Mi hija tiene 16 años y es la tercera vez que en lo que va de curso que no ha sido capaz de aprobar ninguna asignatura. Mentira, ha aprobado educación física aunque lleva todo el año quejándose para que su padre o yo le redactemos un justificante que la libre de esa tortura que es ir dos veces por semana a hacer algún deporte al gimnasio del instituto. ¿Os parece duro lo que os acabo de contar? Lo es, soy consciente, pero en estos meses he aprendido a gestionar todo lo que siento cuando veo que mi hija se encuentra tan sumamente desmotivada.

Ella siempre ha sido una persona con ideas difusas. Lo que viene siendo un pequeño caos que al principio nos hacía mucha gracia. Un torbellino que era muy difícil de mantener centrado, lo achacamos siempre a su personalidad y sus profesores tampoco le dieron mayor importancia. De hecho ella aprobaba y pasaba de curso como el resto de sus compañeros. Claro que no era en absoluto de esas niñas que consiguieran leerse un libro completo o hacer los deberes a tope de concentración. Más bien todo lo contrario, necesitaba saltar, bailar, contarnos mientras tanto lo que había pasado aquel día en la clase y quejarse un rato de todo un poco.

Como os digo, no nos comenzamos a preocupar realmente por toda esta situación hasta que la niña entró al instituto en primero de ESO. Las cosas cambiaron mucho entonces, ya fuera por el ambiente del centro, por los profesores o porque ella directamente dio un giro en favor de una forma de ser mucho más radical. Adaptarse a ese primer curso fue terrible. Su tutora nos llamaba y nos comentaba que la niña se pasaba las horas descentrada, como si todo lo que se hablaba en clase no tuviera que ver con ella. Llegaba a casa y tiraba la mochila para no abrirla más, aunque nos sentásemos con ella para hacer los deberes se negaba, sin llantos de ningún tipo, únicamente nos decía que no le daba la gana y que era lo que había.

Perdí la cuenta del número de reuniones que tuve con los profesionales del centro, decidimos que nuestra hija comenzase a ir a un psicólogo para ver si así conseguíamos aportar un poco de luz a lo que le podía suceder. Tenía 14 años cuando tuvo su primera sesión y estuvo algo así como dos meses echándonos en cara esa decisión, como si la hubiésemos sentenciado a cadena perpetua.

Por lo demás su vida era de lo más normal. Sin ser una niña que solo quisiese fiesta o estar en la calle, en su tiempo libre la veíamos trastear en el ordenador mientras escuchaba música o se dedicaba a pintar dibujos que después colgaba en la habitación. Empecé a pensar en que quizás el arte pudiese conquistarla y así darle un motivo para centrarse, pero su respuesta siempre era un gruñido o un comentario sobre que dejase de intentar venderle otra moto.

El culmen de toda esta situación llegó este año, cuando en el primer trimestre solo se salvaron las asignaturas de informática y educación física. En el segundo trimestre también cayó la informática y en la evaluación final la historia se repitió. El resto de asignaturas fueron todas suspensas. Cuando vi aquellos boletines mi mundo se vino abajo por completo. Ella estaba tan tranquila, como si la historia no fuese con ella. Nada de lo que estábamos haciendo valía para ponerle las pilas, para enseñarle que la vida es mucho más e intentar que sintiese un mínimo de ilusión por algo.

Volvimos a intentar sentarnos con ella para que hablase, que nos comentase qué era lo que buscaba de la vida o qué podíamos hacer para ayudarla a salir adelante. Nuestra hija nos miró y solo nos dijo que quería que la dejásemos en paz. Era evidente que aunque lo habíamos intentado todo no había sido suficiente y que había que tomar otro camino. Regresamos una vez más al instituto buscando alternativas a lo que estaba pasando y algo me hizo entrar en la habitación de mi hija y hacerme con uno de sus cuadernos para mostrarlo en la reunión.

A nosotros se unió la nueva orientadora del centro, que comenzaría en el próximo curso y que se había interesado ya por el caso de nuestra hija. El director, jefe de estudios, tutores y orientadora nos acompañaron y tras una breve revisión de lo que ha sido todo este última año para nuestra hija procedí a enseñar el cuaderno de dibujo. La orientadora lo revisó en silencio y tras algunos minutos nos dijo que sin duda aquel era el camino. Se le daba bien, se veía empeño y horas en aquellos trabajos, y aunque ella ahora mismo no lo viese, su motivación podía estar en el arte. Ahora solo faltaba que la niña fuese consciente de ello.

Fue como ver una luz al final del túnel, lejana eso sí, pero allí estaba. Aquella profesional se fue a su despacho y tras un largo rato apareció de nuevo en la sala con diferentes dosieres de información sobre formación profesional básica en Artes Gráficas donde se podían ver las asignaturas, los objetivos y todos los trabajos que se podían desempeñar una vez terminado. Siempre nos habíamos centrado en que la niña terminase la ESO pero quizás aquella era la auténtica solución, la motivación.

Al llegar a casa dejé sobre su escritorio aquellos dossieres junto con su cuaderno, ella dormía y esperaba que para cuando se despertase pudiese echarle un vistazo con calma. Y lo hizo. Una hora después apareció en el salón con uno de los papeles en la mano preguntándome dónde se impartían aquellos cursos y si era verdad que ella podría estudiarlo sin terminar la ESO. Le dije que sí y que la orientadora podría darle más información si ella quería. Trajo el resto de folios al salón y se pasó el resto de la tarde leyendo y preguntándome de qué podía ir cada una de aquellas asignaturas.

‘Podré trabajar en arte ¿verdad?’

‘Si te esfuerzas, con el talento que tienes, seguro.’

Vi ilusión por primera vez en sus ojos. Ahora esperemos que este ciclo realmente cumpla sus expectativas. Por el momento el paso hacia adelante ya lo hemos dado.

 

Anónimo

 

Envía tus dramamás a [email protected]