Tengo un gato. O él me tiene a mi.

Yo llevaba bastantes años sin tener ningún animal en casa, recuerdo haber tenido canarios, tortugas, hamster y demás fauna cuando era pequeña y a la muerte de cada uno de ellos siempre le sucedía un drama de los buenos porque una es exagerada y dramática como para que la contraten en una película de sobremesa. Puede decirse que este gato que me está trepando por las piernas mientras escribo, es el primer miembro de cuatro patas con el que mi señor marido y yo compartimos casa.

La historia seguro que la conocéis: gato bebé en la calle, intentamos buscarle casa, gato bebé nos pone ojitos, gato bebé se queda en casa. En mi casa, conmigo, con la que decía que no quería ningún animal cerca.

¿Qué no? Pues taza y media.

Yo no quería animales y cuando veía a alguien humanizando a su mascota o comprando caprichos decía que no lo entendía, no se les puede querer tanto. ¡Ja! Unas semanas y yo ya estoy haciendo con mi gato todo lo que juraba que no haría si tuviera uno. He tardado poco en quererlo pero he tardado menos aún en comprender eso de «al final el gato no es tuyo, eres tú del gato».

7 cosas que juré que nunca haría si tuviera un gato. Y ahora hago.

 

Hablarle.

Yo que toda la vida le decía a mi madre que qué narices hacía hablando con las plantas me sorprendo cogiendo a mi minino y hablándole mirándole a los ojos como si me entendiera todo, todo y todo. Que si eres precioso, que si que bueno eres, que si madre mía lo que te quiero, que si vamos a comer algo…. Mención especial a las conversaciones en las que yo misma me contesto como si lo estuviera haciendo él.

 

Comprarle juguetes, y más juguetes. Y gominolas.

Desde que comparte casa con nosotros, no ha habido visita a una superficie comercial que no termine con un «vamos a llevarle esto». Ratones, pelotas, gominolas aptas para él varias, cojines, rascadores que luego no usa… Si me pongo a sumar, el gato tiene más paga semanal que la que tenía yo incluso en la adolescencia.

 

Dejar que se sube a la cama.

La cama es sagrada. O era. Nunca va a subir a la cama, él va a dormir en su sitio porque tiene que aprender. Y los que aprendimos fuimos nosotros. Aprendimos a dejarle su sitio a los pies, a apartar la cabeza cuando nos da con las patas porque ha colonizado la almohada y le molestamos, a olvidar el despertador porque aquí ahora se despierta uno cuando él considera que ya ha dormido suficiente, y eso suele ser temprano, muy temprano.

 

El sofá ni tocarlo.

El sofá ni de lejos. En el sofá no va a estar porque es nuevo, nos costó cuarto y mitad y no queremos un sofá bonito pero deshilachado. ¿Cómo va la historia? Os dejo unas tijerinas para cortar hilos y lo comprobáis vosotros mismos. El sofá es territorio conquistado por el felino. Y el resto de la casa también.

Celebrar el cumpleaños

Vale, tiene unos meses y el cumpleaños está muy lejos pero yo siempre que veía algún cumpleaños de un animal por las redes sociales pensaba eso de «Jhony, la gente está muy loca!» y aquí estoy yo ahora, marcando en rojo en el calendario la fecha estimada de su nacimiento según los cálculos de su veterinaria y como cualquier excusa para celebrar pensando eso «pues algo habrá que hacer, ¿no?»

 

Pensar en lo que estará haciendo, rechazar algún plan por no dejarlo solo.

Por diversos motivos, hemos tenido que dejarlo solo algún día entero e incluso alguna noche. Después de una de esas ausencias, tengo un sentimiento de «culpabilidad» que intento pasar todo el tiempo posible con él, llegando incluso a quedarme en casa cuando afuera hace sol y hay planazos para que no pase tanto tiempo solo. Durante esas ausencias, lo de pensar «¿estará bien?», «¿se dará cuenta de que vamos a volver?» y la tranquilidad cuando al móvil te llega un vídeo de él jugando con ese familiar que ha ido a ver cómo esta.

 

Abrirle un perfil en Instagram

Mi cuenta comenzó a llenarse de fotos donde él era el protagonista y es que, no es para menos, es monísimo. Al menos para mí, que imagino que esto será casi como lo de los hijos, que los nuestros son los más guapos. Así que mi gatucho (lo empecé a llamar así de forma cariñosa cuando aún era un gato de la calle) ya tiene sus propios amigos al otro lado de la pantalla, lo nominan para hacer challenge y su bandeja de entrada se llena de corazoncitos cuando hace alguna monería delante de la cámara.

 

Por favor, decidme que no estoy sola en esto de la locura gatuna.