A ver, amigas: decidme si todos son así o si yo soy la única a la que le ha tocado un marido más tonto que poner cenicero en una moto…

Llevamos casados algo más de diez años y resulta que hacía un tiempo que no estábamos pasando por nuestro mejor momento…

Nos queríamos mucho, nos entendíamos bien y no había sucedido nada grave, pero la relación se estaba resintiendo con la monotonía del día a día, el agotamiento y la rutina: los dos estábamos a tope de trabajo, nos comía la casa, nos agotaba la crianza de los niños, teníamos poco tiempo personal y mucho menos para dedicarlo a la pareja.

 

 

Cuando ya llevábamos una temporada así, un día yo me quejé sobre esto ya que a él parecía no importarle. Le dije que esto no podía ser y que teníamos que hacer por sacar tiempo para volver a cultivar la relación de pareja, que últimamente sentía que apenas hablábamos y parecíamos ya solamente compañeros de piso.

Él, como tantas otras veces, me dijo que sí a todo pero sin prestarme tampoco demasiada atención.

Me sentí algo ninguneada creyendo que me había dado la razón como a los locos y realmente no había procesado ni iba a mover un dedo para poner de su parte en lo que le estaba planteando.

Pero me equivoqué totalmente, como vais a comprobar a continuación:

 

 

Un par de noches después, me encontraba durmiendo a nuestro bebé en la habitación cuando, de pronto, sonó una notificación en el móvil y vi que tenía un mensaje de WhatsApp de mi marido, el cual se encontraba en otro cuarto.

Cuando lo abrí, me quedé atónita: el mensaje adjunto era una fotopolla. Acompañada de tan solo tres palabras:

“Te estoy esperando…”

 

 

Si el agotamiento mortal de ese día me hubiera dejado tan solo un miligramo de libido en el cuerpo, os juro que esta se habría esfumado por completo definitivamente después de esto.

Para él, era todo muy fácil: no voy a ser injusta y decir que toda la carga era solo para mi, pero creo que no hará falta entrar en muchos detalles para que os hagáis una idea de lo que era nuestra vida.

Resumiendo: en esos momentos, él estaba en el salón viendo una serie y tumbado en el sofá, y en cuanto yo terminara de dormir al niño, a mí aún me quedaba jornada hasta al menos un par de horas más, solo para dejar todo listo para el día siguiente.

Pero lo que más me indignó es que la complicidad y reactivación de la chispa de nuestra relación de pareja que yo había reclamado, la redujera al sexo. Para él todo giraba en torno a eso y demostraba que, si las cosas siguieran siempre de la misma manera pero follásemos más, no tendría ningún problema.

En caliente, estuve a punto de responder simplemente con un sticker, GIF o emoticono poco agradable. Con uno de estos, por ejemplo, me habría quedado muy a gusto:

 

Qué te den

 

Pero opté por coger aire, respirar hondo y valorar que -a su manera- estaba reaccionando a mis peticiones. Y que el pobre en el fondo no tiene la culpa de ser más simple que el mecanismo de un botijo y más bruto que un arao.

Una dos y tres, cuatro cinco y seis… Yo me calmaré, todos lo veréis…

 

 

Cuando por fin salí de la habitación, mi cara debía ser un poema. Él me esperaba con la minga fuera, sonriente, y le tuve que explicar, con toda la paciencia de la que me pude armar, que no me apetecía en ese momento.

Que su detalle no había funcionado, seguramente por estar fuera de contexto y porque no era eso a lo que yo me refería con reactivar nuestra relación y volver a encontrarnos.

Él, encima, se enfadó y se quedó ofendido. Me dijo que yo no estaba contenta hiciera él lo que hiciera.

Y yo acabé explotando y le respondí que igual estaría más contenta si conociese el placer de descansar o dormir mas de cinco horas seguidas, de poder tener tiempo para mi, desconectar algo de mi carga mental, sacar tiempo para vida en pareja.

 

 

 

Que, sobre nosotros, no le había hablado precisamente de follar, sino de cariño, mimos, atención, interés, tener precisamente menos sexo y más conversaciones…

Él, encamotado, siguió de morros y se quedó con que yo había rechazado sus intentos de acercamiento.  Nada, hijas, como si hablara con una pared. Y me cansé de explicarle lo mismo una y otra vez porque no lo procesaba.

¿Os podéis creer que a partir de entonces, nuestra relación se deterioró definitivamente?

 

necesidades de la pareja

 

Porque para mí era absolutamente inaudito que, no solo no entendiera mi punto de vista, sino que encima se victimizase tanto como para que esto hiciese surgir un nuevo problema que antes no existía.

Pero así fue. Desde ese suceso, él se distanció emocionalmente de mi. Parecía herido y yo, después de dar tantas explicaciones y de sentirme impotente al ver que no le importaban, estaba enfadada y también me alejé de él.

Esta incomprensión mutua por algo tan tonto como una fotopolla nos ha llevado hasta el día de hoy en el que, a pesar de seguir queriéndonos, nos tocamos menos que antes y nos caemos peor que nunca.

 

 

Anónimo

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