Tenía 17 añitos y había conocido a un grupo de chicos que solían salir por el mismo bar que frecuentábamos mis amigas y yo. Uno de ellos, Jorge, me encantaba. Tenía melenita y una sonrisa de infarto. Era el guapete del grupo y él lo sabía, porque todo lo que tenía de guapo lo tenía de creído.
La cosa es que yo era una cría y sólo me fijé en lo primero. Nos dimos nuestros Instagram y al cabo de una semana me atreví a escribirle un DM. Fui bastante directa y le confesé que me gustaba. Vi que lo había leído, pero tardó unos días en contestar. En ese momento no le di importancia, creo que absorta en lo que me gustaba.
Cuando se dignó a contestar, fue bastante amable y me dijo que le alegraba saber que le gustaba, ya que a él también le gustaba yo. Imaginaos mi alegría en ese momento… Era mi sueño hecho realidad. Desde ese momento intentaba mantener conversaciones fluidas con él, pero solo me contestaba por las tardes, de 19 a 22, los jueves, viernes y sábados.
Es cierto que esto me extrañaba un poco, pero estaba demasiado ilusionada con lo que estaba sucediendo y no quise ver la realidad. Llegó un día en el que le propuse quedar a tomar algo, los dos solos. Dudó un poco, pero al final accedió y quedamos al día siguiente en un bar.
Cuando llegué allí no vi a Jorge, pero el que si estaba era un amigo suyo, Marcos. ¡Mierda!, pensé. Queríamos estar solos y justo había uno de sus amigos allí. Le saludé y le dije que había quedado con una amiga, pensando en escribir a Jorge y decirle que nos veíamos en otro sitio. Entonces, Marcos me dijo que no, que con el que había quedado era con él y que por eso estaba ahí esperándome.
Yo no entendía una sola palabra de que lo me estaba diciendo y él se encargó de explicarme todo. Me dijo que el día que escribí por primera vez a Jorge, estaban juntos. Que Jorge, riendo, le dijo que mira quién estaba coladita por él y que para nada estaba interesado en mí. Al decirle eso, Marcos le comentó que a él si le hacía gracia y Jorge le dijo que le daba permiso para hablar conmigo desde su Insta haciéndose pasar por él.
Por lo visto a ambos les pareció una idea estupenda y en ningún momento pensaron que yo también soy persona y que quizás podía sentirme humillada y cosificada. Empecé a despotricar y a decirle de todo y todo lo que pensaba sobre los dos. Él se limitó a decirme que estaba siendo una exagerada y que, si no me gustaba la idea, era tan fácil como decirlo educadamente.
Por supuesto le contesté que no me hablara de educación cuando ellos no sabían lo que era eso ni el respeto. No volví a saber de uno, ni de otro, ni ganas me quedaron. Pero lo que si me pasó fue que estuve una buena temporada acomplejada por dos tipejos que no se merecían nada.
Anónimo
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