Escribo estas líneas tras haber doblado y guardado mi ropa, habiendo dejado la de mi novio en un montón desordenado, mientras me pregunto qué fue de aquel chico tan limpio, pulcro y ordenado del que me enamoré y en qué momento se convirtió en el hermano perdido de Shrek. En cierto modo es hasta gracioso; cuando conocí a mi novio era prácticamente un maníaco del orden y la limpieza. No descansaba a gusto si no había dejado toda la ropa perfectamente ordenada y guardada por colores, las sábanas y las toallas tenía que ir dobladas de determinada manera, jamás de los jamases se le ocurría dejar la cocina sin recoger después de haber cocinado y, por supuesto, en su retrete se podían comer sopas de lo limpio que estaba siempre. Era maniático hasta tal punto que, cuando nos planteamos irnos a vivir juntos, temí verdaderamente que acabásemos saliendo a malas, siendo él tan exigente con el orden y la limpieza y yo tan…pasota, podríamos decir. 

Que a ver, entendedme, a mí me gusta tener mi casa limpia y ordenada, pero si recojo la ropa por la noche no me importa esperar a la mañana siguiente para doblarla y ordenarla, ni me fijo en si el embozo de las sábanas queda hacia fuera o hacia dentro a la hora de doblarlas. Vamos, que soy bastante apañada pero no llego ni de lejos al nivel que tenía mi novio antes de independizarnos.

Porque claro, supongo que gran parte del cambio que se ha operado en mi chico surge del hecho de que antes de irnos a vivir juntos ambos vivíamos con nuestros padres, y su madre igual otra cosa no, pero para la limpieza y el orden es una máquina. A su ojo es imposible que escape una mota de polvo, una arruga minúscula en una sábana bajera, imperfecciones que pasan completamente desapercibidas a ojos de cualquier mortal. Es comprensible, por tanto, que mi chico fuese tan maniático cuando vivía con ella, y sí, cuando nos fuimos a vivir juntos y vi que la cosa se relajaba un poco por su parte, respiré tranquila.

Pero una cosa es relajarse un poco y otra muy distinta los niveles de dejadez que está mostrando últimamente y que me tienen a nada de convertirme en mi madre y gritar que nos va a comer la mierda: siempre que cocinamos me deja la cocina empantanada y me toca limpiar y colocar todo, se deja la ropa sucia tirada por todos los rincones, me encuentro constantemente envoltorios, envases vacíos e incluso peladuras de fruta en el escritorio, y la última y más grave a mis ojos es que raro es el día que no me encuentro con alguna sorpresa en el retrete porque se le olvida tirar de la cadena. Al principio, como era (o parecía) poca cosa, si veía que se había dejado algo sin hacer o sin recoger lo solucionaba yo, en parte porque me estorbaba ver según qué cosas y en parte porque no quería acabar discutiendo por tonterías; sin embargo, de un tiempo a esta parte no le perdono ni una. Y sí, cuando le señalo algo que se ha dejado por medio o sin hacer lo soluciona sin rechistar, pero sinceramente es agotador tener que andar detrás de un adulto supuestamente funcional no ya para que haga las tareas más básicas, sino para que al menos recoja su mierda.

Así que, como ya me duele la boca de andar detrás de él y yo no soy su madre para reñirle constantemente, he cambiado de táctica: recojo únicamente mis cosas, y si veo que se ha dejado por ahí algo sucio o algún desperdicio, lo ignoro durante días si hace falta; si no tira de la cadena utilizo el otro baño y espero a que se lo encuentre él; si hay ropa para doblar y guardar, me encargo de lo mío y dejo lo suyo en el montón, y así con todo.

A todo esto, no puedo dejar de preguntarme en qué momento ha cambiado tanto, porque puedo comprender (y en su día hasta lo agradecía) que deje pasar una arruga en las sábanas, que no le importe cargar el lavavajillas por la mañana si por la noche está cansado o que ahora guarde todas las camisetas en el mismo cajón, ya que su madre era muy sargento para esas cosas y debe ser liberador, por decirlo de alguna manera, el poder tener la casa a tu gusto sin tener a alguien encima vigilándote. O tal vez sea precisamente que echa de menos esa disciplina y pretende que sea yo quien se la imponga; si es así, lo lleva claro.

Yo, por mi parte, ya he tomado una decisión: o cambia su actitud y empieza a comportarse como una persona adulta, o me voy y que se le coma la mierda.

 

Anónimo