Hoy vengo a contaros cómo pasé de ser su follamiga a la temida ‘friendzone’.

 

Seamos realistas, estar en la friendzone siempre es una faena, pero si pasas a estar allí después de ser su follamiga, para mí es todavía más faena.

Nos conocimos en una época donde ninguno de los dos quería una relación seria, nos llevábamos muy bien en todos los sentidos y disfrutábamos mucho del tiempo juntos. Tras varias semanas viéndonos con bastante frecuencia decidimos que estábamos bien así y no queríamos cambiarlo, él además me dijo que tenía mucho miedo a enamorarse porque lo había pasado realmente mal  y que en ningún caso quería algo serio. 

Siendo dos personas adultas  con las cosas claras parecía que nada podría salir mal, pero no hace falta que os diga que así fue. Él tenía un trabajo algo complicado y sus horarios variaban bastante, dejamos de tener tiempo para vernos tanto pero en compensación empezamos a pasar fines de semana juntos, a irnos a casas rurales, incluso ir al cine juntos.

de follamigo a friendzone

Llegados a este punto mis sentimientos  empezaron a cambiar, ya no solo pasábamos las horas en la cama, también quería que hiciésemos planes como dos personas normales. Os juro que por un momento llegué a pensar que algo estaba cambiando entre nosotros,  y la culpa de todo esto como siempre la tiene Disney y su manía por los finales felices.

Pasamos meses así, yo soñando con el príncipe azul que creía tener frente a mí y él haciendo hueco en su apretada agenda para pasar tiempo conmigo. Cuando creía que estábamos en el mejor momento, un guantazo de realidad me golpeó en la cara. Fuimos a cenar a uno de mis restaurantes favoritos y el muy  cabroncete me suelta “¿Te acuerdas de Marta?”. La susodicha era una compañera de trabajo a la que creía inofensiva. El muchacho no debió de interpretar mi cara de póker con suficiente claridad porque me soltó la bomba “pues el otro día fuimos a tomar café después del trabajo y nos acabamos acostando…la verdad es que llevo semanas pensándolo y creo que me estoy pillando”.

Mi película de Disney estaba convirtiéndose en una de Tarantino y mis ganas de recrear la escena de “los 88 maníacos” iba en aumento. ¿Pensáis que hice acopio de la poca dignidad que me quedaba y me fui del restaurante y le bloqueé? Pues no, amigas. Puse mi mejor cara y le dije “me alegro muchísimo por vosotros, espero que seáis muy  felices y sabes que siempre me vas a tener como amiga”. Según pronunciaba esa palabra supe que esa sería mi clave para hacerme abonada de la temida friendzone.

Como podréis imaginar ellos tuvieron una bonita relación y yo me quedé como paño de lágrimas del tipo. Tengo que reconocer que las primeras semanas fueron duras, verle solo para tomar algo, que me contase lo feliz que estaba con su novia…pero creo que fue algo necesario para que yo encontrase a alguien con las cosas un poquito más claras (aún sigo buscándola). 

 

Lara Cuellar