*Tema escrito por una colaboradora basados en historias reales de lectoras.

De verdad que yo creía que este tema estaba superado, pero constato con desasosiego un hecho: la falta de generosidad de los hombres en la cama está muy generalizada. No sé si en las relaciones monógamas heterosexuales, donde se supone que el bienestar de tu pareja debe estar entre las prioridades en cualquier aspecto (y, si ves que no, huye). Pero, en otro tipo de relaciones y encuentros esporádicos, sí.

Entre los tíos sexualmente insolidarios, observo dos prácticas comunes: 1) los que te dicen directamente que prefieren no agacharse al pilón; y 2) los que lo hacen, pero como mero trámite. Ni se esmeran, ni se recrean ni dedican a la tarea un tiempo suficiente para siquiera acercarte al clímax.

En cualquiera de los dos casos, si te cuesta llegar al orgasmo vía estimulación vaginal, lo siento por ti, amiga. Te vas a ir a dormir insatisfecha, y tan decepcionada que ni ganas de usar el Satisfyer o la manita te van a dar.

Dolor en la mandíbula no recompensado

Entiendo perfectamente que un tío no tenga ganas de sacar la Sinhueso a explorar por el clítoris, los pliegues vulvares o la abertura vaginal. No debería haber nada obligatorio, porque el sexo es placer y diversión, no sometimiento. Lo que me choca es el poco conocimiento que tienen algunos sobre las necesidades femeninas, y lo poco compensadas que están sus expectativas respecto a lo que están dispuestos a ofrecer.

Me explico. En base a mi experiencia, me atrevo a asegurar que hay algo que los hombres no saben: la mayoría de las mujeres no alcanzan el orgasmo por la vía vaginal, ni con penetración ni con deditos. Es más, en muchísimos casos, ni siquiera es esta la parte que más disfrutan del sexo. Sorpresa. Yo he tenido épocas en mi vida en las que podría haber estado leyendo el periódico perfectamente mientras él me penetraba.

Además de desconocimiento, también parece muy extendida la idea de que ellos SÍ deben terminar. El sexo empieza cuando se les pone dura y termina cuando salen disparados los fluidos del amor. Lo demás es colateral. Y, cuando te encuentras a alguien así, es difícil que la práctica quede bien compensada.

Sabed, hombres hetero del mundo, que ejecutar una buena felación no es cómodo. La mayoría de las veces, obligan a estar de rodillas. Provocan molestias en la mandíbula por la necesidad de mantener una posición antinatural durante un tiempo prolongado. Y, si nos animamos al “garganta profunda”, necesitaremos mucha pericia y control mental para no acabar vomitando.

“Es que tienes cositas blancas”

A mis tiernos veintipocos, tuve un novio que, cuando me iba a comer el coño, me lo abría como quien abre el culo de un pavo para meter el relleno. Me lo inspeccionaba como quien busca hasta el último céntimo suelto en el monedero, mientras yo, tan jovencita y tan naíf, esperaba paciente su valoración. Si el estado de mi vulva no pasaba sus filtros, me espetaba: “Es que tienes cositas blancas”, y pasábamos a otra cosa.

Puedo asegurar que mi chocho estaba en perfecto estado en aquella época, y que lo que tuviera no pasaba de lo normal. Las “cositas blancas” que él veía no eran más que flujo vaginal. Como a falta de casita teníamos que follar en el asiento de atrás del coche, no podía ir a ningún baño a ponérmelo a punto para su paladar exquisito.

Repito: entiendo que no quisiera hacerlo, más aún considerando el escenario y las circunstancias. Pero con el tiempo y con la madurez que dan los años vi que no, no era necesario someterme a tal escrutino ni humillación. Porque me hacía sentir sucia e indigna de él.

Puede que este sea un caso extremo, pero hay algo que sí se le puede decir a todos los hombres. No es que me haga la mayor de las ilusiones agacharme al pilón, ¿sabes, falocéntrico? Pero yo te la chupo para verte con los ojos vueltos, la boca entreabierta y jadeando, no hay problema. Si hay confianza, incluso puede que te deje que termines en mi boca.

Pero estamos follando, no soy una ONG. Quiero que tú te esmeres igual, no es mucho pedir.