Nunca me importó hacer planes con otras familias para que mis hijos pudieran jugar y relacionarse fuera del colegio con sus compañeros y compañeras. Había varias madres en el grupo que eran bastante de mi estilo, coincidíamos en nuestras ideas de crianza y en nuestros gustos; podríamos, incluso, ser amigas. Pero, tras varias quedadas del grupo completo, llegó el primer cumpleaños en ese odioso “parque de bolas” (que no sé por qué se les sigue llamando así si en la mayoría ya no hay bolas) y, con él, el tan poco ansiado grupo de padres de WhatsApp (nuevamente se le llama así a pesar de la ausencia casi total de padres, aunque eso si sé por qué es).

En él se informó de la fecha del evento y nos pusimos de acuerdo en cómo hacer con el regalo, la entrada al parque y todo eso. El primer cumple pasó sin pena ni gloria, y así fueron los siguientes hasta que, la madre de un niñito tímido del grupo informó de la celebración de su pequeño en un parque diferente. Era un parque nuevo, mucho más llamativo, con un número de colchonetas infinito y mil artilugios más. Obviamente era más caro, pero eso era decisión de ella, o eso pensamos muchas.

Acercándose la fecha nos informa de que, ya que ese parque era “de otra categoría” (palabras textuales) el regalo que recibiera su hijo también debía serlo, por lo que, en vez de pagar una parte de la entrada y que ella comprase un regalo a su hijo de nuestra parte (que era como teníamos acordado hasta entonces), debíamos abonar los 20 euros de la entrada y traer un regalo en común de una lista que nos mandaría. Al momento recibimos una lista de enlaces de Amazon de productos que, claramente, no había elegido el niño. Ninguno bajaba de 150 euros y somos 15 en el grupo, así que nos saldría en 30 euros el cumpleaños como mínimo. Además, nos insistió en que no tardásemos en decidir porque debía llegar antes del día de la fiesta y algunas cosas ponían que podían tardar hasta una semana en llegar.

Se había hecho el silencio en el grupo, de lo cual me alegraba un poco, porque cada día era un no parar de “alguien que me mande los deberes de inglés, que Fulanito se dejó el libro en clase” “¿alguien sabe qué toca mañana de merienda? Perdí la lista” y, mis favoritos “¿Alguien más no está de acuerdo en que X profe haya hecho X cosa? Voy a llamar al ampa para quejarme”, esa cosa solía ser une estupidez tremenda, pero también solía preceder a una tarde de mensajes absurdos con reivindicaciones escolares sin sentido como “no me parece bien que se ponga bocadillo los lunes, los domingos no abren los súper y no podemos tener embutido fresco”. ¡¿En serio?! No hay nada que me preocupe más en el mundo que mis hijos, pero… ¡NO! Por ahí no entro, lo siento. Solía tener el grupo en silencio y solo entraba para enviar alguna foto de los libros cuando veía a alguna madre desesperada o para confirmar la asistencia de los niños a algún cumple. 

El caso es que, tras una hora de silencio como respuesta, esta señora tuvo a bien añadir que, siendo una entrada tan cara, los hermanos que vinieran también debían pagar, aunque si permitía (PERMITÍA) que para el regalo pusiese solamente uno. Éramos varias las que teníamos dos hijos de edades similares y, al no tener con quien dejar a los pequeños y también ser amigos del cole, solíamos llevar a ambos a los cumples, pero desde el inicio se dijo que se pagaba X cantidad por familia, para evitar gastos desorbitados. Total, que me saldría la broma en unos 50 euros MÍNIMO. Teniendo en cuenta que ya había sido el cumple de otra niña dos semanas antes, ese mes gastaría más en cumples que en meriendas para el cole (y no, no les mandamos ya embutido rancio los lunes). Fui la primera en contestar: “No cuentes con nosotros”, ni me molesté en inventar una excusa. Al momento siguió hablando, prometía una gran mesa de canapés Deluxe para los adultos y una mesa dulce decorada para los peques, con tarta de 3 pisos y aseguraba que se había dejado medio sueldo en los preparativos, que no podíamos faltar. Entonces ya se desató el caos. Decenas de mensajes por segundo diciendo que era una sinvergüenza, que cómo exigía esa barbaridad de pasta para un cumple de 7 años, que nadie le mandaba meterse en semejante gasto… Excepto una mamá, amiga de ésta seguramente, que dijo que la celebración y las normas de esta eran una decisión personal y que podíamos hacer lo que quisiéramos, pero debíamos pensar en ese niño, que no tenía culpa de nada. 

Pues ya se me hincharon los ovarios, así que envié lo siguiente: “Evidentemente se debe pensar en el niño primero, pero quien debe hacerlo antes que nadie es su madre, que está dejando a su hijo sin amigos para su celebración anteponiendo sus ansias de una fiesta de postureo. Mis hijos no van, pero ni a este ni a ninguno más en estas condiciones. Nosotros celebramos nuestras fiestas en casa con un par de amiguitos y cada uno trae lo que quiere. Además, debo decir que los deberes son responsabilidad de los niños, así que si mis hijos olvidan los deberes, los llevan sin hacer, me da lo mismo el día que toque bocadillo porque le mando chorizo y si el profesor cambia la hora de mates por la de lengua ME DA EXACTAMENTE IGUAL.” Y acto seguido salí del grupo. Las otras dos madres con las que me llevo salieron conmigo. 

La fiesta se canceló. Mis hijos le hicieron un dibujo a su amigo por su cumple y se lo dieron en clase. Ahora oigo cuchicheos en la fila por las mañanas, pero vivo mucho más tranquila. No podía seguir participando en semejante espectáculo. 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia anónima.