Hijos. Los creas, los gestas, los traes al mundo (muchas veces con dolor), te pasas innumerables noches desvelada por cuidar de ellos y, ¿para qué? Para que decidan que les caes mal y no te hablen.

Tengo una peque. Ahora mismo tiene 8 años y tenemos una relación muy bonita. Pero no siempre ha sido así.

Soy madre soltera. Desde el embarazo, el papá de mi peque no estaba preparado para ser padres, y yo decidí tirar adelante sola.

Dejé de trabajar en cuanto tuve a mi peque. Pedí una excedencia para poder disfrutar de ella. Y pudimos vivir gracias a unos ahorros que yo tenía. Volví a trabajar cuando mi peque empezó el cole.

Por ello, siempre he estado con mi hija. Durante los tres primeros años de su vida, estuvo conmigo las 24 horas del día. Y la niña parecía feliz. Se reía, jugaba, lo normal vamos. Pero no hablaba.

Ni un mamá, ni un hola, nada.

Al principio, ni el pediatra ni yo le dimos importancia. Cada niño lleva su propio ritmo.

Cuando la peque cumplió los 18 meses empecé a preocuparme.

Sé que está mal, pero no podría evitar compararla con otros niños que conocía y que charlaban hasta por los codos. ¿Por qué mi hija no era así?

El pediatra atajó mis dudas rápidamente. La niña hablará cuando esté preparada.

Pero cuando cumplió los dos años, me dio la razón y nos mandó a hacer pruebas. Le miraron el oído, las cuerdas vocales, el cerebro…todo salía normal.

No había ningún indicio médico que indicara que la peque no fuese capaz de hablar. Sin embargo, ahí seguía, muda.

Nos derivaron a terapia, pero con la niña tan silenciosa no avanzamos nada.

Meses más tarde, decidí llevarla a un especialista privado.

Le volvieron a hacer todas las pruebas y varias más. Nada. Todo normal. En una de las pruebas, le pedí a la enfermera si podía ausentarme un momento para ir al baño.

Cuando volví, me encontré a mi enana charrando animadamente con la enfermera. Y se calló de inmediato en cuando me vio entrar.

Probamos varias veces más y comprobamos que sí. En cuanto yo no estaba presente mi pequeña hablaba hasta con las paredes.

Nos volvieron a derivar a terapia infantil, donde mi hija confesó “mi mamá no me gusta es una pesada”. Y que por eso no hablaba. Porque, por tres años, yo había estado siempre presente donde estaba ella. Misterio resuelto.

Cuando tuvo 3 años, 7 meses y 21 días, y la llevé por primera vez al colegio, me dio un abrazo y me dijo “adiós, mamá”. No lloraba tanto desde que murió Mufasa.

Desde ese día, fue soltándose poco a poco y hablando más y más.

Actualmente, me cuenta hasta los pedos que se tira con todo lujo de detalles y todo ha quedado en el olvido.

Pero esta es la historia de como me gasté 500 euros en un diagnóstico de “a tu hija le caes mal”.

Andrea.