Yo vivía con mis padres, él vivía con sus padres, así que los protagonistas de esta historia (un ex que tuve y yo misma), teníamos pocos lugares para el fornicio, de modo que nos fuimos un fin de semana de «visita cultural». Museos, monumentos e iglesias góticas. Sí, claro. Gótico mi coño que ardía como el infierno. 

El caso es que nos compramos una de esas cajitas románticas, de esas en las que puedes reservar hoteles o cenas especiales. En nuestro caso fue una casita rural, aparentemente muy mona, en la que había gallinas a las que podías dar de comer y todo.

Llegamos, la dueña nos enseña el lugar, todo bien, todo cuco. Nos ofrece cenar una sopa de ortigas que ha recogido ella de su huerto, y le decimos que no, que vamos servidos. Que yo lo que quería era rabo de toro, señora.

Total, que nos encerramos en la habitación y rompemos los muelles de la cama (casi). Ya satisfechos y bien sudados, nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo y bueno… sería el desgaste físico, la emoción del viaje o llamadle como queráis, que yo me puse fina filipina a comer, mezclando de todo: patatas fritas, bocadillo de jamón, turrones, gominolas…

Me fui a la cama un poco revuelta, pero pensé que en cuanto hubiera amanecido yo ya estaría como nueva. SPOILER: NO. Sí que amaneció sí, pero no igual de bien para todos, porque cuando el corral de la buena mujer estaba en pleno apogeo, a mí me dio un apretón que casi me cago viva. Por suerte llegué al baño, y más descansada, me dispongo a tirar de la cadena y que el agua se lleve todos los malos espíritus. Pero no. Ay, no. Que no va. Que la cadena no va. Que le doy y no funciona. Abro el grifo y no sale agua. Yo ya estaba ahí con un ataque de pánico terrible, porque quería que el chico conociera mis interiores, pero no lo que puedo sacar en un ataque de diarrea.

Aterrada llamo a la dueña desde el baño, diciéndole que no hay agua.

Su respuesta: «Ah, sí, ha helado esta noche, hay que esperar a que se descongelen las tuberías». La que se congeló fui yo. Dejé al chico durmiendo y me acurruqué a su lado en la cama, pero la caca me hostigaba desde el baño: «Sigo aquí, sigo aquí». Yo la oía, os lo juro. El caso es que yo estaba malita y tuve que ir unas cuantas veces más, y para cuando el mozo se levantó… le supliqué que hiciera pis en la bañera, se lo pedí por favor.

Creo que me vio tan desesperada que lo hizo, y yo mientras desde la cama rezando a Cristo, Buda y a los dioses nuevos y a los antiguos de que perdiera el sentido del olfato. No volvimos.

EGA