El tema del postparto es tan extenso que daría para hablar horas y horas y horas y aun así te quedarían cosas por decir.
Todo en ti se remueve, cambia, a nivel mental, a nivel físico y a todos los niveles que se te ocurran. Te sientes que ya no eres tu, al fin y al cabo, ya no eres la misma, con tu hija ha nacido otra versión de ti misma. Una versión que ya no puede ponerse la ropa interior que llevaba antes.
Tus tetas han duplicado tamaño y con los sujetadores de antes cada vez que te agachas y te levantas tienes media teta fuera, has tenido que hacer una remodelación de talla y te has acostumbrado a una especie de sujetadores medio deportivos que son descapotables y están preparados para la lactancia. Independientemente de si das el pecho o no, te los plantas porque son cero sexy, con tirantes anchos y si te sueltas el enganche tienes ganas de gritar ¡pechos fuera! como Afrodita en Mazinger Z, pero son muy cómodos.
Más allá de los sujetadores, que eso tiene un pase, viene el increíble mundo de las bragas que de repente se presenta ante ti.
Durante el embarazo te apañas más o menos con las que tienes, te puedes comprar alguna más altita y tan a gusto pero… ¿y en el postparto? Te has comprado en tu super preparación de ser una madre eficaz y precavida, bragas de esas desechables por si las moscas, llevas las altitas y crees que está bien. Pues no, no está bien.
En mi caso, no había previsto que acabaría con 14 grapas en el abdomen y que me daría pánico ponerme las bragas desechables que están hechas como con una gasa deshilachada, es una especie de parte de disfraz de momia integral, y me daba muchísimo miedo que las grapas se enredan en los filamentos y acabara sin poder quitármelas nunca.
Entre el dolor y el miedo, ahí estaba sangrando a lo bestia sin saber muy bien qué braga me iba bien. Las altitas que me compré en el embarazo no me parecían tan altitas ya, cualquier cosa que rozaba mínimamente la cicatriz para mi era un infierno de tela. Así que empecé a tontear con las bragas de abuela, esas típicas blancas de algodón, altas nivel bikini años 50.
Me compré unas, pero es que notaba que me rozaban un poco, entre la barriga que seguía estando pero ya sin estar rellena de bebé, y la cicatriz, pues iba incómoda. El roce mínimo de la tela con la herida era pánico. Así que ya no era un juego ya fui al siguiente nivel y me compré 5 bragas de señora, de un tamaño que si decidía tirarme con ellas por el balcón de un décimo piso habría sentido la brisita en la cara mientras descendía plácidamente con mis bragas a modo de paracaídas .
Las pintas no eran muy buenas, como he dicho, me transformé, ya no era yo, era Barney de los Simpson en el capítulo que va de bebé.
Todo mi tronco eran esas bragas blancas y fofas, de culo bailongo. El antimorbo pero la comodidad máxima. Llegó un momento que no sabía si volvería otra vez a dejar de lado las bragazas, pero el día llegó y no puedo hacer otra cosa que alegrarme de haberlas dejado atrás y por otro lado, recomendar las bragas enormes y anchas a todas las que pasen lo que yo.