Llegó el 15 de septiembre.

Esa fecha marcada por nosotros a rojo en el calendario y a fuego en la piel, ese día que intentamos saltarnos desde principios de agosto, desde que fuimos conscientes de que septiembre se acercaba y no solo porque nos lo recordara alguna canción.

Lo nuestro es un amor del verano de esos que empiezan por casualidad pero terminan cuando uno de los dos cierra el maletero del coche y regresa a su casa, aunque nosotros seamos el hogar del otro.

Despedirse ocultando las lágrimas fue más fácil en este verano de mascarillas y gafas de sol mientras nos abrazábamos cruzando los dedos por si ese abrazo conseguía parar el tiempo. Pero no.

El tiempo siguió corriendo y nosotros hicimos lo que marcan las reglas, nos dijimos un «hasta aquí» seguido de un «volveremos a vernos».

Vivimos un amor de verano sin bailes en la verbena del pueblo, con menos abrazos de los que nos hubiéramos dado y sin largas tardes en la piscina rodeados de 50 amigos. No hubo botellones de los que escaparse de la mano y compartiendo vaso, no hubo tómbola donde me consiguieras el peluche más grande y feo como la mayor demostración de amor… No hubo muchas de esas cosas que conforman los amores de verano pero siempre recordaremos que fuimos el amor del otro en el verano más extraño de nuestras vidas. Esperemos.

¿Cambiamos el final? ¿Pasamos de ser un amor de verano a un amor que empezó en verano? Si esto tiene que tener un final, prefiero que lo marquemos nosotros a un día en el calendario.

¿Quién escribió esa norma de que los amores de verano se terminan en cuanto llega septiembre?

En realidad, si lo piensas, no estamos tan lejos, un par de horas nos separan de besarnos con sabor a cerveza y en los últimos meses, todos hemos aprendido a vivir más separados. Podemos volver a abrir esa aplicación para videollamadas que no soltábamos en el confinamiento y podemos venir al pueblo cada dos por tres gracias a esa autopista que acorta las horas aunque nos afee el paisaje.

Quizás enseñarte los sitios más bonitos de mi ciudad y pasear contigo por los rincones preferidos de la tuya sea un plan de esos de inmortalizar para siempre aunque llevemos mascarillas y no se vean nuestras sonrisas en las fotos. Y es que yo, que soy de las que nunca sabe ni qué cenar, lo que sí sé es que quiero compartir mi gel hidroalcóholico contigo y caminar de la mano aunque éstas estén resbaladizas.

Esperar juntos a que llegará septiembre ha estado bien pero ahora lo que quiero es empadronarme en ti, porque si nos confinan de nuevo en algún momento, casa eres tú.