Colapsé como un puñetero edificio

 

Y por poco me muero. En serio. Yo llevaba mucho tiempo con malestares leves. Que si una punzada repentina en el pecho, que si taquicardias de la nada, que si dolor en una pierna, dolores de cabeza diarios. Así, comencé a acatarrarme/resfriarme a menudo, a convivir con migrañas, a no poder salir sin el paracetamol en mi bolso… Pero como una es mujer, y además mamá, y además soltera, no había tiempo de quejarse, no procedía, ni mucho menos de ir al médico.

Ay, amigas… a veces creemos que el autocuidado va principalmente de ponernos guapas, comprarnos ropa, de maquillaje y cremas… cuando la realidad es que en el fondo nos estamos descuidando tanto que, si nuestro interior definiera directamente nuestro exterior, nos veríamos peor que echas polvo, y que lo de cuidar nuestra apariencia lo hacemos por agradar a los demás, como si lo de agradarnos a nosotras lo estuviésemos dejando si eso para luego.

colapsé

Bueno, llegó el día. EL DÍA del colapso. Llevaba ya mucho aguantado y de repente, una de las personas más importantes para mí… murió. El dolor más profundo que he sentido hasta ahora, la angustia más honda. Y entonces, como si de un edificio cutre sin los permisos correspondientes se tratase. Ante aquel terremoto que se había estado dejando advertir mediante pequeños sismos a los que yo no había hecho ni caso, me desplomé, colapsé.

A los cuatro días, todo el estrés acumulado, toda la frustración, el desamor, la ansiedad, las comidas que me había estado saltando, los desplantes que había estado dejando pasar, las mandadas a la mierda que me había estado tragando, las horas de sueño que me había estado robando a mí misma, las culpas, el cansancio… se me incrustaron en el estómago en forma de un dolor físico tan intenso que me despertó en la madrugada.

De ahí en más sólo hubo llanto, miedo, médicos, calmantes, pruebas, diez días y nueve noches ingresada en el hospital, la hemoglobina que seguía cayendo en picado y nadie sabía por qué, colapsé, cuatro días sin comer y sin beber, siendo alimentada por una vía… Y muchísimo arrepentimiento por no haber querido escuchar, ni parar, por no haberme cuidado más.

Me sentí tan mal conmigo misma y me dio tanta penita por lo poco que me había estado queriendo, que sólo quise abrazarme. Y ojalá que mi cuerpo nos diese otra oportunidad y quisiese quedarse, porque yo quería. Pero si era que no, de verdad que con toda la razón.

Qué absurdas son la mayoría de las cosas por las que nos preocupamos, ¿verdad?, esas con las que nos cargamos el alma y la cabeza, a las que les dedicamos a veces toda nuestra energía y nuestro tiempo. Porque decidme, si no nos podemos levantar de la cama porque no nos dan las piernas, ¿qué importará en ese momento lo del autobús con retraso?, o en una habitación de hospital, ¿qué más dará que el gilipollas de turno no nos haya vuelto a escribir después de todo?

Decidme, porque yo os digo una cosa, y es que, al final, al final de todo, al final de las fuerzas, de las tonterías… Cuando después de estarnos columpiando durante mucho tiempo, una bofetada de la vida nos deja desnudas, lo único que importa es la gente que nos quiere de verdad, y el seguir teniendo tiempo para ver esos amaneceres preciosos que antes no nos permitíamos parar a  disfrutar.

Así que a cuidarnos más, porque trabajos, pisos y gilipollas hay muchos, y siempre los habrá. Pero nosotras somos únicas y si nos echamos al olvido, ¿qué nos quedará?

 

Lady Sparrow