No es novedoso que recalque las múltiples señales que niñas y niños reciben desde la más tierna infancia para atormentarles en todo lo que les queda de vida acerca de lo que se espera de ellos. Y la apariencia física no es una excepción.  Y es que, aunque la sociedad evolucione, sigue encerrando en sus valores más intrínsecos unos determinados cánones de belleza, que, aunque parezcan inofensivos, pueden ser la causa de terribles malestares.

Desde pequeños, y en particular, las personas del género femenino-, estamos condicionados (y por ello, sugestionados) por los estereotipos de belleza que podemos observar en los medios de comunicación: revistas, televisión, cine… y por si fuera poco, ahora nos encontramos en la era de las redes sociales, que han traído aplicaciones como Instagram no sólo para atormentarnos cuando sufrimos rupturas amorosas sino para vendernos ideas de felicidad equivocadas relacionadas con el tema que ahora nos preocupa, el del cuerpo y su peso. Ahora bien, esa lluvia de mensajes procede tanto de estos medios y personas que están detrás y los alimentan cómo de las personas más cercanas a nosotros. En definitiva, somos objeto de una gran avalancha de mensajes hirientes e ideas equivocadas que se agarran al subconsciente como piojos desde las edades más tempranas y que llevan intrínseca una conclusión y un valor subjetivo añadido: eres un gordo o una gorda en esta sociedad.

adolescente gorda

Es  impresionante el número de connotaciones que puede adoptar una sola palabra en nuestro lenguaje. “Gorda” no podía ser menos y es que, en los primeros años de vida “ser un gordito o gordita” es hasta gracioso, bonito, un signo de felicidad, salud y alegría.  Pero vamos creciendo y ahí empieza a complicarse lo que nunca debió haber llevado una carga subjetiva y nos encontramos con que, lo que parecían adorables angelitos jugando en un parque de arena se convierten en enanos con lengua afilada que sueltan palabras al aire cómo “ballena” ó  “hipopótamo” (fortaleciendo el aprendizaje de los animales del zoo a base de insultos, no está mal) ó expresiones cómo “ si es que no puedes verte las rodillas si miras para abajo” o “ necesitas dos asientos en el cine”. Eso sí, vamos ignorando todos esos estímulos negativos o incluso encontrando pelea allí donde quieren buscarla. Porque tampoco somos inocentes del todo y devolvemos ese “gorda” con un “enano”, “en tu pelo hago croquetas” o incluso con un “guarra”. Todo para demostrar que su gorda no nos afectaba aunque llegáramos descompuestos a casa y ese día dejásemos de comer nuestro plato favorito. Los mayores, ante este intercambio de palabras horribles (porque, no nos engañemos, ningún insulto es mejor que otro) adoptaban la actitud y la odiosa frase del son cosas de niños y lo dejaban pasar, pero tú cabeza no lo hacía.  Además, y aunque no somos conscientes, los adultos muchas veces nos referimos para identificar a las personas con un “al gordo” o “a la más gorda”, “al cómo ha engordado” para hablar de un aspecto negativo seguido de un “¿Qué le habrá pesado si era tan guapo/guapa? ó ironizamos con el peso, “de forma graciosa”, con un niño pensando que “sólo estamos jugando”. Y el problema es que no es un juego y, si lo es, seguro que nosotros no seremos los que perderemos.

En el plano más personal, a mis doce años, escuché a mi médico decir en un reconocimiento deportivo refiriéndose a mi peso que “estaba bien, no para ser modelo, pero estaba bien”. Yo me reí pensando que había sido un comentario ingenioso de mi doctor pero llegué a casa a mirarme corriendo en el espejo.

¿Qué significaba estar sólo bien? ¿por qué no podría llegar a ser modelo? ¿Por qué un médico había hablado de mi físico en un reconocimiento para un deporte y había hecho referencia a la moda? ¿por qué no me había dicho: estás perfecta y serás una gran futbolista (y una gran mujer)?

No, se había quedado con el aspecto físico para coartarme de una determinada actividad o sentimiento . Al igual que muchos harían después.

Y seguimos creciendo, y el peso y el aspecto adquieren una relevancia aún mayor. Eres la mas “grande” – porque yo ya no se como usar el término gorda- del grupo de tus amigas y la que, quizá, menos atención pueda llamar a los chicos y chicas. Y eso es algo que notas. Ves como en sus valoraciones tú solo entras como “una chica muy graciosa y muy buena amiga”. Observas cómo la gente te mira de arriba abajo y cosas que antes no tenían una gran importancia empiezan a convertirse en el centro de tus pensamientos. Haces una y mil dietas. Dejas de comer -aunque adores hacerlo- delante de tus amigos para que no sigan alimentando su prejuicio y “no piensen mal de ti”. Empieza una noria existencial en la que hay días en los que  te envalentonas defendiendo tu peso y tu cuerpo y otros en los que llegas a casa realmente derrotada culpabilizándote y sufriendo por no tener “esas piernas largas” o “esa cintura estrecha”, u odiando tus muslos , tu espalda y echándole la culpa a tu cuerpo de que es por él por el que nadie te quiere ni te va a querer.

Y entonces llegas a la universidad con la ilusión de que allí estudiarás con gente adulta, gente más preocupada por tus valores que por la talla de tus pantalones pero la clasificación sigue. Encontrarás al típico “amigo” que hace bromas con tu peso como si a ti no fueran a afectarte porque  casi todos creemos que el peso depende solo de uno mismo y lo que haga, y por lo tanto, los kilos que tienes son los que quieres tener. Y durante una época , dejan de llamarte gorda porque quizá han visto que te afecta o porque creen que no te afecta nada, que sé yo.

Pero no nos engañemos, la sociedad aún tiene mucho que desaprender para crecer y algunos siguen siendo y teniendo un cerebro muy pequeñito. Así que un día, después de muchos otros de auto sabotaje, vuelves a encontrarte con esa temida palabra. Quizá sea de fiesta, o la encuentres en una conversación sobre famosos en tu grupo de amigos o en los complejos que te dice tener una amiga que pesa la mitad que tú. E igual quien te lo dice ni te ha mirado bien. Sólo lo ha dicho para hacer reír porque igual él está demasiado delgado y otro le ha llamado espárrago o es demasiado pequeño y le han llamado gnomo o le han llamado paella o Gollum… ¡Hay que ver que malos somos y cuanta imaginación podemos tener para hacer daño a los demás! ¡Qué don tan horrible!.

Y ahí esta, otra vez: GORDA.

Y ese último “gorda” acaba por romper aquella cristalera que tantos golpes había recibido  durante años. Los primeros gordas de los niños malos, de tus amigos cuando discutíais y os enfadabais, hasta de tu hermano o tu hermana, aunque después se arrepintieran. Y vomitas, como si fuera menos grave que volver a sentir ese dolor cuando te llaman “gorda”. Y entonces, dejas de comer tanto, empiezas a contar todas las calorías que ingieres y cuando las sobrepasas vuelves a vomitar. Vomitas porque quieres gustar. Vomitas porque no quieres ser sólo “esa gorda”. Vomitas porque la sociedad no quiere a la gente como tú. Vomitas porque el ejercicio y la dieta no puedes controlarlo tanto y no es tan fácil. Vomitas porque no quieres ser quien eres. Vomitas para comer más sin arrepentimiento, disfrutando, porque luego nadie verá lo mucho que habías disfrutado. Vomitas para entrar en esa talla 36 que tanto alaban las empresas de moda. Por ese médico que te dijo que no podías ser modelo y por esa niña o niño que no te quiso o el primer novio o novia que te dejó. Ale, chuparos esa. Y dejas de comer y haces ejercicio excesivo. Incluso, en algunos casos, dejas tu suerte abandonada a los efectos de determinadas sustancias.

Y los kilos desaparecen, poco a poco y los años pasan, algo más rápidos. Combinándolo con un poco de ejercicio hasta tienes una buena figura. Crees que empiezas a gustar por tu físico y por eso empiezas a quererte mucho más. Porque antes no te querías porque estuvieras gorda o gordo, no te querías porque los otros no lo hacían. Y cuando dejas de verte sólo como un “gordo/gorda”  y nadie te lo llama, intentas pararlo porque ahora el espejo te devuelve la imagen que deseas. Ahora nadie puede creerse superior a ti. Ahora nadie puede hacerte daño. Ahora, de verdad, puedes formar parte de algo.

Pero, lejos de sentirte mejor, empiezas a empeorar porque te sientes culpable. Culpable cuando comes, culpable cuando dejas de pensar en tu cuerpo e ir tanto al gimnasio, culpable cuando vomitas, culpable cuando algún familiar o amigo se entera de lo que estás haciendo, culpable porque piensas que no estás enferma/enfermo y que tú solo o sola podrás pararlo. Y no puedes.

Empiezas a recibir estímulos negativos acerca de las consecuencias que puede tener cualquier trastorno alimenticio  y te auto convences de que tú no padeces ninguno de esos síntomas. Incluso dejas de vomitar y empiezas a comer bien  porque has llegado a un equilibrio entre la dieta y deporte. Pero la ansiedad interna no la calma nada y tu mente sigue relacionando el tener más kilos con el recibir menos amor, como si hubiera una regla inversamente proporcional no escrita.

Y sigues viéndote fea, horrible,  insuficiente, sigues sintiéndote gorda o gordo aunque en el estricto sentido de la palabra no lo seas. Y no eres feliz y puede que tampoco te quiera nadie. Y empiezas a valorar si, de verdad, todo ese sufrimiento realmente merece la pena. Lógicamente la respuesta es no.

Porque has dejado de estar gorda pero ahora estás enferma y eso no es que sea peor, es que es el verdadero problema.

Sólo porque muchos no pensaron en las consecuencias de sus palabras, porque alguien relacionó alguna vez “estar gorda” con “gustar menos”, porque el peso puede decir más que la personalidad en este mundo de pensamientos limitados y superficiales, porque a un peso saludable lo llamaron solo “ estar bien”, porque no creíste que nadie te dijera de verdad  “eres preciosa” hasta que dejaste de estar gorda,  porque alguien te lo llamó y tú interiorizaste que era malo y lo único que eras.  Y ahora no lo eres o estás, qué más da, ahora estás enferma. Ahora puede que no estés disfrutando de la libertad porque estés intentando superarlo. Quizá dejaste de hacer muchas cosas de las que te estés arrepintiendo. Quizá estés viva por poco o quizá y por desgracia, no lo estés, porque esa maldita enfermedad se llevó hasta lo más bonito que tenías. ¿Y es tú culpa?

 

¿Y es su culpa?. Dejadme dudarlo.

De acuerdo al OMS, en España, 400.000 personas padecen Trastornos de la Conducta Alimentaria. Algunos pueden estar muy cerca de ti. La sociedad debe tomar conciencia del daño que puede provocar en la autoestima una “simple” palabra pero fundamentalmente de la trascendencia que tiene mal atribuida. Los cánones de belleza deben seguir cambiando de tal forma que ninguno sea considerado mejor que otro sino solo distinto porque en la diferencia podemos encontrarnos todos. Porque la belleza verdadera no se encuentra en el reflejo de un cristal ni en los ojos del que nos mira sino en nosotros mismos porque seremos capaces de querer tanto como seamos capaces de querernos, no lo olvidemos nunca. Por todo ello ( y por todos nosotros), dejemos de alimentar falsos ideales y empecemos a querernos ver frente al espejo de una única forma buena: sanos.

 

Anónimo