La cosa esta de que el tiempo pasa inexorable para todo el mundo y que la decrepitud es el destino que nos aguarda lo sabemos todos. Lo que pasa es que al final, entre poner la lavadora y ayudar al mayor con el inglés, pues como que se te va olvidando que te estás haciendo mayor.

¿Y qué pasa luego, Mari? En efecto, que de repente algo te recuerda que te estás haciendo señora. Y a mí, últimamente, me han pasado dos cosas que me han recordado que voy tirando pa SEÑORA: una, que estaba mirando Wallapop y me sentí inexplicablemente atraída por un mueblecito “rústico restaurado”. Otra, que se acerca… San Valentín.

Yo no sé vosotras cómo lleváis San Valentín. Yo lo llevo regular. Os pongo en antecedentes: treinta y seis años, tengo, de los cuales llevo los últimos catorce con mi chico. Tenemos tres hijos. Se acerca el día de los enamorados. Y he visto mi vida en diapositivas.

Yo me acuerdo que cuando tenía seis años San Valentín era una súper ilusionante, porque todo el mundo (la tele, las revistas, el cole que era de monjas pero pa comernos la cabeza con tonterías pues nunca era pronto… todo el mundo) hablaba de AMOR. Y con seis años era estupendo porque tú, con seis años, pues quieres a todo el mundo y entonces el día del amor es genial, joder, porque le hacer regalitos y postales a todos aquellos de quienes estás enamorada: a tu madre, a tu padre, a tu prima, a tu amiga, a tu gato. A todos. Menos al niño que te gusta, claro, Pablito. A ese no, no vaya a darse cuenta de que te gusta, maemía qué vergüencita. Pero era ilusionante y esperanzador: el mundo era un lugar hermoso lleno de arcoíris y amor.

¿Y a os dieciséis? Buah, qué pasada San Valentín en la adolescencia. ¿Que te pillaba sin pareja? Emoción absoluta ante la perspectiva de recibir una (¡o incluso varias!) tarjetas y/o regalos. Desolación y apocalipsis si no te caía ni un buenos días, sí. Como fuera, era intenso, porque tú con dieciséis años la moderación no tenías ni puta idea de lo que era. Bueno, qué coño, no lo sabes ahora lo ibas a saber a los dieciséis… (Siempre has sido un poco intensita, Mari, reconócemelo). 

¿Y si tenías pareja? Ostras, aquello era el novamás, porque era San Valentín Y TÚ TENÍAS PAREJA. Así llevarais saliendo trece días, TÚ TENÍAS PAREJA. Y mirabas a las demás ahí como por encima del hombro, y te ponías condescendiente y les decías cosas en plan “Tranquila, Pili, seguro que tú también encontrarás a alguien”. Y tu amiga la Pili pensando que eras gilipollas, que tu novio tenía las neuronas justas pa respirar y no cagarse y que, además, solo llevabais trece días saliendo. Pero como era tu amiga, pues no te decía nada y tú seguías feliz, en tu nube de tu relación perfecta que terminó dos días después.

El San Valentín de mis veintiséis fue genial. Era el tercer San Valentín con mi churri, y siempre decíamos estas cosas de pareja recién estrenada en plan “no necesitamos fechas para decirnos que nos queremos” pero, mira, si llegada la fecha caía algo, pues ascos tampoco hacías. Y fue una cosa así como “vamos a improvisar”, y nos liamos la mochila a la espalda, cogimos el coche y a donde nos lleve el viento. Y tardamos nueve horas en hacer un trayecto de cuatro porque fuimos parando en todos los sitios bonitos, y comimos y cenamos en sitios elegantes, y nos quedamos en un hotel chulísimo súper romántico y nos dimos una sesión de guarradas que yo todavía me acuerdo de aquel día y me tiemblan las rodillas y los labios (los labios, babys, u know).

Y ahora, a mis treinta y seis, yo pienso que otra vez tengo San Valentín a la vuelta de la esquina y he sentido una enorme, profunda y maravillosa… pereza. A mí déjame de flores que YO SOLO QUIERO DORMIIIIIIIRRRRRR. Quiero meterme en la cama el viernes por la noche y despertarme el martes, joder, y que coman todos macarrones o que pidan al chino o qué sé yo, pero que me dejen dormir que tengo mucho sueño. Que yo ya sé que esto suena egoísta y todo lo que queráis, pero entendedme, jolín, que tengo tres niños. Que el otro día tuvimos una crisis que -no me pidáis detalles- hubo que resolver finalmente metiendo una zapatilla en el congelador. No veáis luego para despegar las pelusas.

Pues eso, que pa pensar en flores estoy yo. A mí ponme una camita blandita y mira… Si me apuras duermo hasta mayo. Y para el día de la madre me regalas lo mismo.

 

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