De un tiempo a esta parte escuchamos mucho hablar de “tener química” en la pareja, y a mi me ha dado por pensar que durante siglos muchos hemos estado confundiendo la química con la atracción sexual. Y me remito a la famosa frase de que a las chicas nos gustan los malos, y creo que es precisamente porque es con los que solemos tener esa atracción física brutal que nos despierta todas las hormonas desde la adolescencia.

Y no es lo mismo, y luego vienen los problemas porque el motero con chupa de cuero, que te besa y te derrite las bragas y te empotra, es un patán y un desgraciado al que la testosterona le empuja a cambiar de hembra cada dos por tres, porque se le acaba la atracción sexual por ti, y tú estás enganchada a sus polvos y a la adrenalina que te provoca, y llevas tiempo pensando que es el amor de tu vida porque “tienes una química bestial con él”.

¡Y resulta que la química es otra cosa!

Sí que es cierto que cuando hay química entre dos personas, puede haber una atracción sexual increíble. Aunque vaya por delante que la química también puede producirse entre amigos, porque es una conexión a unos niveles que muy probablemente solo tengas con una hermana, o incluso con tu madre. Pero cuando esa conexión es con una posible pareja, va mucho más allá de unos polvos increíbles con orgasmos sinfónicos y comprensión más allá de las palabras, y desde luego, es mucho más duradera que el enamoramiento o la “simple” atracción sexual.

Cuando una pareja tiene química, ambos piensan en sintonía. ¿No te ha pasado eso de estar hablando con tu novia o tu amante, y que parezca que uno lo hace en chino y el otro en ruso?, ¿que no hay forma humana de que el mensaje llegue al cien por cien del uno al otro?, y te desesperas y terminas peleando por una estupidez que, en tu interior, sabes que no tendría por qué haber acabado así. 

Cuando hay química, prácticamente uno termina la frase del otro, o la está pensando incluso antes de que la termine de pronunciar. Habláis en los mismos términos y prácticamente de los mismos temas, os gustan las mismas estupideces, le dais importancia a las mismas cosas y se la restáis también a las mismas e incluso, si me apuras, estáis también en las mismas circunstancias vitales, lo que propicia el acercamiento, la relación y, si se puede o apetece, la convivencia. 

Es ese estado de “madre mía, esto es un sueño y que nadie me despierte”, porque todo fluye con naturalidad y sin tener que hacer prácticamente ningún esfuerzo.

No quiere decir que eso vaya a durar para siempre, ¡ojo!, puede acabar, y en mi humilde opinión eso sucede cuando las circunstancias de uno cambian, uno de los dos evoluciona, o ambos pero en distintos sentidos, y ahí se pierde la wi-fi y empieza a desmoronarse todo poco a poco. 

Personalmente, todavía no he llegado al nivel de poder saber cómo mantenerlo de por vida, aunque en una ocasión un psicólogo al que acudí en terapia de pareja me dijo que me fuera despidiendo porque eso solo sucede en una de cada 10 parejas,… ¡lo cual es una grandísima putada para el resto de los mortales! Porque nos pasamos la vida soñando con esa persona que nos complementa y confundiéndola con el primero que pasa y nos hace ver la Luna en cada follada llena de jadeos y fluidos corporales.

Muchos queremos una pareja que nos dure para siempre, que también os digo que otro psicólogo, este más amargo aún, me dijo que si quería eso, que me buscara un cisne. Y cuando miras atrás y ves que has tenido más relaciones que una vieja gloria de Hollywood sueles pensar que “no has tenido suerte en el amor”.

Pero mira, ¿y si cambiamos el chip y pensamos que en cada momento de nuestra vida hemos tenido la pareja con la que hemos conectado porque era la sintonía en la que estábamos? Creo firmemente que eso ayudaría a entender la diferencia.

 

Pandora