¡Hola de nuevo! Soy Cris, la veterinaria oficial de WeLoversize. Si te reíste con el caso anterior, el del perro que se comió el vibrador, te invito a que me acompañes en esta otra review. Aquí tenemos otro caso estrambótico trambóliko de la clínica veterinaria.

El caso de la correa equivocada

Era un día normal, un día tranquilo en la clínica. Sin embargo, también había sido muy largo.

Me llega un paciente para una revisión y vacunación. Un cruce de american staffordshire, con mucha energía, grande a pesar de que aún no ha acabado de crecer. El chico que lo lleva, un tipo guapete y joven, ha llegado cinco minutos tarde, pero parece que lleva un día ajetreado.

Parece que se haya pasado el día así…

Después de pedirle que suba al perro a la báscula y de tres intentos fallidos, averiguamos el peso y entramos en la consulta. Entre los dos logramos subir al peludo a la mesa de exploración, y lo acaricio (al perro, digo) un par de veces mientras le pregunto al dueño cómo está el animal.

«Me está destrozando la casa», confiesa el chico, con un aspaviento de brazo. «Se ha cargado absolutamente todas sus correas y collares, la tapicería de las sillas, mis zapatos buenos… ¿Por qué solo los buenos?»

En realidad eso es un misterio que los veterinarios todavía no conocemos.

Yo asiento y sonrío, en mi cabeza ya me están apareciendo todos los educadores de perros y expertos en comportamiento con los que tengo contacto.

De repente, una incongruencia me hace olvidarme de los educadores. ¿Cómo que se ha cargado TODAS las correas?

Echo un vistazo a la que lleva puesta, que de lejos no me había parecido ningún modelo conocido y, ah, sorpresa, porque no lo era. Más bien debía ser una correa de BDSM. Que lo sé por una amiga, ¿vale?

Podéis imaginar mi póker face, ¿verdad? Lady Gaga estaría orgullosa de mí.

Cojo la correa para quitársela y poder explorar bien al animal, observándola con precaución, y entonces el chico empieza a partirse de risa.

«¡He tenido que improvisar! Te juro que cuando he llegado a casa tenía la correa nueva, esa tan gorda, totalmente deshecha. Así que como no tenía otra he cogido la que usamos mi novio y yo algunas noches especiales», sigue confesando.

Vale, sí, aquí ni póker face ni nada, me entra la risa floja y al cliente también. El perro nos mira como si estuviésemos chiflados. Tal vez lo estemos. Es que es tarde y el agotamiento afecta.

Después de esa visita, el chico me comentó que el perro también se había cargado la correa de BDSM, pero que había durado más que otras. También dice que nunca más comprará correas en los chinos ni en otras tiendas baratunas.

Moraleja

Comprad correas de buen material para vuestra mascota, y tened en cuenta si tiene necesidades concretas (mucha fuerza, tendencia a dar tirones…). Vuestro bolsillo os lo agradecerá.

¡Contadme! ¿Qué situaciones surrealistas os han hecho vivir vuestras mascotas?

 

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