No sé si os ha pasado alguna vez, ir por la calle tranquilamente, con tu buen día o tu mal día. Yendo en chandal a comprar el pan en la tienda de la esquina o sintiéndote un pibón de camino al restaurante a verte con tus amigas, pero casualmente siempre sola. Vas caminando, con tus movidas en la cabeza, un día normal, un día cualquiera y de repente un coche pasa, baja la velocidad, la ventanilla y el respeto, una voz grita: ¡¡¡¡GORDA!!!! Y tú te quedas ahí, en shock, parada, sin saber muy bien qué responder, qué decir, qué pensar.

A mi me ha pasado y no solo una vez. Me ha pasado una mañana normal y corriente y me ha pasado una noche sintiéndome toda diva, antes me dolía, me callaba, me cambiaba el ánimo, hasta he llegado llorar, pero ya no. Que un desconocido me grite gorda en un coche en marcha ya no duele, ya no hiere, ya no molesta y en parte es gracias a esta comunidad maravillosa que hemos creado, siempre estaré agradecida al cambio que habéis hecho en mi las mujeres de WeLoverSize.

La primera vez que me pasó tendría unos dieciséis años, iba camino a la biblioteca, con mi mochila, mis vaqueros y mi camiseta de los Strokes. Lo recuerdo como si fuera ayer, fue algo que se me quedó grabado en la mente a fuego. Estaba cruzando un paso de cebra y de repente un coche con tres chicos dentro me gritaron ‘gorda, foca, ballena, vuelve al mar’, entre otras muchas cosas. Tardaron cinco segundos, siete como máximo, en arrancar e irse y dejarme a mi ahí, apretando el paso, huyendo como si hubiera hecho algo mal. Ese día lloré, encerrada en el baño de mi biblioteca.

Nunca entenderé qué ganan, qué sienten, qué les hace creerse en el derecho o con el poder de gritarle a nadie absolutamente nada. Ahora, una cosa sí he entendido, no hay que entenderles. No hay que perder tiempo en entender a alguien así, ni tiempo, ni esfuerzo, ni siquiera subconsciente. Más que nada porque jamás llegarás a una conclusión que te medio cuadre. Bueno sí, yo llegué a una y la verdad que mano santo, verdad absoluta e incuestionable: son gilipollas. Así sin más, sin apellidos, sin argumentos, sin darle más vueltas.

Esas personas no nos conocen de absolutamente nada, no saben cómo es nuestra vida, no saben cómo pensamos, cómo sentimos, cómo vivimos. Encima no tienen los testículos de decírtelo a cara, frente a frente, te lo gritan desde un vehículo en movimiento con el que escapar. Guau, valientes.

Hace años que aprendí que ‘gorda’ es un adjetivo descriptivo para todas las personas que no tienen un peso normativo, no es nada más. Hace nada mi prima pequeña me llamó gorda y toda mi casa se escandalizó y le empezaron a decir a la niña que eso no se decía. Me senté con ella y le dije que sí, que claro que se dice, que yo estoy gorda, que es un hecho y que no pasa nada porque me llamé así, siempre y cuando sea como una forma de describirme y no como un medio para insultarme. La palabra ‘gorda’ describe, no veja, no resta, no insulta. O no debería hacerlo.

Queridos hombres (porque siempre han sido hombres) que alguna vez me habéis gritado en un coche en marcha cualquier cosa que tenga que ver con mi aspecto físico: gracias. Gracias por hacerme dudar de mí misma, gracias por hacerme daño, gracias por hacerme pensar que no era válida, que no valía, que no era nadie. Gracias porque ahora soy quien soy, gracias porque ahora soy capaz de leer, de compartir y de tener pensamiento crítico. Gracias por hundirme tanto que no tuve más remedio que salir del pozo más fuerte que nunca.

Quizá creyeran que nos iban a soterrar, que nos íbamos a esconder, que acabaríamos por ocultarnos. Pero no, ya no. Ya somos mucho más, ya somos muchas más. Mujeres seguras de sí mismas, repletas de amor propio que, sinceramente les suda el coño lo que opinéis vosotros y todos los de vuestra especie, nosotras ahora ya no callamos.

Si tú ahora me llamas gorda, yo te mando a tomar por culo y lo hago con la boca llena, el alma ancha y la seguridad quemándome los pies.

La revolución de la mujer es cosa nuestra y es gracias a vosotros. No nos volveremos a esconder.