Esta historia comienza con el clásico ‘chica conoce chico’ y continúa con el algo menos trillado ‘cachas le tira la caña a una gorda’.

Pero ya os aviso que los tópicos se acaban ahí, porque la que os voy a contar es la historia de una gorda que osó desafiar al sistema y que, con su par de ovarios guardados bajo una capa de grasa nada desdeñable, tuvo el valor de rechazar al tipo más cachas que le había entrado jamás.

Antes de nada, un par de puntualizaciones:

 

  1. Nótese el sarcasmo en lo de ‘desafiar al sistema’ y ‘tuvo el valor’. Gracias.
  2. El tipo está muy bueno, de veras. Es un cañón del Colorado. Lo que pasa es que, como dicen en los realities de parejas, no es mi prototipo. Yo veo a chicos como él y pienso ‘mira qué tío, que parece un modelo de Hugo Boss’, pero ya. Ni a mí ni a mi pepita nos dice nada más. Para gustos los colores, ¿no?

 

Pues bien, continúo y os pongo en contexto.

Conocí al chico en cuestión tomando unas cañas en la terraza que hay frente al gimnasio al que acababa de entrar por primera vez en mi vida y en el que él trabaja de monitor de crossfit o bodypump o cualquier tortura de esas.

Ojo, no se me escapó este detalle cuando os dije que se acababan los tópicos, aclaro que entré al gimnasio porque fui a buscar a una amiga que había empezado a trabajar allí como recepcionista aquella semana.

Sí os reconozco que lo de que se trate de un cachas que trabaja en un gimnasio se me ha ido un poco. Pero es que es normal que los trabajadores de los gimnasios estén en forma.

Venga, que me voy por las ramas.

Estoy con mi amiga en la terraza, caña en mano:

Mira, este es Cañón (mantengamos el anonimato del chaval).

Hola, Cañón, yo soy Gordibuena Mequieromazo (el mío también).

¿Os importa si me uno?

Para nada.

¿Paráis mucho por aquí?

Bueno, antes no, pero ahora que Amiga curra en el gimnasio, pues sí.

Qué bien.

Ajá.

Os invito a otra ronda.   

Pues vale.

Blablá.

Jajaja.

Bueno, chicas, un placer. Os dejo que tengo una clase en dos minutos y si vuelvo a llegar tarde el jefe me echa.

Corre, corre.

Que sea leve.

¡Chao!

 

En cuanto ya no puede oírnos Amiga me suelta: dios, es más guapo de cara de lo que me había imaginado.

Es lo que tiene esto de las fucking mascarillas, el cerebro tiende a cubrir los huecos por su cuenta. Pero a Amiga, con mascarilla o sin ella, Cañón le hacía tilín.

Así que el momento terraza se repite un par de veces esa misma semana y tres a la siguiente. Y otras tres la siguiente porque su descanso coincidía con el de mi amigui y aquella terraza era de lo más conveniente para todos.

Yo estaba en un impass vital y me valía cualquier cosa. Vamos, que estaba en el paro, solo quería tomarme unas cañas de tranquis y allí ponen tapa.

Amiga empezó a hacerse unas ilusiones muy monas, pero yo la frenaba porque no estaba muy segura de que la atracción fuera mutua. No sé, lo veía tan depiladito y con la ropa deportiva tan bien combinada… estaba casi segura de que era gay.

Como poco, bastante convencida de que no tenía un interés romántico-sexual en Amiga. Llamadlo intuición femenina.

El día D Amiga libraba por la tarde, pero le dijo a Cañón si se animaba a venir a tomar algo con nosotras por nuestro barrio cuando terminara sus clases y él aceptó gustoso.

Se puso su ropa de entrar a matar y me pidió que fuera con ellos un rato para darle confianza.

Yo me debatí entre hacer lo que me pedía, porque la quiero, y darle plantón para que madure y afronte sus movidas. También porque la quiero y quiero lo mejor para ella.

En fin, que al final fui.

Y menos mal, porque Cañón se presentó allí con un amigo (de aquí en adelante le llamaremos Resultón) y con tanta incógnita en la ecuación yo ya no sabía si había sido casualidad, si aquello era una especie de cita doble, si solo cuatro personas con ganas de charla y cerveza o qué.

Pero tenía sed y, cuando me di cuenta, estábamos en el salón del piso de Amiga, felices los cuatro. Sí, me había puesto creativa y si a Amiga se le daba bien la noche, pensaba intentar darme un gusto con Resultón. El chaval además de estar más próximo a mi ‘prototipo’ era gracioso de cojones. Barba desaliñada, risas y cerveza. No hay nada que me ponga más.

El caso es que no habíamos terminado de tomarnos la primera ronda indoor cuando sonó el teléfono de Amiga. A su hermana le estaba dando un cólico de riñón y necesitaba que fuera a cuidar de su sobrino. Cosas que pasan, supongo.

Se puso muy nerviosa, quiso llamar a un taxi para llegar cuanto antes y, al final, se fue corriendo escaleras abajo cuando Resultón le propuso llevarla en su coche.

De pronto, sin comerlo ni beberlo (bueno, beber sí que había bebido), estaba sentada al lado de Cañón, en el sofá de Amiga, cachonda por anticipación y un poco piripi.

Y justo cuando iba a romper el silencio incómodo en el que nos quedamos tras la apresurada salida de Amiga y Resultón, Cañón se me tiró al morro.

Coño, qué puta mierda de intuición femenina la mía, recuerdo haber pensado.

Tardé unos segundos en retirarme, apartarme de él y levantarme de aquel sofá.

Dije algo así como que no podía y va él y me dice, todo sonriente y seductor: ‘tranquila, no tengas vergüenza. Podemos apagar la luz, si prefieres’.

Mira, casi poto.

Pero, como soy una señora, disimulé la arcada, sonreí y le expliqué que me gusta hacerlo a plena luz, aunque con él no me apetecía, y que mejor me iba a mi casa.

A partir de aquí la cosa se volvió muy bizarra, voy a intentar resumir porque ya me he extendido mucho.

Cañón se me adelantó y le dijo a Amiga que nos habíamos enrollado pero que yo me había escabullido antes de que pasáramos a mayores porque, según me contó ella, y me fío de su memoria: ‘entiendo que a las chicas como Gordibuena les impone mi físico y les da corte la desnudez y tal’.

Aaaal loro, chaval. ¿Cómo os quedáis?

Yo muy loca.

Y Amiga flipó en colorinchis cuando le conté la verdad verdadera del asunto. A esas alturas Cañón ya no solo no le atraía, sino que preferiría hacérselo con el palo de la fregona de los vestuarios que un trío con él y su ego.

Sin embargo, como había pensado que no me había acostado con él por respeto a ella y su capricho, le había dado mi número.

Cañón tenía mi teléfono, y estaba dispuesto a usarlo.

Me escribió varias veces para quedar. Le dejé en visto.

Me llamó, no le cogí.

Pensé que entendería que no iba de farol cuando le dije que no quería acostarme con él, con luz o sin ella. Pero no.

Me llamó desde el teléfono del gimnasio, y yo, pensando que sería Amiga, respondí.

Al principio fue amable y cortés, y hasta me soltó una plasta muy elaborada sobre que comprendía mis complejos, pero que a él el físico no le importaba, que le gustaba ver más allá y que yo ya tenía una edad para entender que no podía reprimir mis impulsos y sentimientos ni dejar de disfrutar la vida por unos kilos de más o unas estrías.

Jo-der. ¿De verdad ese tío estaba intentado llevarme a la cama llamándome gorda y vieja? ¡Qué buena estrategia, la hostia!

Como estaba medio en shock, fui capaz de rechazarle de nuevo, vía telefónica y con bastante cortesía. Que el pobre no tenía culpa de tener la inteligencia emocional de un tenedor.

Pero no le gustó.

Cambió totalmente el tono de voz y empezó a decirme que de qué iba, que si me creía que iba a tener muchas oportunidades de estar con tíos como él y que me fuese haciendo a la idea de seguir acostándome con los orcos de mordor con los que me debía de haber acostado hasta entonces. Que a ver si me creía Ashley Graham y que empezara a cuidarme un poquito, que estaba ya muy al límite y que, o me controlaba, o mejor fuera invirtiendo en un satisfyer.

Yo intenté aguantar el chaparrón, por educación y por pura curiosidad de ver hasta dónde iba a llegar.

Pero fue en vano, Cañón colgó cuando ya no pude más y empecé a reír a carcajadas.

Todavía me río de vez en cuando si lo veo pasar cuando estoy en la terraza con Amiga y nuestro par de cañas.

Él nos ignora a ambas y pierde cinco minutos de su descanso en ir al bar más próximo.

 

Lo peor de todo es que no he vuelto a ver a Resultón, y él sí que me molaba…

 

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