El otro día estaba yo navegando por internet y me encontré un tuit con el que me sentí muy identificada. Era este:

O sea. Real. Lo pasé por mi grupo de amigas de WhatsApp, y vi que no era la única a la que le pasaba, así que utilicé la lógica. Si vemos a las demás como diosas del Olimpo (o de Egipto, o del Asgard, o de donde os guste más), y a las demás les pasa lo mismo con nosotras… ¡Es que todas somos diosas del Olimpo!

No voy a centrarme en igualarme a un saco de patatas, porque eso no me haría bien. Y tú que me estás leyendo tampoco deberías hacerlo. ¿Por qué? Porque para mí también eres una diosa (o dios, obviamente). Si tenemos la capacidad de ver en los demás todo lo bueno, y también lo malo, y aun así considerarlos maravillosos, porque eso es lo que les quería transmitir a mis amigas… ¿Por qué no hacemos lo mismo con nuestra mejor amiga: nosotras mismas?

¡Claro, yo también soy una diosa! Y me merezco respeto, cariño, devoción por parte de los comunes mortales (nah, esto último no es necesario), comprensión y amor. ¿Por parte de los demás? Sí. Pero sobre todo, estas cosas que merezco deben venir de mi propio interior.

Como diosa, puedo llevar elegantes túnicas blancas que me quedarán genial, pero también unos vaqueros o un chándal que me quedarán igual de bien. Puedo crear tormentas y hacer enloquecer a las personas. Puedo ser lo que yo quiera, y hacer cosas fantásticas. He conseguido un montón de cosas hasta ahora (que ya han sido narradas por Homero), y voy a seguir conquistando mis metas.

Los dioses también se equivocan, es verdad. Ya sabemos lo parda que la lio Eris al lanzar la puñetera manzana para la más hermosa. Hago un resumen: a la mierda Troya. Y sin embargo ha dado para grandes aventuras, la épica historia de amor entre Paris y Helena, la gloria de héroes como Aquiles… Es decir, que las diosas podemos cometer errores, pero seguiremos siendo diosas y con una lección aprendida.

(Héctor ya sabía la que iba a montar su hermanito Paris al fugarse con Helena)

A veces no es nada fácil percatarte de que eres una diosa. Los dioses pueden costar de reconocer, sobre todo si se camuflan dentro de una misma. A mí me ha costado años darme cuenta, mirarme al espejo o ver una foto y decir: «¡Coño, pero si no soy de este mundo!». A veces aún me cuesta distinguir a la diosa que hay en mí, pero ahí está. Gloriosa. Divina. Maravillosa. Esa soy yo. Y todas vosotras. Tooodas vosotras sois diosas (y dioses) de vuestra propia vida.

 

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