Es duro decirlo pero así es, tengo un hijo de 10 años recién cumplidos que es un auténtico racista. Aquí es cuando muchas pensaréis que de ser así algo habré tenido yo que ver, y la verdad es que no pretendo lanzar balones fuera cuando afirmo que he procurado por todos los medios que esto no fuese así.

Mi marido y yo somos gente muy normal. Él trabaja como técnico en una empresa de telecomunicaciones y yo soy dependienta de una perfumería. Nos gusta hacer cosas de lo más común, como pasear juntos con nuestro hijo los días que tenemos libres o viajar en verano a esa zona a la que nuestra economía nos permite ir. Tenemos amigos de toda la vida, nos llevamos bien con la familia… Os puedo asegurar que no somos de esas personas que siempre están metidas en historias para no dormir. Con todo esto os intento explicar que el caso de mi hijo, que está creciendo en un ambiente que yo considero completamente sano, es todo un enigma.

Cuando tuvimos a Carlos tanto mi marido como yo estábamos seguros de qué tipo de educación deseábamos para él. Un ambiente de amor y cariño, comprensión, también algunas dosis de disciplina y mucha responsabilidad. A mis 35 todavía recuerdo algún tirón de orejas de mis padres, y aunque en esta casa el aprender a través del cachete está completamente descartado, si tenemos que imponer algún castigo, pues se impone.

Y lo cierto es que Carlos siempre respondió perfectamente a nuestras dinámicas de educación. Empezó en el colegio con 3 años y desde el principio los profesores destacaron de él que fuese un chico tan educado y responsable. En casa colaboraba en las tareas, él sabía que las suyas eran poner la mesa y hacer su cama por las mañanas, desde bien pequeño sabía ponerse la leche para el desayuno y jamás protestaba por ello. No es por presumir en absoluto, soy consciente de que somos muchas las familias que implicamos de esta manera a nuestros hijos en las labores del hogar y es perfecto.

Del mismo modo desde que Carlos era bien pequeño hemos procurado inculcarle esos valores tan importantes sobre la diversidad. Dos de nuestros amigos de toda la vida son gays y él se ha criado viendo con completa normalidad la homosexualidad. También le explicamos en su día lo que significaba ser trans ya que uno de nuestros sobrinos llevó a cabo su transición cuando Carlos apenas tenía 5 años. Siempre lo comprendió todo, quizás el vivirlo tan de cerca le ayudó a entender que es algo habitual y lo importante que es el respetar a todo el mundo.

El problema, nuestra auténtica preocupación, llegó cuando nuestro hijo tenía 9 años. A su colegio llegó un niño nuevo. Yo me enteré por él, que el primer día de colegio me contó que había un chico en su clase con un nombre rarísimo. Entré en la aplicación virtual del colegio y leí que, efectivamente, el niño tenía un nombre que parecía africano. Intentamos pronunciarlo y al final pensé que la mejor idea sería que al día siguiente mi hijo se acercase a su nuevo compañero para que él mismo le indicase cómo pronunciar su nombre, lo vi como una manera fantástica de que se acercaran y poder tener un contacto.

Recuerdo que Carlos no me respondió en aquel momento, hizo como si aquello no le interesase lo más mínimo y siguió comiendo. Al día siguiente mientras se ponía la mochila para ir al colegio le recordé que fuese a hablar con su nuevo compañero, y su respuesta me dejó de piedra…

  • ‘Es negro mamá, con él que hablen los negros.’

Mi marido y yo nos quedamos atónitos a pesar de las prisas que teníamos en aquel momento. Me giré hacia Carlos y le dije muy seria que aquello que acababa de decir estaba completamente fuera de lugar. Le pregunté de dónde había sacado aquella idea y él solo levantó los hombros sin saber qué responder. Fue mi marido el que le dijo con algo más de serenidad que el color de la piel no significa nada y que da igual ser blanco o negro, que todos tenemos la misma valía y que aquello que él acababa de decir era del todo racista.

A Carlos pareció importarle poco todo lo que su padre le estaba diciendo. Fuimos hasta el colegio escuchando a mi marido contarle que uno de sus mejores amigos del colegio era chino, y que hoy en día ese chico trabaja en una gran empresa como ingeniero. También le contó las dificultades que mucha gente tiene para llegar desde África hasta España, que no quería decir que su compañero lo hubiese vivido, pero que al igual que haría con cualquier otro niño nuevo, sería bueno que le preguntase si le gusta su nuevo colegio o si son nuevos en el barrio.

Os puedo asegurar que todas esas palabras fueron como papel mojado, porque desde aquel día el asunto de Carlos con su nuevo compañero fue de mal en peor. Creo que muchas veces incluso sin darse cuenta de las barbaridades que soltaba nos contaba unas historias del recreo que daban terror. Con comentarios como ‘como si en España hiciesen falta negros‘ o ‘vienen a robarnos el trabajo‘. ¿Cómo puede ser que un niño de 10 años sea capaz de afirmar algo así?

Tuvimos varias reuniones con los profesores, ninguno había notado nada extraño en Carlos a pesar de que nosotros les contábamos que para él era de lo más habitual decir cosas de ese tipo. Les pedí que sentasen a su compañero junto a él para ver si así se daba una respuesta más positiva, y lo único que conseguí fue que mi hijo comentase que ese amigo suyo, ‘ese negro‘, olía muy mal. Desde entonces y aunque nuestra implicación es total con este tema, las cosas han ido de mal en peor.

Carlos no quiere ni oir hablar de nadie con la piel de color diferente a la suya, lo hemos tenido que castigar por hacer un mal comentario sobre una chica con pañuelo y le he prohibido tajantemente entrar al chino de la esquina ya que siempre que lo hacía se mofaba de ellos en su cara. Todo esto se ha desatado con la llegada de su nuevo compañero, es como si ahora fuese consciente de que en el mundo existen personas con color de piel diferente y eso no le gustase. Da igual lo que le digamos, él tiene claro que a su alrededor no quiere a nadie que no sea blanco.

He pensado muchas veces en poder fijar una reunión con padres y madres de sus compañeros, porque no quiero culpar a nadie de todo esto, pero he llegado a pensar que todas estas ideas llegan de algún amigo con estas convicciones. Conozco a los padres de algunos de sus amigos y sé lo que piensan al respecto, pero no los abarco a todos. En el colegio dicen que todo funciona con normalidad y que en el caso de sentir un mínimo ápice de racismo pondrán en marcha lo que ellos consideren oportuno, pero se ve que mi hijo sabe apañárselas para guardar silencio durante las clases, lo que me asusta todavía más.

Esto está siendo muy difícil, Carlos se acerca rápidamente a la adolescencia y no son estos los valores que queremos para él. No es la idea en absoluto y ya no sabemos cómo dar un giro total a su forma de ver el mundo. No comprendo en qué hemos podido errar para llegar a esta situación.

Fotografía de portada

 

Anónimo