Recuerdo cuando me dijeron que lo más duro de la maternidad sería el cansancio y la falta de sueño. Siempre pensé que la gente exageraba, hasta que tuve un hijo y lo experimenté en mis propias carnes.

Hay muchas cosas de la maternidad que me parecen difíciles de llevar; mi cuerpo quedó con secuelas físicas después del embarazo, ahora mismo mi vida social ha pasado a un segundo plano para acoplarse a los planes de mi hijo, y lo de llevar al crío al parque es una de las cosas más aburridas que hay que hacer como madre. Pero no dormir es, de lejos, lo peor que te puede pasar en la vida.

Si es que por algo la privación del sueño es una de las torturas más utilizadas en la historia de la humanidad. Algunas noches pienso que mi bebé me está torturando para sacarme algún tipo de información, se lo contaría todo, pero no sé que es lo que quiere saber, hasta que no hable y me lo diga…

Cuando nacen, comen cada tres horas aproximadamente, da igual de noche o de día. O a demanda, que si el niño te sale glotón te puede estar pidiendo cada hora o dos horas. Entre que tu hijo se toma el biberón o se agarra al pecho, los gases, le cambias el pañal si es necesario, consigues que se vuelva a dormir, te acuestas tú y consigues dormirte, igual con suerte duermes un par de horas entre toma y toma de tu recién nacido.

Entonces crecen, algunos en seguida duermen del tirón, otros consiguen espaciar más las tomas nocturnas a cuatro o cinco horas, y otros no entiendes la diferencia entre el día y la noche. A mí me ha tocado un bebé que ha decidido que es buena idea despertarse a las dos o las tres de la mañana a comer y quedarse de fiesta hasta las cinco, algunos días hasta las seis. Parece haber decidido que el descanso nocturno es opcional y no va con él.

Mientras el mundo duerme, meces de un lado a otro a tu bebé en un intento desesperado por conseguir que se duerma. Caminas por la habitación con el peque en brazos y te preguntas si volverás a dormir más de tres horas seguidas, si podrás recordar cómo se siente despertar descansada y lista para enfrentar el día.

En un intento de consolarte, otras mamás con niños más mayores te dicen:

“Tranquila, ya verás cuando empiece el cole con tres años, vendrá reventado y dormirá como un tronco toda la noche” ¡Genial! ¡Sólo estaré tres años sin dormir!

¿Y que pasa cuando tu hijo llega a dicha edad? Pues que se te ocurre la brillante idea de darle un hermanito. Y las noches con dos niños son el infierno. El mayor ya empieza a dormir mejor, pero tienes un bebé con el que volverás a las tomas cada tres horas y a dormir a trompicones.

No sé si a vosotras también os han dicho alguna vez aquellos de “duerme cuando el bebé duerma”. Eso está muy bien, es un gran consejo, pero cuando tienes más de un hijo al que atender, el trabajo se multiplica y las horas de sueño se dividen.

Mis noches con un niño de cinco años y otro de seis meses son las siguientes: a mi hijo mayor lo acuesto cerca de las nueve, el pequeño se duerme a esa hora también, pero a las doce le toca un biberón. Entre las tres y las cuatro se despierta para volver a comer y la mitad de las noches nos dan las seis hasta que se vuelve a dormir.

¿Qué yo cuando duermo? Pues después del biberón de las doce, hasta la siguiente toma si es que el mayor no se levanta con alguna pesadilla, que quiere hacer pis o beber agua, y luego una hora y media que me da tiempo entre las seis de la mañana y el despertador que tengo a las siete y media.

Dicen que el cuerpo se acostumbra a no dormir, pero será el de otra, porque el mío no. Yo estoy todo el día de mal humor, irascible, no tengo paciencia y soy incapaz de rendir al cien por cien en mi trabajo, por muchos cafés que me tome.

No dormir es, sin duda, lo peor que te puede pasar en la vida. Pero también sé que cada noche de insomnio viene acompañada de un amor incondicional que nunca había experimentado antes. Y eso hace que, después de todo, el cansancio valga la pena.