• …Sandra y soy Santa Claus. Jajaja. ¿No te resulta extraño?- le preguntó con la seguridad de quien ya sabe la respuesta, pero es consciente de que la verdad resulta siempre sorpresiva.

Risueña y natural, con los ojos brillantes y una cara preciosa. Así era Sandra. Y Rober acababa de conocer a la encantadora persona de la que todo el mundo queda prendido cuando la conoce. Incapaz de ver si quiera un atisbo de imperfección en una personalidad tan arrolladora.

  • Eeeee – él había olvidado el idioma por momentos, no era capaz de articular palabra ante semejante sorpresa.

¡Era la chica que había pasado por delante suyo aquella mañana a primera hora! Había estado a su lado las últimas horas y la situación de estrés que había vivido no había permitido que se diera cuenta de que compartía aquellos escasos metros cuadrados del Centro Comercial con la mujer más maravillosa que hubiese conocido jamás. Si tan solo por un instante la hubiera mirado a aquellos ojos negros destellantes, se habría percatado de que el Santa bonachón era en realidad un bombón de crema, superior incluso a los de la Pastelería de Rita. Y eso que Rita regentaba la mejor pastelería de la ciudad, sin duda, la preferida de Rober. Solo pasar por delante del escaparate y oler sus pasteles recién hechos le trasportaba al mismísimo Edén.  Y aquella mujer era Eva con la manzana en la boca y la serpiente rodeándole un muslo pidiéndole que comiese, bien de la manzana o bien a ella entera directamente. Ese era el deseo que Sandra despertaba en él a escasos minutos de haberse conocido.

  • Perdona, ¿estás bien? ¿Demasiado heavy quizás la primera mañana con los “demonios”?- volvió a emitir una carcajada que salió de su perfecta boca con labios carnosos.

“¡Oh Dios! Ahora no puedo dejar de mirar su boca, es tan perfecta que duele”- pensó Rober para sí mismo. Por fin, logró que de sus labios temblorosos saliera una frase corta:

  • Disculpa. Soy Rober.
  • Hola Rober, insisto – sonrisa letal- un placer haber compartido batalla contigo.

“¿Podía dejar de ser tan perfecta por favor?” Nunca había creído en los flechazos a primera vista, pero estaba empezando a creer hasta en San Pedro.

Poco a poco la conversación fue fluyendo a pesar del tartamudeo de Rober. Así supo que, aunque no hubiesen coincidido antes, ella vivía relativamente cerca de él. También que no era el primer año que hacía de Santa Claus allí y que se había presentado en su día sin muchas esperanzas por ser mujer. Pero, en aquella época, ella estaba aun más necesitada que él de dinero. Puesto que, aparte de no tener trabajo, había contraído una elevada deuda por unos asuntos que no definió.

Como Rober había acudido en transporte público hasta allí, Sandra se ofreció a llevarlo de vuelta hasta casa, que quedaba de paso hacia la suya. Aceptó el muchacho de buena gana e incluso hablaron de quedar al día siguiente para evitar los dos autobuses que él debía coger para llegar hasta el lugar.

Sandra conducía su Alfa Romeo GT negro por las calles de la ciudad mientras mantenía una alegre conversación sobre gustos musicales con Rober. Ella era una auténtica melómana. Teniendo en cuenta que las preferencias de Rober no eran apenas comerciales, conocía todos los grupos que él mentaba. Un punto más a favor en la lista de pros y contras que él estaba realizando en su mente mientras iban conociéndose un poco más. Una lista interminable en el lado izquierdo frente al blanco impoluto que lucía la lista de la derecha. Los pros ganaban por goleada. Mientras tanto, acertó a fijarse en que hasta su manera de conducir era elegante. Cada gesto que realizaba con el cuerpo era una coreografía perfecta a los ojos del aún abobado Elfo de la Navidad.

Enfilaron una de las rectas que daban acceso al barrio de Rober y a lo lejos divisaron unas luces azules. Que no, no eran las decorativas de Navidad,  si no las de un par de coches de policía que, cruzados obstaculizando el paso, realizaban lo que parecía un control rutinario. A pocos metros y cuando el policía ya había dado el alto al coche negro, Sandra redujo la velocidad. Él juraría que el semblante de ella no cambió, ni hizo ningún gesto extraño, ni siquiera perdió la sonrisa perpetua de su expresión, pero al llegar al punto del control ella pegó un volantazo y tiró de freno de mano, haciendo que el coche girase sobre sí mismo y diera la vuelta 180º, para después hundiendo el pie en el acelerador y en segundos, saliera quemando rueda en sentido contrario.

El chirrido de las ruedas en el pavimento,  la velocidad y la destreza con la que giraba el volante y culeaba el coche en cada esquina helaba la sangre. Pero nada comparado con lo impresionado que estaba Rober con que ella no hubiese borrado la sonrisa de su cara. ¿Pero qué estaba pasando? ¡No podía creerlo! ¿Estamos huyendo de la policía? Simplemente lo pensaba a gritos en su mente. De nuevo y por segunda vez, había quedado mudo en el día.

  • Perdona Rober- dijo ella cuando ya las sirenas se acercaban y por el retrovisor centelleaban las luces azules acosadoras- pero no podía dejar que me parasen.

Rober no giró la cabeza hacía donde ella estaba, solo movió los ojos muy abiertos en esa dirección y asintió levemente.

  • Llevo encima una cosa que ellos no pueden descubrir.
  • ¡Sorpréndeme Santa Claus!- dijo finalmente él.
  • Bueno, sí, es un regalito pero no creo que ningún padre se lo dejase a sus hijos debajo del árbol por Navidad. Abre eso- con la cabeza le indicó el saco de Santa Claus que ella había depositado entre las piernas de él al entrar al coche.

Él apenas recordaba que estuviera allí porque, al soltar el macuto, ella había rozado su rodilla y un calambre le había recorrido la espina dorsal dejándolo petrificado.

Con las manos temblorosas y aún en medio de la persecución, abrió el saco por su parte superior lo suficiente para ver lo que parecían unos ladrillos blancos envueltos en papel plastificado.

  • Arcilla blanca para la cara no es ¿verdad Sandra?

Entonces ella quitó la sonrisa de su rostro y sus labios pasaron a hacer pucheros de una forma un tanto graciosa. Aún le parecía un juego divertido.

  • ¿¿Pero tía de qué vas????- chilló Rober- ¿Qué está pasando aquí?
  • Tenemos a unos de uniforme y un poco cabreados jugando a Tom y Jerry, y siento decirte, que nosotros somos el ratón, cariño.

Sinceramente, era pura locura. En la vida se hubiera imaginado que aquella mujer tan perfecta estuviera como un jodido grillo.

En ese preciso momento, dobló a toda velocidad una esquina que conducía a un callejón sin salida. Era una calle lo suficientemente larga para poder desacelerar el coche y parar justo antes del muro de piedra que se levantaba al fondo. También era bastante oscura, con lo que, siendo ya de noche, Sandra solo tuvo que apagar las luces y cruzar los dedos para que la Policía pasase de largo a toda velocidad sin reparar en la maniobra que acababa de realizar.

Cuando apartó la vista del retrovisor, emitió un sonoro suspiro. Pistoletazo de salida para que Rober, ahora mucho más elocuente, comenzara a abroncarla a la velocidad del rayo y en un tono de cabreo considerable mientras alzaba su dedo índice y acusador hacia ella.

Pero, entonces, la sonrisa de Sandra volvió a su rostro. Fue casi terrorífico. Levantó su mano, cogió el dedo que de Rober que la apuntaba e hizo bajar su brazo. Mientras sujetaba su mano derecha, colocó la otra sobre el muslo de él y contoneó su cuerpo hacia el indignado copiloto, cerrándole la boca de golpe al juntar sus labios e introducirle la lengua y  sentenciarlo a la vez con el beso más sensual y tierno que jamás hubiera experimentado. Fue como pulsar el botón rojo de eject del asiento de una avioneta justo en el momento en el que se estrella contra el suelo.

Muxamexaoyi