Tuve una escapada de fin de semana con algunas amigas hace unos meses. Como era de esperar, surgieron conversaciones de todo tipo, incluyendo las de relaciones afectivas en general y en particular. Este tipo de encuentros, casi siempre, me resultan curativos. Me recargan las pilas, incluso cuando se producen conversaciones y situaciones como las que paso a detallar.

Pese a tener un grupo de amigas bastante amplio y heterogéneo en cuanto a personalidades, la inmensa mayoría nos declaramos “heterosexuales” (lo entrecomillo por las dudas). Solo una tiene a otra chica como pareja, con quien comenzó años después de tener una larga y tormentosa relación con un chico. Nunca ha hablado de su orientación sexual mas que con las más íntimas, ni tiene por qué hacerlo. Pero se ve que ha dejado con dudas a algunas componentes del grupo que, en cuanto tuvieron la oportunidad, soltaron sus comentarios.

Estábamos contraponiendo opiniones sobre lo amplio que es el espectro. Dos de mis amigas insistían en su total heterosexualidad y en que estaban hartas de que se las cuestionara sobre ello. Porque sí, también parece haber ahora una corriente tendente a hacer ver que no hay nadie 100% heterosexual. Pero eso lo dejamos para otro día, solo estoy planteando el marco de inicio.

“Tú eres bollera y punto, que te conozco muy bien”

En esas estábamos cuando a alguien se le ocurrió personalizar el debate en mi amiga Andrea (vamos a llamarla así), quien resulta que es la persona con la que más conecto en el grupo, con quien más principios comparto y con quien más tengo en común. Así que las dos adoptamos una actitud similar ante el festival de clichés que estábamos viviendo.

-Andrea es lesbiana -decía una, usando la tercera persona pese a estar ella delante. 

-Yo nunca he dicho que me hayan dejado de gustar los tíos -replicaba mi amiga, por otro lado.

-Pero hija, que a ti se te nota muy bien. Que es todo: tu manera de ser, de vestirte… Además tú lo has pasado muy mal con los hombres. 

Andrea y yo nos mirábamos sin dar crédito. Yo llegué a sentirme incómoda, pero como veía que ella se lo tomaba con humor, me reía. Hay que entender el contexto de la conversación, el de amigas que se conocen desde hace 20 años (o de toda la vida, en algunos casos) y que no están usando un tono reprobatorio ni discriminatorio.

Los prejuicios

Que no usaran un tono reprobatorio no quiere decir que no fuera prejuicioso ni que, por extensión, rozara la homofobia. Quedó registrado como anécdota, sin más, lo que me hace insistir en mi teoría de que no hacemos amigos/as a partir de los 30 por una razón: no dejamos pasar a desconocidos/as ciertas actitudes, cuando a nuestros/as amigos/as de siempre sí. Ponemos filtros más férreos.

Fue mucho peor otra ocasión en la que, encima, ella ni siquiera estaba presente. La conversación se produjo entre dos chicas del grupo y una persona más que, por aquel tiempo, formaba parte del círculo íntimo de Andrea:

-Ella es lesbiana, estoy segura -decían las chicas, supuestas amigas. -¿No la ves, que no es como nosotras? Nosotras somos más de arreglarnos y eso, ella no. 

Andrea llegó a enterarse de aquellos comentarios, pero pasó un tupido velo, se distanció de las chicas y, con el tiempo, han mantenido una relación que no pasa de lo cordial. Por entonces teníamos entre 20-25 años, ya era hora de que hubieran desaprendido algunas cosas. Pero nos encajamos con 35 diciendo gilipolleces muy parecidas. Y estoy convencida de que esto pasa en todos los grupos de amigos/as del mundo con ciertas cuestiones.

Estando en el instituto, a mis 14 o 15 años, nos asignaron la tarea de hacer un mural sobre la tolerancia y el respeto a los demás. A mi compañera y a mí se nos ocurrió dibujar a varios grupos de  personas en una discoteca. Los miembros de uno de esos grupos, conversando entre ellos, decían:

-Somos hetero, pero no nos importa que en este lugar haya también lesbianas o gais. 

El mural se expuso en el hall del instituto, como otros tantos y, en una conversación casual, le pregunté a una profesora que qué les había parecido. Ella me dijo:

-Eres muy joven para entender esto, pero habéis puesto esta conversación como signo de tolerancia,  cuando, en realidad, es que a ti no te tiene que importar. No tiene ningún mérito que no te importe.

Lo entendí más tarde, sí. De eso hace ya 20 años, pero siempre me he preguntado por qué el profesorado no dedicó unos minutos a explicar en el aula algo que solo mencionó de pasada en una conversación informal y casual.

Los tiempos han cambiado, pero, en mi generación, seguimos muy determinados por una educación que ha ignorado a colectivos tradicionalmente oprimidos, cuando no ha contribuido a la opresión directamente. Es tarea nuestra revertirlo, pero primero hay que estar dispuesta a aceptarlo y no negarlo para evitar la incomodidad de saber que, probablemente, eres homófoba, racista, xenófoba y machista. Lo que cuenta es tu determinación para dejar de serlo.

 

Azahara Abril