Voy a empezar dejando clara una idea importante: el sujetador es, ha sido y siempre será un gran invento. Con esto quiero dejar claro que no vais a leer una apología en contra de esa prenda de ropa demoníaca y represora de la libertad/es de la mujer, no; simplemente vais a leer mi experiencia personal alrededor de mis tetas y las que han sido durante muchos años sus amigos más íntimos: los sujetadores.

Empecemos por el principio: mi pecho podría catalogarse dentro de lo estándar; es decir, ni muy grande ni muy pequeño. Para ser exactos, una 85C. No vamos a entrar en más detalles porque, a parte de ser irrelevantes para lo que voy a explicar, en esta comunidad todas/os tenemos bien claro que en la diversidad reside la belleza.

Volviendo al tema, desde que empecé a desarrollarme llevé sujetador. Era algo que deseaba con todas mis fuerzas porque marcaba que me estaba convirtiendo en una mujer y como pasa en toda pre-adolescencia, nos corre prisa por crecer y convertirnos en lo que yo pensaba que sería una versión mejorada de mí misma. Efectivamente (redoble de tambores) crecí, y mis sujetadores fueron cambiando a la par que mis crecientes tetas. Me llevaba bien con ellos y me gustaban, pero siempre que llegaba a casa me faltaba tiempo para quitármelos e ir “cómoda”. Porque yo iba muy cómoda sin sostenes, no me dolían ni me molestaban los pechos al caminar, dormir o incluso saltar un poco. Sin embargo, no me atrevía a ir sin ellos: ¿y si se me marcan los pezones?, ¿y si todo el mundo nota que no llevo sostenes, que pensarán de mí?

Por fortuna, seguí creciendo y fui aprendiendo que a la gente (sobre todo de la que vale la pena saber su opinión) le importa un comino si llevas o no sujetador. Es más, apenas se fijan en ello. Aprendí, por inverosímil que me pareciera en ese momento, que cuando la gente me veía lo último que hacía era revisar si me había puesto (o no) esa prenda de ropa íntima para mantener a mis fieles compis bien domadas.

Ahí voy
Ahí voy

Aprender no es asimilar y tuvo que pasar un tiempo y llegar un bien calurosos verano, con los consecuentes vestidos con floripondios que tanto me gusta ponerme, para atreverme a no llevarlos con la excusa de que no quedaban bien. ¡Y qué comodidad! ¡Qué feliz era esos días que podía desmelenarme, ponerme un vestido de tirantes bien bonito y tener la excusa aceptable de no encerrar a mis compañeras!

Cuando terminó el verano, decidí dejar de llevarlos durante el fin de semana. Aún me daba reparo ir sin ellos para ir a trabajar hasta que un martes, sin planearlo, se me olvidó ponerme el suje. Nadie notó nada ni me hizo ningún comentario y fui comodísima todo el día sin ninguna molestia. Ese día marcó un antes y un después y ahora, por norma, no llevo sostén.

¿Significa eso que los he desterrado de mi vida? ¡Para nada! Sigo necesitando sujetador deportivo cuando hago deporte y los días previos a la regla son mano de santo para aliviar el dolor que me causan los pechos al caminar.

Los sujetadores, a mi parecer, siguen siendo un gran invento. Pero que sean un gran invento no significa que sean necesarios para todas las mujeres en las mismas condiciones. Lo veo similar a las compresas ultra-absorbentes, las fajas o los cinturones: a algunas personas les aporta mucha comodidad mientras que otras no tienen necesidad de usarlo. Con esto quiero transmitir la idea de atrevernos a experimentar en busca de nuestra comodidad personal incluso en esas cosas que nos han vendido como absolutamente necesarias para todo el mundo. Al fin y al cabo, lo que realmente importa es nuestro bienestar.

Por suerte, mis tetas y sus sujetadores han tenido una separación armoniosa y negociada. Ellas aprecian lo que hacen por ellas en sus días o momentos difíciles, mientras que ellos saben valorar su inestimable papel ocasional y esperan con ansia el día del reencuentro para quererse y no separarse durante algunas horas.

Gemma Genovés