Un hotel de 4 estrellas. Una enorme cristalera con unas preciosas vistas al mar. Un idílico atardecer. Gente joven pasando junta el fin de semana. Padres y madres pululan por allí, pero dando espacio, siendo conscientes de que sus criaturas han crecido y ya experimentan. Es más, a eso hemos venido. A experimentar, a expresar y a aprender. Hemos venido a hablar abiertamente de sexo.

Ahora toca el taller de tuppersex. Madres e hijas se dirigen a una sala. Padres e hijos, a otra. ¿Qué puede salir mal? Pues ahora te voy a explicar lo que pasa cuando haces un tuppersex con tu señora madre. Si pensabas que iba a ser buena idea… ¡JA!

Todo empieza divinamente. Nos colocamos en un semicírculo, para ver a la chica que nos ofrece el taller. Las madres se agrupan todas a un lado y las hijas nos quedamos al otro. Primero, una pequeña introducción. Ambiente distendido, divertido, se respira relax, libertad… En fin, todo maravilloso…

 

Empiezan a circular los primeros juguetes. Son los más conocidos, inocentes, para principiantes, podríamos decir. Las hijas más inexpertas muestran más curiosidad. Las que tenemos más camino recorrido, los pasamos rápidamente a las compañeras para que vayan descubriendo el mundo. Las madres, prácticamente, ni mención.

Empezamos con todo el surtido de olores y sabores. Las cosas se empiezan a poner interesantes. El olfato tiene lo que tiene, amiga. Es uno de los sentidos (al menos, a mí me pasa) que más despierta al cuerpo en cuanto a placeres se refiere. Todo te gusta, le comprarías a la muchacha hasta el último de los productos. Por el rabillo del ojo, estás viendo que las señoras madres han ido amontonándose, que se cuchichean, se ríen por lo bajito. Oh, oh… Su picardía ha despertado

La cosa va subiendo de intensidad. Nos metemos de lleno en la sección “esposas, antifaces y otras maldades”. Las madres ya no cuchichean, ya no hablan por lo bajo. Ahora se ríen a carcajada limpia. Hacía años que no veías a tu madre reírse de esa manera. Las risas de las amigas tampoco se quedan atrás. Vamos, que mientras tienes el sector de “las inocentes hijas novatas”, en el otro extremo está el “club de las futuras alegres divorciadas”. Y tú, al medio, que estás por dirigirte a la muchacha del tuppersex y agradecerle (con cierto sarcasmo) haber destapado semejante caja de Pandora…

Lo dicho, que las esposas y otros juguetes para jugar duro aparecen en la escena. Y tú los quieres, los deseas para ti y solo para ti. Tienes chicos de tu edad con los que pasar la noche. El chichi ya anda dando palmas. Pero no estás llegando nada a tus manos. Un momento… ¿Qué está pasando? LAS SEÑORAS MADRES, eso pasa. Siguen muertas de la risa, acaparando todo lo que cae en sus garras y sin dejar que las demás catemos el material.

Y ahí estás tú, debatiéndote por dentro. O sabes si parecer un ángel y guardar el secreto de tus más oscuros deseos o lanzarte de cabeza y arrancarles las esposas de sus maternales manos. También estás dudando si deberías ir poniéndote los guantes de portera, pues a la siguiente risotada alguna de esas señoras va a expulsar un pulmón…

Al final, te toca ver los juguetes más interesantes a toda leche. Porque la pobre chica del tupper se tendrá que ir a su casa en algún momento y se están haciendo las mil. Además, la chica ha venido a hacer negocio. Así que llega la hora de la venta. Tu madre se ofrece a comprarte lo que te apetezca. Tú quieres las dichosas esposas. ¿Te las compras? NO, porque has decidido que lo sensato es dejar escondido tu alter ego sexual y que tu madre siga viéndote como su dulce niñita. Así que te vas a tu casa con un bote de chocolate que sabes que se va a hacer malo antes de darle uso. Lo que viene a ser una compra muy útil, vaya…

Queda un ratito para compartir impresiones. Vaya, hombre… Las señoras madres ya están exaltadas a más no poder y son la personificación de la participación en grupos de debate. Han perdido todo ápice de vergüenza. Desconocen el concepto de “filtro”. El tuppersex se ha convertido en un gallinero.

Y de entre todas las gallinas, el ama del corral es tu señora madre. Conforme abre la boca, tú vives una auténtica revelación: tu madre es Elsa de Frozen, que lo suelta todo y a ti te deja helada. Empieza a contar toda una serie de detalles sobre su vida íntima que hubieras podido ignorar el resto de tu vida y no hubiese pasado nada. Pero no, ella ha decidido contarlo. Libre soy, libre soy. Suéltalo, suéltalo. Mira qué bien…

Y sales de ella ojiplática, intentando entender qué ha pasado ahí dentro, con un bote de chocolate que no sabes si echárselo a los crepes del postre de esa noche y cachonda perdida. Porque sí, ha sido una marcianada, pero el efecto de las esposas en tu chichi no ha pasado y sigues rodeada de maromos.

Y así acaba tu fin de semana sexual de ensueño. Contigo en una discoteca de hotel, subiéndote por las paredes, intentando cazar a alguien que te acompañe esa noche. Y con tu señora madre. Y SIN LAS PUÑETERAS ESPOSAS.

@mia__sekhmet