Sí, lo reconozco, no me gusta salir de fiesta. Nunca me ha gustado, la verdad. Y tampoco bebo, no me gusta el sabor del alcohol. Una copa de cava en nochevieja y en alguna boda, pero ya está, no es algo que me guste.

Y aunque es verdad que a día de hoy ya no me pasa, durante mucho tiempo he tenido que escuchar de todo justo porque mi gusto no se adaptaba al de los demás. A veces, eso sí, cuando conozco a alguien nuevo y se enteran, me miran con cara un poco rara. Vamos, es que ni vino, ni cerveza. Los uso para cocinar, pero no me gusta beberlos.

¿Tan raro es que a una no le guste la fiesta, ni beber? ¿Qué prefiera pasar las noches sentada en la cama o el sofá leyendo un libro a estar en un local abarrotado? ¿O, durante la adolescencia, en un parque haciendo botellón?

A ver, sé que no, que para gustos están los culos, o los colores, o los sabores de helados, coged la analogía que más os guste. Pero sí que es verdad que, durante mi adolescencia y principios de juventud, tuve mucho machaque con todo esto, porque encima, una que es cabezona, dio su brazo a torcer una vez y no más.

Soy de las que piensa que, si no pruebas algo, no puedes saber si te gusta o no, así que sí, yo salí una tarde de fiesta a una discoteca light a los 17 años. Y lo pasé fatal porque la música estaba altísima, había mogollón de gente, en ese momento se podía aún fumar dentro de los locales y salí de allí agobiada. Había bebido dos coca-colas a precio de oro, olía a tabaco y sudor y había pasado una tarde de mierda. Así que, ese mismo día, decidí que no me gustaba la fiesta y que no quería volver a salir.

¿Qué pasa? Pues que la gente de mi alrededor en ese entonces sí que era muy fiestera, y cuando les decía que no me gustaba, que prefería quedarme en casa o hacer otro plan, venían siempre las mismas frases:

«Eso es porque no te han llevado a un buen sitio»

«No te cierres por una mala experiencia, quizá fue un mal día»

«Qué aburrida, si salir de fiesta es lo más»

«¿Cómo no te va a gustar hacer botellón? ¡Si el pedo es divertidísimo!»

Y claro, yo pensaba… ¿Por qué demonios me quieren obligar a hacer algo que no quiero, cuando yo no las obligo a no ir?

Y lo mismo me pasó en la universidad, sobre todo con una compañera con la que tuve una bronca gordísima en su día por este tema.

En esa época me encantaba ir a eventos de cómic y manga, y si podía me escapaba al Salón del Manga de Barcelona porque me lo pasaba pipa. A ella le gustaba un poco el rollo, así que le propuse que, si quería, se viniera con nosotros. Justo mis amigos y yo lo estábamos planeando y no teníamos ni los billetes ni el alojamiento aún, que estábamos mirando los hostales. Ella dijo que venía, por supuesto, que quería al menos ver una vez cómo era el salón de Barcelona y pasamos unos días de lujo. Al menos ella me aseguró que se lo había pasado súper bien. Hasta aprovechamos a hacer algo de turismo porque ella no conocía la ciudad.

Pero ayyyy cuando me dijo que saliéramos de fiesta un fin de semana por la noche y le dije que, lo sentía, pero que no me gustaba. ¿Qué pasó? Que se enfadó. Estuvo todo el fin de semana sin dirigirme la palabra. Y cuando al siguiente volvió a preguntarme y me volví a negar, me echó en cara que ella se había venido a Barcelona cuando se lo había dicho. Yo me quedé blanca, porque a ver, yo le propuse que, si quería, aún estaba a tiempo de hacerlo con nosotros, no la obligué a ir. De hecho, fue ella la que aceptó al segundo de contárselo. Aquello no fue el final de la amistad, pero sí el inicio del fin.

 

Y, como estas, he tenido varias historias. Es como si la gente a la que le gustaba la fiesta y el botellón entonces —no sé si ahora seguirá siendo igual—, no entendiera que hubiera personas a las que no les gustaba, que preferían otro tipo de entretenimientos. Sé que muchos lo hacían por seguir a los demás, por sentirse incluidos en el grupo. De hecho, amigas de aquella época empezaron a fumar por presión social, para parecer más guays, más mayores, y a día de hoy se arrepienten de ello porque son incapaces de dejarlo pese a intentarlo varias veces.

A día de hoy no me pasa nada de esto, y si salimos de tapeo, a tomar algo a algún bar o lo que sea, es que les importa tres pimientos que, en vez de una cerveza, una copa o un vino, me pida un refresco o una tónica. Y es que una, desde bien jovencita, es casera, un poco ratita de biblioteca y amante de hacerse burrito dentro de una manta en invierno.

¿Alguien más ha tenido o tiene experiencias así?