El día que nació mi hijo mayor supe que mi vida había cambiado, pero nunca imaginé que yo también cambiaría tanto. Siempre pensé que sería yo misma, pero con un nuevo rol: el de madre. Pero no ha sido así. Mi cuerpo ha cambiado, mi forma de vestir ha cambiado, mis prioridades, mis gustos e incluso mi carácter han cambiado. Ahora soy una versión de mí misma que a veces reconozco, y a veces no.

Quiero a mis hijos. Los amo con toda mi alma y no hay nada más importante en mi vida que ellos. Pero también me echo de menos. Echo de menos a la mujer que era antes de ser madre. Esa versión de mí que se dedicaba tiempo a sí misma. Antes de que llegaran ellos, mi vida era mía de una manera que ahora no lo es.

Pequeños placeres que echo de menos

Cuando eres madre empiezas a valorar y a echar de menos cosas que antes te parecían normales, como ir al baño sin público y sin prisas, vestir sin manchas por la ropa, o poder tomarte un café sin que se te quede frío.

Antes de ser madre yo tenía hobbies sencillos: me gustaba leer, me podía quedar hasta altas horas de la madrugada enganchada a un libro o viendo series en Netflix con mi pareja. O salir a tomar un café con mis amigas o unas cervezas sin estar constantemente pendiente del reloj.

Ir a un concierto o al cine a ver una película que no sea de dibujos se ha convertido en una misión imposible. Salir a tomar una copa, a cenar o al teatro con mi pareja es una de esas cosas que más extraño.

Y dormir… pero dormir a pierna suelta, sin hora de levantarte por la mañana. Es una de esas cosas que más echo de menos de mi etapa anterior a ser madre. Yo soy muy dormilona y no descansar es una de las cosas que por llevo de la maternidad.

Me miro al espejo y no me reconozco

En mi caso, he pasado por dos embarazos y dos cesáreas. Mi cuerpo ha cambiado. La barriga colgona parece estar muy feliz conmigo y no me abandona. Las cicatrices de las cesáreas y las estrías me han creado un nuevo complejo y me temo que no volveré a usar un bikini. Las ojeras de no dormir no se disimulan ya ni con maquillaje. Me han salido hasta canas.

Y qué deciros de mi pelo o de mi ropa. Ahora ando con una coleta mal hecha todo el día porque no tengo tiempo ni de peinarme. Y como mi barriga no es la que era, la ropa de antes del embarazo aún no me vale, así que el chándal se ha convertido en mi outfit favorito.

 

Añoro los días en los que me pasaba horas peinándome y maquillándome para ir a tomar algo con mi amigas. Cuando ir a la peluquería, a depilarme o a hacerme las uñas antes me parecía algo rutinario. Ahora, cuando encuentro un hueco después de meses para ir a cortarme las puntas, disfruto cada momento. Cada minutos de charla con la peluquera es un regalo.

La lucha con la culpa

Pero mientras extraño todas esas cosas, hay una parte de mí que no puede evitar sentirse culpable. ¿Cómo puedo echar de menos mi vida de antes cuando ahora tengo lo más valioso que podría haber soñado?

Me repito que es normal, que quererme a mí misma y extrañar quién era no significa que quiera menos a mis hijos. Pero aun así, no deja de ser un tira y afloja constante. Una parte de mí quiere gritar que necesita espacio, tiempo, silencio. Y otra parte siente que, al hacerlo, estoy fallando en el rol más importante de mi vida.

Una de las cosas más difíciles es hablar de esta culpa. Porque cuando lo haces, sientes que la gente te juzga. “Pero si tienes unos hijos maravillosos”, te dicen. Y sí, los tengo. Pero eso no borra el hecho de que a veces me siento perdida en mi propia vida. ¿Es posible amar a tus hijos con todo tu ser y al mismo tiempo querer recuperar una parte de ti misma? Creo que sí, pero es una sensación complicada.

La maternidad es muy contradictoria. A ratos quieres que tus hijos crezcan para volver a ser la que era antes de ellos, pero al mismo tiempo piensas que ojalá se quedaran pequeños para siempre.

Al final, creo que la clave está en encontrar un equilibrio, en darme permiso para extrañar, para necesitar tiempo y espacio, y al mismo tiempo, abrazar la vida caótica, intensa y llena de amor que tengo ahora. Porque no se trata de elegir entre una cosa u otra, sino de aprender a ser todo lo que soy en este momento: mujer, madre, y todo lo demás.