Ana tiene las manos cálidas, con la piel fina y pequeñas manchitas diseminadas como pecas en la cara de un niño. Está tierna y a la vez dura en la punta de sus dedos, de tanto trajinar, de tanto apañar, de tanto luchar. Me cuenta que se tiene que pasar por la farmacia a la salida. Le han dado los resultados de las analíticas y tiene que volver a tomar las pastillas de la tensión. Y es que últimamente anda muy nerviosa.

Su hijo acaba de emprender un negocio y siente miedo ante la incertidumbre de la situación económica. Le recuerda a su Pedro, que en paz descanse. Tiene el mismo carácter que su padre. Y el porte. Su hijo, y no es porque sea su madre, es guapísimo, al igual que lo era su marido. Recuerda como la llevaba del brazo y al mismo tiempo le agarraba la mano cuando paseaban de novios por la calle del Alcázar viejo, donde ella vivía de mozuela. Vamos a elegir un color juntas, un tono que apetezca más, que de alegría. Ese rosa coral es precioso, muy fino. Con el masaje de la crema de manos suspira levemente y cierra los ojos. Se marcha, y desde el cristal veo que sigue mirando sus uñas con la sonrisa de un recuerdo en la cara mientras comienza a andar.

A Maika le ha costado cuadrar la cita en su agenda. Entre el máster y las prácticas le cuesta sacar un rato para ella. Nada más entrar comienza a desnudarse mientras habla aceleradamente. Le ha costado aparcar, hubiese sido mejor no venirse con el coche pero es que así aprovechaba para ir al centro comercial y hacer unas compras. – ¡Y es que no llego a nada! –  dice mientras pasa las manos por sus ojos echándose el pelo hacia atrás. El olor a chocolate inunda la habitación, a Maika le encanta, siempre me lo dice cuando viene. Lo inhala y se tumba tranquilamente. Tiene el don de hablar sin que le tiemble la voz cada vez que pego un tirón. Al final la han cogido para ese puesto de trabajo que me comentó la última vez que vino. Se marcha a Manchester. Bueno, se marcha…Ahí si le ha temblado la voz y yo no estaba tirando. Le preocupa su “no relación” con el amigo que le muerde el tatuaje del culo. En fin, ella tenía claro que no era nada serio, ella quiere un futuro mejor, no una situación precaria aquí donde se estancaría con su carrera. Su boca tiene claro que se va. –Pero entre tú y yo, estoy algo jodía, la verdad. – me dice desde la vulnerabilidad de su desnudez.

Luna está esperando en el silloncito. Siempre llega un poco antes de su hora porque no le gusta llegar tarde a los sitios. Tampoco le gusta el tono marrón para los labios, que un tío le muestre interés y luego pase de ella sin explicación, y las indirectas. Nada más pasar a la cabina dice que tiene muchas cosas que contarme. Se reconforta con placer al meter los pies en el pediluvio, y es que según ella los tiene fatal. Y feos, también por su criterio. Nadie le puede tocar los pies, dice que sólo yo puedo hacerlo, que ni ella lo hace. Tumbada en la camilla comienza a ponerme al día de su última cita con el tío del Tinder. Tomaron unas cañas para romper el hielo, y él le dijo que era más divertida de lo que se imaginaba, que tenía chispa. Yo pienso igual. Al final se calentaron un poco y se besaron en el mismo bar. Al acompañarla a su casa se volvieron a comer la boca en el portal. Van a quedar este fin de semana, y ahí van a caer. Me pide que le ponga la pista de música que le gusta para su masaje de pies, y es que le encanta que le haga eso. En ningún sitio se lo han hecho, dice que se siente flotar. 

Mañana estoy de turno de tarde, así que tengo cita con María por la mañana para cortarme el pelo. Mis amigas dicen que no soy muy arriesgada con los cambios de look, pero yo, sinceramente siempre salgo distinta a como he entrado. Pero claro…eso sólo lo sabemos María y yo.

 

Mariló Córdoba