Ay mi hija… esa dulce y tierna criatura de once años que me lleva por la calle de la amargura…

Aún hoy, casi un mes después de lo sucedido, todavía la tengo “castigada” después de la última faena que me ha hecho y que os voy a contar hoy:

Resulta que la chiquilla, como tantos otros, estaba enganchada a un juego en línea del que no pienso hacer publicidad encima de todo.

Un juego de unos muñecos más feos que pegarle a un padre donde puede construir su propia casa e interactuar como en la vida real con otros jugadores que estén conectados al mismo tiempo.

 

¿Qué nueva trastada se nos puede ocurrir para el día de hoy?

 

Hace bastante tiempo que lo usaba bajo mi supervisión y la de su padre, y lo hacía obviamente en su versión gratuita.

Pues bien: el otro día, me encontraba comprobando mi cuenta bancaria y me llevé la sorpresa de mi vida: casi me caigo al suelo de culo cuando vi un cargo de casi 500 € que ni esperaba ni identificaba.

Por el concepto del extracto, enseguida sospeché lo que había pasado: y es que hacía un tiempo que le habíamos regalado a la niña 10 euros de crédito para que pudiera comprar accesorios en el juego de las narices.

¿Cómo se hizo? Llevando a cabo la compra introduciendo los números de mi tarjeta en la misma aplicación.

Su padre y yo, a lo largo de todo ese tiempo, habíamos continuado supervisando una y otra vez su actividad en línea, sobre todo para comprobar que continuaba teniendo desactivada la opción de chat que ese juego ofrecía y que a nosotros no nos parecía segura dada su edad y el perfil de edades de usuarios del mismo (que podía abarcar desde niños a adultos) pero justamente nunca habíamos estado presentes justo en los momentos de adquisición de sus nuevas «compras».

Y, además, la cría nunca había vuelto a tener acceso a los datos de mi tarjeta ni le habíamos comprado más créditos desde aquella vez.

Me llevé un disgusto enorme y automáticamente confronté a mi hija para pedirle explicaciones. Enseguida nos dimos cuenta de lo que había pasado y realmente creímos en su inocencia e inconsciencia.

 

Creo que, al final, se me ha ido un poco de las manos…

 

Por lo visto, los datos de la tarjeta se quedan guardados automáticamente y ella había ido pulsando continuamente la opción de “adquirir objetos” y de forma repetida a lo largo de los meses, creyendo, al ver que los recibía sin pedirle más datos ni nada más, que por algún extraño motivo el juego ahora los obsequiaba gratis.

La niña se sentía muy culpable y no paraba de llorar ante nuestra regañina.

No hace falta decir que inmediatamente borramos los datos de mi tarjeta y la obligamos a desinstalar el juego y desintoxicarse durante un tiempo de tanta pantalla. Ella aceptó sin oponer la mínima resistencia y nos estuvo pidiendo perdón durante varios días.

 

Niña vestida de novia y cabeza agachada.

 

Lamentablemente, esos 500 euros ya no los vamos a recuperar pero hay una parte positiva en todo esto y es que hemos vivido en nuestras carnes y aprendido algo muy importante sobre los peligros de los juegos por internet, y aún me doy con un canto en los dientes porque hay peligros mucho más graves y mayores.

Pero, sobre todo, me parece importante el aprendizaje de mi hija con este suceso, ya que realmente ahora parece mucho más consciente de estas cosas y ni siquiera ha pedido que se le levante el castigo.

Lo cuento por si este aprendizaje os sirve de algo a los padres y familias que estéis leyendo esto y conseguimos que os salga más barato que a nosotros…

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia REAL de una lectora