Siempre defendí que la bi-maternidad no estaba hecha para mí. Tuve a mi primera hija con 29 años, todos me dijeron que era increíble que quisiera ser madre tan pronto aunque la verdad es que yo en absoluto lo consideré una locura. Tenía ya mi trabajo, una vida encauzada y tanto mi pareja como yo sabíamos que queríamos disfrutar de nuestro bebé siendo jóvenes.

Aldara llegó al mundo tras un parto de lo más sencillo. Aunque el embarazo también se había caracterizado por lo bien que había ido todo. Apenas unos días de nauseas, ningún dolor y a tope de energía hasta que rompí aguas el mismo día que salía de cuentas. Los médicos que me llevaron decían que aquello había sido de libro, y yo agradecí muchísimo que la llegada de Aldara hubiese sido tan fácil.

Mi hija como bebé era… pues un bebé. Llorona cuando necesitaba de nosotros, glotona como ella sola y muy adicta a los bracitos de su padre. Decidimos criarla en el respeto, por lo que no le negábamos un abrazo o el dormir con nosotros cuando así lo pedía. Según fue creciendo, Aldara hizo alarde de su gran personalidad. Una niña buena y respetuosa pero que además se hacía valer allí donde llegaba. Le encantaba ser el centro de atención y demostrar sus habilidades. Con 4 años ya demostraba que tenía unas dotes artísticas increíbles y se pasaba el día dibujando y preparando regalos para toda la familia.

Como os digo, tras la llegada de Aldara mi marido y yo no nos planteamos tener más hijos. No porque criarla a ella fuese difícil, porque no lo era en absoluto, sino porque no entraba en nuestros planes volver a empezar con todo el proceso del embarazo y de criar desde cero. Aunque es evidente que a veces la vida está para sorprendernos, y a los pocos días del quinto cumpleaños de mi hija me tuve que hacer un test de embarazo ante la duda por un retraso considerable de la regla.

Positivo, muy positivo. Las dos líneas del test se marcaban casi a fuego. Sonreí, lloré, me preocupé… Lo que hice fue salir del baño y enseñarle a mi marido lo que habíamos hecho. Ninguno de los dos nos lo podíamos creer, pero a veces las cosas pasan, y así fue como le dimos la bienvenida a David.

hermanos

Si mi embarazo de Aldara había sido todo un camino de rosas, en el de David viajé a Mordor en más de una ocasión. Estuve tres meses enteros vomitando sin parar, soportando después unos ardores que no me dejaban descansar y con un dolor en la pelvis que no me permitía ni dar dos pasos sin llorar. Solo quería que llegase el día del parto para verle la cara a mi pequeño, pero también para librarme de aquel embarazo de pesadilla.

Como colofón final, David se dio la vuelta a los pocos días de nacer, por lo que me tuvieron que hacer una cesárea de urgencia.

Durante todo el embarazo Aldara me miraba y me preguntaba si estaba bien. No la veía nada convencida de todo lo que estaba pasando, e intenté que comprendiera que allí dentro estaba su hermano y que los dos iban a pasárselo genial juntos. Ella de todas formas desconfiaba, mi mala cara no le gustaba y creo que en parte culpaba a su hermano David de todo mi sufrimiento.

El día que vino al hospital a conocerlo fue como el primero de muchos. Mi marido la asomó a la pequeña cuna donde estaba David completamente dormido, ella lo miró y lo único que dijo fue que era muy feo. Nos reímos y le dijimos que era normal que estuviera arrugadito, que había pasado mucho tiempo en la barriga de mamá. Pero Aldara volvió a mirarlo y añadió que nunca había visto un bebé tan feo en toda su vida.

¿Quién fue el culpable de los celos de Aldara? Puede que nosotros, nuestra manera de criarla o simplemente su forma de ser. En casa ya no éramos ella y nosotros, ahora David ocupaba un lugar importante y para mi hija cualquier cambio era un drama auténtico. Desmontar su habitación de juguetes para montar allí el dormitorio de David fue la primera de las grandes crisis. No queríamos tener que imponernos, pretendíamos que nuestra hija pudiera entender que David necesitaba su espacio, y que ella podría seguir jugando en su habituación. No nos lo puso nada fácil, Aldara llegaba a montar unos berrinches terribles por cualquier nimiedad.

Jamás la habíamos visto tan fuera de sí. Me veía amamantando a David y se me acercaba preguntándome si ella también podía tomar. Hacía años que no le daba el pecho, y solo le dije que si quería, podía tomarla, pero que quizás con su edad era mejor que se sentara a mi lado y que yo le daría los mimos que necesitase. Nunca se conformaba. En cuanto veía que yo centraba mi interés en David, ella pataleaba o simplemente soltaba un insulto al aire sin venir a cuento.

Mis padres nos decían que la habíamos consentido demasiado y que para ella su hermano era como un problema que no le permitía a ella brillar. No lo veíamos así, seguíamos estando muy pendientes de Aldara, acompañándola y ayudándola con los deberes, jugando con ella y haciendo planes para que nunca se sintiera sola. Lo que a nuestra hija no le gustaba era que en todos esos planes también entrase David. Ese bebé que para ella seguía siendo feo, inservible y molesto.

Veía a mi hija taparse los oídos cada vez que David lloraba, pedirnos que apagáramos al niño o que lo haría ella. Le pedíamos paciencia pero para Aldara eso no existía. Así que empezamos a plantearnos un poco de ayuda profesional.

hermanos

David tenía ya 15 meses cuando dimos el paso de llevar a Aldara al psicólogo infantil. Veía que mi hija no era feliz y no podía consentir aquello, no en mi casa. En el colegio se comportaba bien, como siempre, aunque su profesora nos había dicho que Aldara jamás hablaba de David, era como si no tuviera ningún hermano.

Mientras la terapia comenzaba a hacer efecto nos tocó lidiar con una hija que cada vez mostraba más desagrado por su hermano. Ya la habíamos pillado en alguna ocasión pellizcando el brazo de su hermano o tirándole del pelo con la excusa de hacerle una caricia. Aldara estaba realmente frustrada y mis miedos se enfocaban a que su infancia no fuese la adecuada por no saber gestionar esos celos.

Un buen día dejó de comer. De la noche a la mañana. Decidió que solo quería tomar purés, como su hermano y por más que quisimos demostrarle que para ella era mucho mejor su comida, su cabezonería pudo con todo. Mi marido llegó a perder los papeles una noche, castigándola sin irse a la cama si no se terminaba el plato de comida que le habíamos puesto delante. Aldara, lejos de enfadarse o de montar un berrinche, se mantuvo quieta y en silencio sentada a la mesa. Estuvo así tres horas, hasta que sin decirnos nada se comió todos los trozos de tortilla y se fue a la cama sin decir nada más.

Me daba una pena terrible, porque esa niña feliz y entusiasta que habíamos criado se estaba yendo, víctima de los celos por su hermano.

Bajó de peso, tenía ojeras y ya apenas sonreía. El psicólogo decía que poco a poco la niña entendería que su hermano no era el enemigo y que nosotros por nuestra parte lo estábamos haciendo bien. Pero era muy duro verla, terrible.

¿Cómo se recuperó Aldara de todo esto? Efectivamente los expertos tenían razón. Cuando David cumplió los dos años y comenzó a interactuar realmente con su hermana fue como si ella viese el potencial que tenía el ser una familia numerosa. Vimos como un día Aldara llamaba a David para que la ayudara a montar un fuerte de vaqueros y para nuestra sorpresa la vimos sonreír mientras su hermano destruía la construcción a lo Gozilla.

Era cierto que Aldara necesitaba tiempo. Ese y además ver cómo su hermano era mucho más que un bebé que lloraba y le robaba tiempo con su madre. Pasamos una etapa durísima, y David fue durante mucho tiempo ‘el niño feo’ a los ojos de su hermana, aunque al menos ahora el bueno de nuestro pequeño ya no era el enemigo al que batir, sino más bien el niño patosete al que enseñar a jugar.

Fotografía de portada

 

Anónimo

 

Envía tus testimonios a [email protected]