Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real

 

Este post está absolutamente exento de drama, adversidades y tragedia.

Es la experiencia de una madre primeriza más, llena de tantos miedos como de ilusiones.

Como os digo, no hay nada malo ni triste que destacar.

Me quedé embarazada dentro del plazo medio, era un bebé muy deseado y, salvo las típicas molestias sin ningún tipo de gravedad, todo fue como cabía esperar.

Bueno, casi todo salió como cabía esperar.

Yo tenía treinta años, mi chico veintinueve, ambos gozábamos de buena salud y en nuestras familias no hay antecedentes de enfermedades importantes, por lo que decidimos no realizar ninguna prueba genética ni amniocentesis ni siquiera el famoso triple screening que todavía no sé muy bien qué es.

Tal vez haya quien piense que pecamos de inconscientes, no obstante, lo consultamos con el ginecólogo y él tampoco consideró que fuese necesario.

Así que, entre eso y que no me gusta demasiado pasar más tiempo del necesario en clínicas u hospitales, durante el embarazo me sometí solo a las pruebas estrictamente necesarias. Lo que se redujo a cuatro ecografías, otras tantas analíticas, test de Sullivan, monitores en la recta final y poco más.


Foto de Jonathan Borba en Pexels

Sé que suena un poco absurdo, pero yo me sentí mamá desde el mismo día en que nos confirmaron que estaba embarazada. No me importaba no sentir nada físico ni ‘real’, por así decirlo; en el momento en que supe que había un embrioncito dentro de mí, nada volvió a ser igual.

Por la mañana era yo, al medio día de repente éramos dos.

Y lo tenía presente cada segundo de cada minuto de las veinticuatro horas del día.

Sin embargo, los primeros meses, una parte pequeña de mí necesitaba algo más palpable, más tangible para terminar de convencerse de que iba a convertirme en madre.

Al principio había intentado conformarme con las leves náuseas y otros síntomas de mi estado.

Luego con los primeros amagos de pataditas que más tarde serían verdaderas patadotas.

La ecografía en la que por fin pudimos ver algo más parecido a un humano que a un alien, me apaciguó un poco.

Pero todo cambió cuando en la eco de las veinte semanas nos confirmaron el sexo del bebé.

 

Dramamá: el día del parto mi hija resultó ser mi hijo

 

¡Era una niña!

Ya no era osito gominola, garbanzo, bichín ni bebé.

Era nuestra nena. Y a los pocos días pasó directamente a ser ‘Carol’.

Ya todo era Carol. Las cositas que necesitamos para Carol. La habitación de Carol. Caray, Carol, cómo te pones cuando mamá come chocolate.

Carol, Carol, Carol.

No conseguía ponerle carita, pero me visualizaba con mi niña en brazos. Me veía con una niña de chichos y vestidos.

Carol se hizo tan real que ya no podía imaginar un mundo en el que no existiera.

Solo le faltaba nacer.

Por fin llegó el día, se desencadenó el parto y, después de unas horas y con el cordón aún uniéndonos, el médico nos dijo:

 

-Oh, vaya. Es un niño.

-No puede ser, nos dijeron que era niña. Se llama Carol.

-Pues no hay duda, es un niño.

 

Dramamá: el día del parto mi hija resultó ser mi hijo

 

¿Perdona?

Al parecer, a veces pasa.

Pocas veces, pero pasa.

En pleno siglo XXI te pasas meses esperando tener un bebé de un sexo y resulta ser del otro.

Y, a ver, no es nada grave. No debería.

Sin embargo, además del hecho de que la habitación de nuestro bebé estuviera pintada y decorada en diferentes tonos de rosa, de que toda la ropita que teníamos era de la considerada ropa de niña y de que la mitad de sus cosas tuviesen un enorme CAROL bordado, pintado o serigrafiado encima, lo peor no era eso.

Lo peor fue que, de alguna manera, para mí ese bebé niño que me estaban poniendo encima del pecho, era un desconocido.

Fue como si alguien nos hubiera arrebatado a Carol y nos hubiera entregado a cambio a otro bebé nuevo que ni siquiera nombre tenía.

 

Dramamá: el día del parto mi hija resultó ser mi hijo

 

No me costó enamorarme de mi hijo, entender que siempre había sido él.

Tardamos un par de horas en ponerle nombre, solo porque me costó admitir que la alternativa que propuso mi chico me gustaba más que las mías.

Cuando lo acostamos por primera vez en aquella habitación que redecoraríamos pocas semanas después y lo arropé con una mantita de unicornios rosas, supe que lo amaba incondicionalmente.

Pero no pude evitar sentir que me faltaba Carol.

Y no sé si es normal, si soy una loca o si es comprensible que me sintiese así, pero tardé meses en superar el duelo por la niña que perdí por el simple hecho de que nunca existió.

 

Anónimo

 

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