A lo largo de la vida te cruzas con todo tipo de ligues: altos, morenos, rubios, del sur, del norte, inteligentes, graciositos, ¡un guiri!, uno del pueblo, un compi de clase, uno del curro… El abanico es tan amplio como puede serlo una playa gaditana.

Pues bien, a algunas humildes mortales nos llega, así de pronto, un momento crítico en la vida. El gran y crítico momento en el que descubrimos que nos pone perriles (y mucho) un tío con el que no tenemos nada que ver y que así a priori es como todo lo opuesto a ti. 

Ahí se complica todo. Porque le escuchas hablar y no entiendes cómo puedes notar tu pussy on fire, cómo se prende tu fuego ante semejante macho. Mientras tus amigas te buscan ligues estilo vikingo, tú fantaseas con esa especie de Bertín Osborne en la veintena.

Yo, feminista, moderna, festivalera, seguidora de tendencias y fan de Lola Índigo. Mi entrepierna, hecha pesicola ante un galán tradicional, de camisa con iniciales y zapatos castellanos. QUÉ ME ESTÁ PASANDO.

Se activan varias alertas, la primera, la más evidente: la alerta roja de no entender por qué ni en qué momento esto está pasando. La alerta naranja de querer llegar hasta el final y plantearte de qué hablaríais después de culminar, porque hay muy poquito en común. Y la alerta ¿verde?, que te pregunta por qué no, si todos somos humanos al fin y al cabo.

El problema en este tipo de casos es que la conversación fluye, sin saber muy bien cómo, y hay roce (de esto, bastante) y cariño. Pero ambos sabemos que si hiciéramos un cuestionario para participar en First Dates, el señor Sobera no permitiría ni que participáramos el mismo día.

En fin, un drama. O no. Porque la química fluye. Inexplicablemente, la química fluye entre dos humanos que no tienen nada que ver, que tienen opiniones distintas a todo y que aprovechan su tiempo libre en entretenimientos totalmente diferentes. Así es la química, aburrida en la teoría y apasionante en la práctica.

Y es aquí donde yo me paro y pienso: No es que los polos contrarios se atraigan, es que esto es un maldito Big Bang contenido y comprimido que en algún momento va a explotar, como ya lo hizo el corazón de Raffaella Carrá. Cuando nos miramos saltan chispas y cuando nos damos dos besos cordiales nos acercamos mucho más de lo políticamente correcto. Y a mí me tiemblan mis piernitas lo más grande.Y lo que no son las piernitas.

Y a ver cómo hago yo para entender por qué me atrae alguien cuya imagen del mundo es la contraria a la mía. Cómo puede la química guiarnos así. Gritaría a la Química, si esa señora tuviera oídos, un “¡Si me queréis, irse!” de manual.

Y al final la conclusión está clara, hay que dejarse llevar y un meneo ansiado es lo mejor de este mundo. Ya veremos si después hay conversación o si la química quedó zanjada. A mí me vale todo. Adiós prejuicios.

 

Vivan los hombres de camisa y gomina. Vivan los zapatos castellanos.

 

Viva la física, la química y todo lo que nos ha hecho llegar hasta aquí.

 

Irene Win