Siempre me ha dado miedo quedar con las personas que he conocido a través de Tinder.

Mi mayor miedo sin duda es el de que “descubran” que estoy gorda. Por eso, durante la conversación inicial que se da en una aplicación de estas, procuro “avisar” de lo que se van a encontrar al conocerme. Si, es muy triste, lo sé. Pero mi experiencia me dice que a día de hoy estar gorda es para muchos una característica lo suficientemente importante como para no querer seguir sabiendo más de ti.

Por eso, una de estas veces que empecé a hablar con un chico, y tras dejar caer que estaba gorda; con el miedo de quien tiene que confesar una gran traición o dar la peor de las noticias, mi sorpresa fue que al chico en cuestión, pareció no importarle lo mas mínimo.

Y aquí es cuando empieza el problema. En ese momento en el que el simple hecho de que el muchacho no me dejara de hablar o no me diera largas, empezó a invadirme esa sensación de “oportunidad” que no se puede perder, en la que puse por delante la aceptación que sentí por su parte y me olvidé de tener en cuenta mi criterio y de plantearme si él me gustaba o cumplía con las características que yo buscaba en alguien. Y así, el fracaso de la experiencia está garantizado.

Finalmente decidí quedar con él. Iba muerta de nervios pero con la seguridad de que mi cuerpo desde luego, no iba a ser un problema. Y efectivamente, el problema fue otro. En cuanto le vi acercarse al lugar donde habíamos quedado, tuve claro que no me gustaba nada. Si, le había visto en fotos, pero una cosa es una foto y otra muy distinta es el conjunto de físico, voz, olor, energía, gestos etc. que se comprueban en directo.

Solo de pensar que tenía que pasar un mínimo rato de cortesía con él me parecía un suplicio. Aun así, fuimos a dar un paseo, y por si la primera impresión fuera poco, la conversación que lo acompañó después confirmó que ambos no hablábamos el mismo idioma.

Un rato después él me propuso ir  a tomar algo, y fue ahí cuando decidí ser sincera. De una forma amable, le dije que no me apetecía y que prefería que nos marcháramos cada uno a nuestra casa. Y para mi asombro él se llevó un gran chasco costándole aceptar mi negativa. Herí su ego y he de decir que incluso llegue a sentir cierto miedo (procurar que vuestras citas a ciegas sean en un lugar público). Pero finalmente, aceptó y cada uno se fue por donde había venido.

Recuerdo que me metí en el coche y me puse a llorar como loca. En un principio pensé que era por la tensión acumulada de  haber estado sosteniendo una situación incómoda, pero al rato me di cuenta de que el motivo de mi malestar era otro.

Me di cuenta de que había sido injusta conmigo, de que me había olvidado de mi. El hecho de haber pasado la prueba de estar gorda por parte de este chico, me hizo dejar en un segundo plano la posibilidad de que él no me gustara a mi y me expuse a una situación incómoda que no encajaba con lo que yo necesitaba.

Como cualquier otra experiencia, esta me trajo un gran aprendizaje; era necesario que a partir de ese momento invirtiera el orden de los factores a la hora de conocer a alguien. No podía basar la decisión de tener una cita únicamente en el hecho de gustarle a la otra persona. Tengo que darle lugar a mi criterio, a mis gustos, a mi filtro, por que no, no todo me vale. Y merezco alguien a mi medida.

Esto mismo pasa cuando tienes dificultad para encontrar ropa de tu talla. Primero vas buscando una talla que te valga, y después, te vas convenciendo de que el diseño no te disgusta. Y eso, queridas, tiene que cambiar. El orden es inverso, tanto en ropa como en relaciones.

 

Lorena Otegi