La idea del amor si se reduce a su mínima expresión, a su verdad más simple y concreta es un conjunto de reacciones químicas que se desencadenan en nuestros cuerpos ante estímulos externos como ese hoyuelito de la barbilla o esos ojos chinos al sonreír. Es el éxito que sucede al estado de enamoramiento que dura un instante al comienzo de una relación. Sin embargo, todos hemos venido aquí a jugar y no a creer que todo esto es solo fruto de combinaciones aleatorias. Hemos venido a creer que el amor es algo mucho más grande. Que el amor es un universo en expansión hasta el infinito.
A medida que se va engrandeciendo, van surgiendo galaxias sin parar, cada vez más. Cientos, miles, millones de galaxias que se van sucediendo a medida que se recorren lugares, se escucha música en los viajes, se prueban platos y se queda uno dormido en el sofá ante la película favorita del otro. Galaxias compuestas de risas, peleas, reconciliaciones, buen y mal sexo; más risas, palabras cómplices y bromas incomprensibles; palabras cariñosas ridículas y caricias delatoras. Destinos soñados, nombres de hijos (peludos y humanos) y fantasías terrenales y sexuales. Galaxias repletas de vida.
Para que el universo siga su curso de expansión, para que ese amor no pare de engrandecerse, parece imprescindible que exista el tiempo que acompañe a este espacio. Así nace el amor eterno. Según el universo se expande, requiere del tiempo para hacerlo. Por eso cuando hablamos de amor, a menudo, lo vinculamos al anhelo de que dure para siempre (sean 10 años o 100).
Una vez que conocemos esa emoción tan feroz de sentirte seguro y vulnerable a la vez, ese sentir tan intrínseco que te parece imposible haber sobrevivido sin él, ese impulso de las entrañas de absoluto placer, lo único que queremos es que no cese. Que se expanda, que lo abarque todo y que lo haga para siempre. Que sea el universo que habitemos y nunca dejemos de explorar.
No somos capaces de imaginar nada más bello por lo que palpitar que ese universo en expansión.
Sin embargo, paradójicamente, la eternidad que conlleva que el universo siga su curso de expansión es más verdadera en el primer instante de una relación. Cuando aún no hay ni un atisbo de una primera galaxia. En esa primera o segunda cita. En ese momento donde todo es posible. Es mucho más verdadera la promesa del para siempre entonces que cuando celebras tu décimo aniversario de casados ¿por qué? Porque la eternidad necesita incertidumbre para ser verdadera.
En una primera cita, todo es incertidumbre. No sabes si la colonia que lleva se la pone por primera vez esa noche o es la que usa desde los quince; si su corte de pelo es error del peluquero o la elección para el resto de sus días. No sabes si querrá salir a bailar cada viernes o solo esa noche como fruto del momento; si es de los que se abriga mucho en invierno o ha elegido un jersey excesivo. En definitiva, como el gato de la caja, el de Shrödinger, puede ser una cosa, la otra o, por ahora, las dos a la vez. Por lo que vuestro amor, hasta ese instante, puede ser para siempre. Podría ser cualquier universo y, como tal, tener todas las posibilidades de expansión posibles.
Y un día, después de que todo se suceda de maravilla, os pedís iros a vivir juntos, parís uno y cinco estupendos críos y tenéis dos gatos y un periquito. Habéis elegido color de las cortinas y largo del sofá; destino de las vacaciones e incluso banco donde domiciliar los recibos juntos. Os habéis comprometido en todo lo que se os ocurre y para siempre. Habéis escrito en piedra vuestra historia. Conocéis muy bien el universo y su ámbito de expansión, conocéis el código postal de las futuras galaxias y, por eso, la eternidad de repente se vuelve finita pues podéis adivinar el horizonte.
En un mundo en el que nos desvivimos por no demostrar excesivo afecto, interés; por llamar al amor de todas las formas posibles, creo que es fascinante darnos cuenta de que el amor adquiere su máxima expresión de infinito y eterno en las primeras miradas coquetas, en el primer refugio compasivo de cuello o en el primer encuentro de bocas. Todo lo que irá viniendo después será una labor de cuidados intensivos de esa primera explosión para que nunca deje de evolucionar ese universo que acaba de surgir. Para que ese amor siga siendo un universo en expansión.
Al mismo tiempo, si la seguridad y comodidad de habitar ese universo, esas galaxias, de conocer el horizonte, existen, esos cuidados serán el mayor acto de trascendencia de quién eres y quien queréis ser. Escribir en piedra las coordenadas exactas de tu universo y sus galaxias será un acto valiente, tierno y poderoso.