Burradas que he hecho / me han pasado durante el sexo

 

¡Vamos a dejarnos de tabúes!

Aquí todas follamos y a todas los han pasado cosas graciosas (o no tanto) antes, durante y después de las relaciones sexuales o cualquier otro tipo de interacción sexual con nosotras mismas o con otra persona.

Algunas ponen en peligro nuestras zonas íntimas, otras nuestra integridad física, otras nos hacen mucha gracia cuando las recordamos (pero no en el momento en que nos ocurren) y hay otras de las que, incluso, preferimos no hablar por miedo al ‘qué dirán’, por vergüenza o, simplemente, porque creemos que somos las únicas a las que le han pasado.

Así que aquí va un recopilatorio (no cronológico) de mis mayores salvajadas a lo largo de mis 16 años como persona sexualmente activa (o pasiva, según se mire… Ja, ja, ja):

 

  1. Le partí el frenillo del ‘nepe’ a mi primer novio.

Y no una sola vez, no… Dos veces. Eso sí, de dos formas totalmente diferentes.

No me juzguéis, porfaplis… Era joven e inexperta.

En la primera ocasión, estaba aprendiendo cómo se masturbaba un pene. Tenía bastante idea de cómo se masturbaba una vagina, porque le daba al frotis con frecuencia (es lo que tiene la adolescencia), pero aún me estaba haciendo al vaivén adecuado de subida, bajada, agarre, apriete, velocidad… Estaba experimentando con los diversos modos cuando (¡zas!) bajé demasiado el prepucio… Demasiado rápido, demasiado fuerte, demasiado hacia abajo…

Aquello parecía la matanza de Texas.

Podéis imaginaros cuánto me asusté.

Bueno, pues la segunda vez fue igual… Pero durante una de mis primeras felaciones. Digamos que usaba demasiado mis dientes y que, de repente, el asunto había tomado cierto sabor metálico…

Yo siempre he sido un poco vampiresa, pero eso fue ‘too much’ (incluso para mí).

 

  1. Me hice un poco de caca encima.

Primeras veces probando juegos anales… Y una, que es de caca fácil.

Lo que tiene el sexo anal es que, por lo general, cuando te aventuras a probarlo, ambos componentes de la pareja estáis bastante desinformados o mal informados.

Así que no te limpias bien la zona, o no la dilatas bien, o no usas el lubricante adecuado… O, como es mi caso, te haces caca.

Después de que mi pareja hubiera estado jugando conmigo en la cama, tumbada boca arriba para ser exactos, decidimos pasar nuestro juego al sofá y que yo cabalgase sobre él cual amazona.

Para ese momento, la penetración sólo era vaginal y la estimulación de mi ano sólo era superficial o con un dedito juguetón. Incluso ya casi nos habíamos limitado solo a comernos la boca y los pezones mientras estábamos dale que dale, sin seguir explorando mi agujero negro.

No se me ocurrió pensar que mi ano estaba dilatado, que yo estaba dándolo todo y que la fuerza de la gravedad haría de las suyas.

Cuando acabamos y yo me «apeé del burro» descubrimos dos pequeñas sorpresas de color marrón: una en el asiento del sillón y la otra encima del muslo de mi chico.

No os imagináis mi cara de vergüenza y cómo le pedía perdón por lo sucedido…

Menos mal que mi chico es un cielo y le restó importancia al asunto, normalizándolo mientras intentaba no reírse.

 

  1. Me desgarré la abertura vaginal.

De los creadores de «le partí el frenillo del pene» llega: «me desgarré la abertura vaginal». Próximamente en los mejores cines.

Esto pasó el mismo puñetero día de la caca (os lo juro). No sólo me cagué sobre mi novio, sino que también le manché de sangre.

Yo hubiera creído que me había venido la regla, aunque no me tocara y fuera prácticamente imposible porque aún estaba tomándome la píldora… Lo hubiera creído si casi no le hubiera partido el pene en uno de mis salto-embestidas, desgarrándome la abertura vaginal en el proceso.

Eso escocía muchísimo… Y, por supuesto, sangraba.

Me asusté tanto que le pregunté a mi madre si a ella le había pasado alguna vez y ella, mientras me repetía varias veces lo bruta que era, me acompañó a la farmacia para pedir algo que me ayudara a curarlo…

Bendito Rosalgin y Betadine vaginal.

 

  1. El condón se abrió como una cáscara de plátano.

Siempre me ha gustado el sexo bastante duro.

SIEMPRE.

Y creo que es algo que siempre me gustará. Hasta cuando mis ancianos huesos crujan con cada embestida frenética (¿yo exagerada? Nah).

Pues cuando aún estaba en mis tiernos inicios, en lo que al metisaca se refiere, ella (que no es bruta) estaba cabalgando como vaquera del salvaje oeste cuando nota un líquido (no esperado, no deseado y nunca experimentado con anterioridad) derramándose en su interior.

Me bajé como pude del miembro de mi pareja y, cuando bajé la vista, descubrí la aterradora realidad de lo sucedido: el preservativo estaba partido por la mitad, longitudinalmente, y descansando a los lados del pene (aún erecto) de mi chico.

¿Os imagináis las patadas en el culo que nos metimos para ir a urgencias a solicitar la píldora del día después? Encima tuvimos la mala suerte de que fuera el día de San Valentín y que hubiera una cola de parejas solicitándola.

Cuando llegué a la consulta y expliqué que se nos había roto el condón, la médica fue tan «amable» que lo único que dijo fue: «Si, ya, rotura de condón, claro. Otra pareja que se cree que somos tontos».

Estaba tan avergonzada y aún era tan joven que no le solté las cuatro frescas que se hubiera merecido.

 

  1. Rompí los muelles de la cama.

«¡Salta! ¡Salta conmigo!»… O eso decía Tequila. Y yo salté.

Salté tanto y tan fuerte que, tras un sonoro «crack», mi pareja y yo rompimos, no solo los muelles del colchón, sino las tablas del somier también.

Obviamente, nos hicimos daño (y mucho), ¿pero os creéis que paramos de follar?

Obviamente no, pero ya os he advertido que a bruta no me gana nadie.

Mi pobre chico tuvo dolor de espalda durante semanas… Pero mereció la pena.

También he de decir que era la cama vieja de una antigua casa familiar de la que yo me había agenciado las llaves para usarla de picadero.

Milagro es que no rompiéramos más camas, o el sofá, o la mesa del comedor…

  1. Me hice sangre de tanto masturbarme.

Esta es otra de las cosas que me ocurrieron dos veces y de dos formas diferentes.

En la primera intuyo que me rompí el himen, o me arañé la pared vaginal o algo así (aunque fue demasiada sangre para que sólo fuera un arañazo). Sólo sé que estaba sentada en la taza del váter (mi lugar favorito para masturbarme cuando tenía trece años y me encerraba en el servicio para «hacer caca») y que quise explorar más a fondo… Demasiado a fondo. Dolió. Mucho.

En la segunda ocasión fue que debería estar en época de celo o yo que sé… Pero creí que era buena idea masturbarme por quinta o sexta vez esa tarde. Tenía el clítoris muy sensible y, como descubrí más tarde, bastante irritado de tanto frotis. La lubricación no fue el problema (lo prometo)… Sólo influyeron la presión, la rapidez y (obviamente) el número de veces en un corto espacio de tiempo.

¿Lo peor de todo? En esta ocasión, ya no era una cría y ya no tenía como excusa la inexperiencia o la desinformación.

Insisto: bendito Rosalgin.

 

  1. Pillé candidiasis por echarme cosas poco apropiadas en el chirri.

¿Conocéis la película de «9 semanas y media»? ¿Esa escena en la que se embadurnan con todo tipo de alimentos para comerse mutuamente? Pues déjame decirte que no es buena idea.

Sólo eso.

NO ES BUENA IDEA.

Al menos no con productos no indicados para esa zona.

Al menos NO EN LA VAGINA.

Mola un montón que tu parrus sepa a leche condensada, mermelada de fresa, Nocilla o dulce de leche, lo sé…

¿Pero sabes lo que no va a molar?

La candidiasis que vas a pillar por destrozar tu flora vaginal en el proceso de hacer tú almeja «más deliciosa».

Tu almeja es deliciosa en sí misma y el dulce de leche está genial para los gofres.

Si te pones creativa, échate esas cosas en los pezones o en la boca y comeos a besos… Pero deja a tu chichi tranquilito y sanote, porfis.

También conozco el caso de una amiga que se echó aceite de oliva porque se le había gastado el lubricante y… (¡adivina!) Candidiasis al canto.

 

¿Y vosotras? ¿Habéis sufrido de alguna de estas movidas u otras igual de «ridículas»?

 

Anónimo

 

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