Esto me pasó hace unos 8-9 años. Antes me daba mucha vergüenza contarlo, pero a raíz de un capítulo de Sex Education en el que me sentí muy identificada, empecé a contarlo y a permitir a mi entorno comprenderme y cuidarme. Nunca sabes de dónde vas a sacar las fuerzas o la voluntad para poder contar tu historia, en mi caso ese capítulo fue el detonante.
Vivo en Cataluña y aquí existe la tradición de las “collas” castelleras, o como se conoce fuera, “las torres humanas”. Yo formo parte de una desde que soy pequeña, lo que aquí se conoce como “canalla”. He hecho castillos desde que me acuerdo, mi padre y mi madre también las hacían y han sido monitores enseñando a los más jóvenes. Es una tradición bonita, donde hay mucho respeto, emoción y empatía. Cada colla tiene sus colores, emblema, historia, rivales, etc. Es todo un mundo. Un mundo que me encantaba y del que dejé de formar parte porqué ya no me sentí segura.
En una de las “diadas”, que así se llama a las fiestas donde hay una muestra de castillos, fuimos como siempre a la plaza, acompañados por los músicos que anuncian nuestra entrada. Allí nos colocamos y empezamos a hacer el castillo.
Antes de seguir, debo explicaros que el castillo se empieza a hacer por la “pinya”. Es la base, un grupo muy numeroso de personas que nos entrelazamos para hacer fuerza, sostener la estructura y generar una red por si el castillo se derrumbase. A partir de ahí se empieza a montar el castillo, (hay más variedades, pero no son necesarias para la historia).
Cuando estás en la pinya, apenas te puedes mover, es muy importante estar bien encajado para sostener todo. Tienes gente delante, detrás y a los lados. Es un momento un poco agobiante pero también es bonito, porqué formas parte de un engranaje que está haciendo posible el resultado.
El castillo empezó a subir, acompañado por la música de los gralleros. La pinya no se puede mover, no se recomienda mirar, tiene que mantener la cabeza en una posición muy concreta para tampoco recibir daño en caso de que alguien se caiga. Así que no solíamos ver nada. Solo podíamos estar centrados en hacer fuerza en la estructura mientras todo el público miraba hacia arriba. En ese momento, empecé a notar algo raro.
Noté que la persona que estaba detrás se estaba pegando demasiado. Noté como si se restregase y poco después, como hacía movimientos rítmicos. Al principio me quedé paralizada y no supe que hacer, entre tanta gente, entre tanto ruido, sin poder moverme ni salir de allí. Me fijé en sus zapatos, en sus pantalones y en lo poco que veía des de mi posición.
Cuando el castillo empezó a desmontar, que suele ser el momento más delicado, les dije a mis compañeros del lado que la persona de detrás de mi se estaba masturbando, que por favor no le dejasen irse cuando todo se dispersase. Ellos me miraron con sorpresa y rabia, lo comentaron a las personas de alrededor y se prepararon para bloquearle el paso en caso de que intentara irse.
Antes de poder movernos, ya me habían confirmado que el hombre no iba vestido de casteller ni llevaba nuestros colores, nadie de alrededor sabía quién era ni como había llegado allí. El castillo se siguió desmontando y, cuando por fin bajó el último y la pinya se empezó a disolver, mis compañeros intentaron sujetar al hombre que yo había tenido detrás todo el rato, pero se escabulló entre la gente.
Todos gritaron y le intentaron parar, pero la plaza estaba muy llena de gente, tanto de nuestra colla como de público y fue imposible ver dónde iba.
Yo no llegue a verle la cara, todo pasó muy rápido y a la que tuve un poco de espacio y pude mirarme, vi con mucho asco la mancha blanca que estaba empezando a secarse en mi pantalón. Me sentí tan mal que empecé a llorar.
Unas compañeras me llevaron a comisaria a denunciar todo, me trajeron otros pantalones y me aseguraron que había gente de la colla buscando a ese hombre. Pasé unas horas haciendo todos los trámites y luego me fui a mi casa.
La noticia enseguida llegó a todo el mundo y se llenaron todas las agrupaciones de carteles contra las agresiones sexuales, se trató ese tema en varias asambleas y se garantizó que no volvería a ocurrir nunca, porqué iban a mejorar la seguridad. Pero al culpable, nunca lo pillaron.
Después de todo aquello, me sentí muy agobiada y ya no quise volver. Mucha gente me animó, pero tenía la sensación de que nunca dejaría de ser “a la que se le corrieron encima”, y a parte empecé a sentir mucho agobio en situaciones con mucha gente, me veía incapaz de volver a hacer pinya y me sentía muy insegura y avergonzada.
El hombre que lo hizo supongo que sigue suelto. Y como la mía, tantas otras historias de agresores que se han ido de rositas, dejándonos con la sensación de miedo en el cuerpo e impidiendo que luego podamos llevar una vida normal.
Yo perdí una de mis pasiones, mi pasatiempo familiar y una gran tradición. Ahora ya no lo echo de menos y no tengo ganas de volver, pero sí que me ha quedado una gran repulsión cuando noto que alguien se me acerca demasiado y empiezo a tener ansiedad cuando se acumula mucha gente en un sitio.
A día de hoy lo estoy trabajando, pero siento mucha rabia de tener que arrastrar todas estas sensaciones por culpa de un impresentable que nunca pillaron.
Ojalá ninguna más tuviera que pasar por lo mismo, ojalá todas lo contáramos antes y no nos sintiéramos avergonzadas
Anónimo
Envía tus movidas a [email protected]