Jamás pensé que “Juego de tronos” fuera a cambiar mi vida como lo hizo, porque gracias a la serie hice realidad una de mis fantasías sexuales de toda la vida: tirarme al fisio después de un masaje.

La cosa es que yo no veía la serie. Los primeros capítulos de la primera temporada me pillaron con un punto mojigato que no veas y decidí que no tenía yo el chakra para tantos ruidos, así que no la continué. Pero cuando iba a empezar la cuarta temporada, estaba todo el mundo tan “on fire” con el tema, que me dio por pensar que tanta gente y tan diversa no podía estar equivocada al coincidir en que aquello era una pasada.

Así que justo antes de que fuera a pillarme el toro, decidí pegarme una maratón y me calcé de golpe todos los capítulos ya emitidos. Y claro, de estar tirada en el sofá, de lado, mirando la tele, repitiendo incluso las escenas de Khal Drogo empujando a Daenerys y todo eso, me sobrevino una distensión muscular que me cogió del cuello hacia abajo, y no me podía mover.

Así que tiré de contactos, y conseguí el número de un fisioterapeuta que por lo visto era un fenómeno, y allá que me fui a que me metiera mano. Nunca mejor dicho.

El interfecto en cuestión era un armario ropero de Ikea de cuatro puertas, unos veinte años más joven que yo, y también con menos pelo en el cuerpo que yo, guapo, reluciente y sonriente, y que nada más llegar me hizo desnudar y me dijo “ponte aquí y así”. Y yo, pues hija, le hice caso.

Me hizo de todo, te quiero decir, profesionalmente hablando, me puso electro estimuladores y me amasó como si fuera a hacer conmigo magdalenas de esas de diseño, y cuando casi estaba acabando y le digo “hijo de mi vida, esto es mejor que un polvo”, levanté la mirada y tenía su paquete justo delante de los ojos.

 

Se acercó más de la cuenta, se arrimó como un torero más bien, y cuando ya parecía que estaba a punto de metérmela en la boca, me indicó que me diera la vuelta y lo hice, se me deslizó la toalla que me tapaba el culo, y antes de que me diera cuenta lo tenía entre las piernas y se estaba acomodando aquello, que parecía la merienda del Piraña en “Verano azul”. 

Nos miramos de reojo, nos reímos los dos, y en menos de lo que canta un gallo su pantalón ya estaba encima de mi toalla, en el suelo, yo con el culo en el borde de la camilla, él colocándose un condón que había aparecido como por arte de magia, y nos dimos la follada padre haciendo equilibrios para no caernos ni hacer demasiado ruido, porque había más gente en las otras cabinas de al lado.

Ni que decir que repetí un par de veces, que eso de que te dejen el cuerpo listo, por dentro y por fuera, lo mandan mucho los médicos y debería estar subvencionado por la Seguridad Social también. Porque aunque no me cobró, todo hay que decirlo, yo siempre iba con los 50 euros en la mano y ya pensando que me estaba convirtiendo en Alexis la de Dinastía, pagándole a un fulano por ponerme mirando a Cuenca.

 

Pandora.

 

 

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