botella de agua de mi mano con desesperación balbuceando algún sonido que a mí me suena perfectamente, pero parece que solo yo entiendo. Yo le doy su agua, miro con desprecio mientras esa persona sigue murmurando algo sobre un niño malcriado y pienso: ¿Realmente no se da cuenta de que si mi hijo de 6 años no sabe pedir agua quizá haya algo que se lo impida? ¿De verdad vamos a culpar de todo a la vagancia, la manipulación emocional que supuestamente nos hacen los niños y las comodidades que nos empeñamos las madres (los padres no) en darles para sobreprotegerlos? 

Luego está el mayor, 10 años, que me entrega con todo su amor un dibujo que solamente él comprende pero que no tiene problema en explicarme, entonces debe oír la retahíla de críticas a su trabajo porque “con la edad que tiene ya tenía que saber hacer al menos una casa bien derecha, de paso quitarse esos cascos raros que no hay tanto ruido porque lo que le pasa es que es un exagerado, seguramente tenga celos del hermano, porque como lo consentimos tanto, este también se hace el que no sabe y al final acabaré siendo la esclava de dos niños que no van a saber hacer nada con su vida

Así que concluyo: Querido conocido/amigo/familiar/vecino, mis hijos tienen varias dificultades en su rutina, pero lo que tienen perfecto es el oído. Cada desprecio que le dice, cada desaire, cada insulto, ellos lo escuchan y lo asumen como característico de ellos (porque su inocencia les impide ver que el estúpido es usted) y les pone tristes pensar en todas las cosas feas que usted dice que me van a pasar a mí por su culpa. La información está al alcance de la mano, lea, infórmese e incluso pregunte, pero por favor, dejen de increpar a estos niños que, además de ser muy listos (aunque haya quien se empeñe en resaltar lo contrario), tienen un corazón de oro. Un último consejo no pedido, este es mío: Si ante una situación extraña no sabes qué decir, cállate.

 

Luna Purple