Mi hermana Claudia me llamaba el otro día en plena cuarentena. Casi como cada tarde hacía su videollamada de rigor pero en esta ocasión la sentía diferente, como si en su interior se hubiese despertado algo nuevo. Lo cierto es que no me sorprendía, es la pequeña de los cinco hermanos que somos y a pesar de su ya madurez, hay veces que todavía la tenemos que traer de los mundos de Yupi. Creo que eso la hace más adorable, sin duda.

No habían pasado ni dos segundos de nuestra habitual conversación cuando me empezó a contar orgullosa que se había lanzado. No comprendí nada, pero al instante me sacó de dudas ‘he hecho como tú, he caído en el amor online y creo que he triunfado‘. Me dio la risa, tras meses de escuchar sus burlas y sus consejos de pacotilla al fin lo había comprendido: el amor, querida, está allí donde tú lo quieras buscar.

Ahora le llaman app, en mis tiempos directamente web de citas, la cuestión fue que la emoción de Claudia volvió a despertarme las ganas de contar mi historia y un poco por eso estoy aquí. El otro poco es para demostraros que en épocas de confinamiento no debemos descartar el enamorarnos, o al menos el intentarlo. La intención es lo que cuenta, o eso dicen.

Adoraba el deporte en invierno, si alguien quería hacerme feliz con llevarme a una montaña y dejarme deslizarme libre, me había ganado. Me daba igual el tiempo o el tipo de tabla o esquíes que usar, me dejaba llevar a toda velocidad e incluso llegaba a llorar de la emoción (y un poco del frío también). Al menos así fue hasta que un árbol caído truncó mi más preciado hobbie. Me rompí la cadera y ambos fémures por varios puntos diferentes, lo que me conllevó varias operaciones de urgencia y una rehabilitación muy larga y dolorosa.

Mientras escuchaba a mi madre desesperarse por su miedo a que no me pudiera levantar nunca más de la cama intentaba evadirme como buenamente podía. Su desazón que me parecía obvia al principio se fue convirtiendo con el paso de los días en una muy probable exigencia de atención por su parte, lo que me llevaba a procurar pasar de ella lo máximo posible. Antes sola y no tener con quien hablar que aguantarla a ella sufrir como si aquellos clavos de titanio estuviesen presionando sus huesos.

Y allí me encontraba, postrada en aquella cama, viéndola pasar a ella teléfono en mano buscando consuelo por lo mal que la había tratado la vida, y deseando poder salir corriendo de allí cuanto antes. Maldita vida.

Claudia decidió un día que dejarme su tablet era todo lo mejor que podía darme como hermana seria y responsable. Ella, siempre tan dulce y alocada, me explicó una tras otra los diferentes juegos que tenía instalados y podían gustarme. De hecho hice uso de ellos un par de veces, pero aquello de ver explotar caramelos no era para mí ni para mi poca paciencia. Así que comencé a usar aquella pantalla a modo de ordenador y cada día me entretenía entre páginas y vídeos de lo más raro del planeta.

Hasta que dí con Meetic. Apareció en mi vida en forma de banner de publicidad invitándome a conocer a gente como yo. ¿Como yo? ¿Postrada en una cama y encerrada con una loca egocéntrica por los siglos de los siglos? Sonreí y decidí animarme a entrar en lo desconocido. Poco o nada tenía que perder, mi tiempo en aquel entonces valía más bien poco y estaba aburrida, muy aburrida.

Lo que no me esperaba en absoluto era que de aquel atrevimiento mío podría salir mi verdadera historia de amor. Y estoy segura que la única. Pude pasarme algo más de dos días revisando perfiles y sorprendiéndome ante la cantidad de gente conocida que circulaba por aquella web. Personas que detrás de su aspecto serio y formal también se interesaban por darle una oportunidad al amor, sonará cursi pero aquel sentimiento me generó un poco más de esperanza.

Las fotografías que añadí a mi perfil no tenían desperdicio. Tiré de imaginación y decidí que ya de estar allí tumbada aprovecharlo. La cámara de la tablet fue testigo de aquella decena de imágenes diferentes pero siempre en el mismo marco. Un despropósito que pareció llamar la atención de Eloy.

Rechacé un par de incursiones en mi chat en vistas a que ciertos hombres tenían tan solo un interés directo en saber mi talla de sujetador o la forma de mi culo. No tiré la toalla en vistas a que allí había muchas más personas y nunca me ha gustado juzgar nada por minucias sin importancia. Así que cuando Eloy se lanzó a hablarme actué con algo más de tiento pero con una sonrisa dibujada en mi cara.

Visité su perfil emocionada puesto que ya llevábamos casi una hora charlando y todavía no había mostrado excesiva predilección por conocer el color de mis pezones. A Eloy le habían impactado mis fotografías y daba vueltas sin saber muy bien cómo preguntarme su significado.

Llevo casi dos meses en la cama, moviéndome lo justo para rehabilitarme, y todavía no tengo muy claro cuándo volveré a hacer vida normal.‘ Escribí sincera esperando encontrarme con una respuesta madura en condiciones.

No me lo digas, ¿accidente de coche o puede que esquiando?

Me encantó, me maravilló que Eloy no se centrase en confortarme por mi situación sino en restar un poco de importancia a mi estado actual. Puede que otra se hubiera indignado por la falta de tacto, pero a mí me sonó a frescura y a sus ganas de procurar evadirme del problema. Ese fue el instante en el que me aferré a mi esperanza en aquel chico desconocido y por fortuna, no fallé.

Mi nuevo amigo me escribía cada mañana a la misma hora, para él el momento de su primer café matutino y para mí, ese pequeño espacio temporal en el que mi madre salia escopeteada para explicarle a la cocinera cómo se debía cocer un huevo.

Suspiraba nerviosa antes de abrir el buzón y seguro que me ruborizaba mientras leía cada palabra. No había piropos ni expresiones que pudieran significar el más mínimo tonteo. Tan solo dos personas maduras creando una bonita relación de amistad surgida de la casualidad.

Pensaba mucho, mucho en Eloy, en cómo sería en persona o en cómo se vería trabajando en su estudio de arquitectura. Me había dicho varias veces que odiaba vestir con traje pero que había circunstancias que así lo requerían. Yo miraba de nuevo sus fotografías y me lo imaginaba con un precioso traje de chaqueta, con su corbata y su camisa perfectas. El corazón me daba un vuelco y volvía a sonreír. Era guapo el muy canalla y dudaba mucho que él no lo supiera.

Habían pasado casi tres semanas desde nuestra primera toma de contacto. Acumulaba sus mensajes en mi buzón y cuando más me aburría releía aquellos que ya tenía como mis preferidos. Ahora suena a friki desquiciada pero las horas corrían muy despacio en mi reloj aquella temporada, las ensoñaciones me ayudaban muchísimo.

Eloy era un chico de horarios, de rutinas. Sin decírnoslo en ningún momento ambos cumplíamos a rajatabla las horas a las que nos escribíamos. Él ya me lo había explicado, su vida era un no parar de idas y venidas a obras y reuniones, sin organización su día a día habría sido un auténtico caos.

Mi última novia me dejó por esto, no es que sea cuadriculado como una máquina, pero entiendo que hay gente que prefiere improvisar.

Me asusté levemente. Yo era la reina de la improvisación. Era la anarquía vital hecha persona. Mi casa, aquella a la que no iba desde hacía meses, era la viva imagen del ‘quizás mañana’. Entraba y salía libre y sin dar explicaciones a nadie, a cualquier hora del día, vestida con lo primero que veía en el armario. Me di cuenta de que era muy probable que la chica más allá de aquella cama no fuese del todo para Eloy. Ahora estaba allí, dispuesta a cumplir sus horarios, ¿pero qué pasaría mañana cuando mi descontrol y mi caos volviesen a hacer de las suyas?

Si quieres que sea sincera, lo mío sí que es improvisar. De hecho entré en la web de citas en plena explosión de improvisación…

El chat se silenció un momento, un largo rato en el que imaginé que mi franqueza no había gustado a Eloy. Pero esa era yo, ¿de qué me servía mentirle o hacerle creer que las rutinas me volvían loca?

Regresó intentando cambiar de tema pero a mí no me daba la gana. No quería que se engañase, si de verdad quería conocerme tendría que dejar de esconder aquello que no le gustaba tanto.

Me gusta esquiar, he probado el snowboard, este verano pretendo hacer kite surf si esta mierda no me lo impide, y en mí es muy habitual el recordar comprar una botella de buen vino a las doce de la noche. Duermo mientras observo la torre de ropa sin doblar sobre la butaca de mi habitación, y tengo mil pares de calcetines agujereados que continúo usando. Me gustan las citas improvisadas y las sorpresas, amo que me sorprendan.

Esperé escuchando cómo mi corazón bombeaba fuerte en mi interior. Aquellas palabras definían a la auténtica yo. Era mi realidad constante, la que tanto crispaba a mi madre, la que tanto amaba mi hermana Claudia. Al cabo de unos segundos la respuesta llegó.

¿Sabes? Puede que tú debas ser mi motivo para romper con mi vida cuadriculada.

Suspiré aliviada y esbocé una sonrisa ante aquella pantalla. Me animé a que mi única respuesta fuese pedirle su número de teléfono. Aquel día marcó un antes y un después entre Eloy y yo, sin saberlo ambos habíamos dado un paso de gigante y creedme, si hubiera podido, hubiera bailado por toda la habitación.

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Nos escuchamos en una primera llamada que yo misma hice a posta un sábado a la una de la madrugada. Inesperado, siguiendo el juego, enseñándole que los imprevistos pueden ser hasta divertidos. La voz de Eloy era grave y muy masculina, me recordaba un poco a la de algún locutor de radio. Parecía serio pero bromeaba a la vez.

Me vas a volver loco, amiga, ¡pero bendita locura!

Hacía ya casi cuatro meses que había puesto mi culo sobre aquella cama. Conseguía empezar a mover las piernas sin ver las estrellas y mi médico de rehabilitación ya me animaba a lanzarme al abismo de procurar levantarme con ayuda. Mi madre había entendido aquel concepto como un ‘corre y sé libre’ muy equivocado, y me echaba unas broncas de campeonato cada vez que yo emitía un gemido de dolor.

Había pasado un día de mierda con todas las letras. Desesperada porque aquella pesadilla terminase, por recuperar de una maldita vez mi independencia y mi vida entre papeleo y viajes. Necesitaba tomar aire, conocer de una vez a Eloy en persona, pasear con él por el Retiro o por el rastro. Quería tantas cosas…

El timbre sonó y me liberó de la tormenta que era mi madre gritando por el desorden que presentaba su casa. Cerré los ojos un segundo intentando frenar el dolor de cabeza que me martilleaba el cerebro. Pude escucharla abrir la puerta y poco más. Me relajé unos segundos hasta que volví a verla entrar apurada en mi habitación.

Despierta mujer, te traen flores y el repartidor dice que le han pedido expresamente que tiene que entregártelas él…

Abrí los ojos y tras mi madre observé un enorme ramo de girasoles, precioso y muy colorido, que cubría el rostro del hombre que las llevaba. Él se acercó dejando a un lado a mi madre y apartó despacio las flores para dejarse ver.

No hay días tristes que una buena sorpresa no pueda arreglar, ¿verdad?

Aquella voz grave, casi radiofónica, dio un vuelco a mi corazón. Eloy, convertido en repartidor florista estaba frente a mí, era real. Emití un pequeño grito que dejó a mi madre más despistada quizás de lo que ya estaba. Me lancé levantando los brazos para abrazarlo, olía tan bien, se veía tan… él.

Con toda su educación saludó a mi madre presentándose como un gran amigo mío. Ella se había quedado completamente embelesada por su porte, lo sé, la conozco, le había encantado. Cuando al fin conseguimos que abandonara la habitación, solos ya ante el peligro, lo miré de nuevo.

Podías haberme avisado, hoy estoy más en la mierda que nunca…

Si lo hubiera hecho no habría sido una sorpresa, y no, de verdad, estás preciosa.

El silencio se hizo, dibujé con mi boca un gesto de agradecimiento tierno y esperé sin desviar mi mirada de la suya. Eloy estaba sentado en mi cama, a mi lado, había recorrido casi 50 kilómetros para lanzarse a la piscina de la vida improvisada y lo había hecho por mí, para mí. Lo había hecho aquel día en el que por teléfono yo misma le había mandado un SOS agotada por mi vida. Habíamos hablado y había intentado animarme, pero yo solo quería llorar y ahogarme en mi propia angustia.

Volví a escuchar mi corazón y vi el camino claro. Los dos fuimos directos a darnos ese primer beso que nos supo a gloria y a deseo. Nos abrazamos largo rato sin apenas hablar. No hacían falta ya palabras.

Cuando nos preguntan nunca sabemos qué responder, ¿que cuánto tiempo llevamos juntos? Muchos años, desde aquella cuarentena encamada que un árbol mal situado me había regalado. Desde entonces sus rutinas y mi desorganización son todo uno. Somos como dos piezas de Lego que encajan perfectamente, él y su perfeccionismo, mi locura y yo.

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