Yo siempre he sido una hetero de manual. Desde pequeña me encantaban los chicos. Me flipaba tontear, coquetear, y tenía un diario en el que, entre otras cosas, claro, escribía los nombres de los chicos que me gustaban esa temporada. Real.

Sin embargo, había una cosa que me pasaba desde que un día vi parte de una película erótica entre mujeres en la tele cuando me levanté de la cama camino a beber agua, y es que tenía fantasías eróticas con mujeres, además de con hombres.

Pero como todo este tipo de cosas, se quedó como uno de mis secretos, renegado simplemente a pura fantasía.

Con el tiempo, la cosa siguió igual y no pasó a mayores más allá de ver porno lésbico para ponerme a tono. Pero vamos, dada la pésima calidad del porno hetero, era algo que tampoco es de extrañar y que muchas mujeres heterosexuales reconocen hacer.

Mi fijación en las mujeres se basaba sola y puramente en admirar su belleza, sin más.

Hasta que llegó Mónica.

Entré a mi primer año de Universidad y Mónica se incorporó a clase más tarde, ya que fue aceptada para entrar en la última convocatoria.

Me pareció una chica bastante atractiva, y desprendía bastante sex-appeal. Tenía un pelazo y olía súper bien, y para ser sinceros me dio algo de envidia.

Aquel día pasó sin más, pero al día siguiente se sentó a mi lado, ya que era el único hueco disponible.

Y empezamos a hablar. Era simpatiquísima y pronto descubrimos que teníamos muchas cosas en común, entre ellas el amor por los animales y nuestra condición de vegetarianas.

Hicimos muy buenas migas y me invitó varias veces a comer a su casa.

Hablábamos todos los días y muchísimo, y empezamos a quedar fuera de la universidad también.

El caso es que, con el tiempo, me fui dando cuenta de que la ilusión que me hacían sus mensajes, estaba saliéndose un poco de lo normal para una amistad. Pero no quise hacerle mucho caso.

Empezamos a picarnos y a meternos una con la otra en plan coña, cogimos ese rollito. Aunque a veces me daba sensación de tonteo, pero me extrañaba mucho y siendo sincera me costaba discernir un poco entre esa delgada línea.

Un día, en una comida en su casa, Mónica me contó que era lesbiana. Obviamente me lo tomé como cualquier persona normal en este planeta y me pareció de lujo, aunque yo no supe por qué, pero aquello me dio cierto subidón. Mi capacidad de negación desde luego era pasmosa.

Ese mismo finde, Mónica me invitó a dormir a su casa. Algo dentro de mí en el fondo tenía cierta ilusión y esperanza de que pasara algo, pero como siempre mi mente trataba de hacer caso omiso a mis sentimientos.

Dormimos juntas en su cama ese día, y aquí la amiga me contó que ella dormía siempre desnuda, pero que, por si me daba cosa se había puesto sujetador y bragas, que resultaron ser un tanga y además a conjunto con el sujetador. No era nadie Mónica.

Y yo, ¿era subnormal? Probablemente. Porque no sé por qué tardé tanto en darme cuenta.

Para colmo, me abrazó muy cariñosa y nos quedamos dormidas juntas. Yo flipaba con su olor, y cuando se separó y se dio la vuelta y la vi de perfil y de espaldas…no pude evitar ponerme cachonda como una mona.

Ahí algo hizo click en mi cabeza y empecé a asimilar lo que hasta ahora me venía negando.

Ese mismo día dijimos de salir de fiesta y volver a quedarme en su casa, y yo no sabía dónde meterme ni qué hacer, porque a pesar de esa y otras señales como miradas, gestos, y ciertos comentarios y tal…yo no tenía ni idea de si le gustaba o no, y ni por asomo se me planteaba la idea de tirarle la caña.

Pero ya se encargó ella.

Cuando salimos, nos pillamos una buena turra, y en mitad de toda la movida Mónica empezó con las coñas de los besitos entre amigas. Entre besito y besito, la colega cogió y me metió media lengua. Se rio y me preguntó si ya me gustaba la carne o si seguía siendo vegetariana.

Yo, con todo mi palomo y con los nervios por el shock del momento, le dije que no, que no, que yo lo que era, era vagitariana. Nos reímos a carcajadas y me comió la boca directamente como si no hubiera un mañana.

Aquella sensación fue una maravilla. Estuvimos besándonos allí toda la noche, y acabamos…pues eso, en su casa.

Desde entonces no he vuelto a catar un falo.

 

 

HISTORIA REAL REDACTADA POR UNA COLABORADORA