Hace casi un año tomé la decisión de cambiar mi vida y hoy peso 40 kilos menos que entonces.
A lo largo de estos meses me he dado cuenta de que había construido muchos muros a mi alrededor, muros tan consolidados que ni siquiera veía. Yo creía ser una gorda feliz, que iba a la playa sin problema, que compraba ropa y tenía una vida social aceptable. Así me veía, así me veían.
Pero en realidad, no sólo me había acomodado en mi sofá, también me había acomodado en mi invisibilidad. Estaba prendida en la inercia de pasar desapercibida con mi ropa de colores oscuros. Estaba cómoda pese a mi inquietud interior, sabiendo que yo no sería el centro de la fiesta. Perder tantos kilos ha tenido consecuencias inevitables en mi vida, más allá de haber añadido color a mi armario o encontrarme con más energía que nunca.
Una de las cosas a las que más me ha costado enfrentarme es a la caída de esos muros, porque perder kilos me ha obligado a hablar con la gente de mi, de mi cambio, de qué he hecho para estar más delgada. Todavía esquivo el tema, respondo con evasivas y sonrisas tímidas cuando exclaman «¡estás mucho más delgada!» como si yo no me hubiera dado cuenta. Confluyen la satisfacción de que me lo noten con el horror de tener que hablar del tema. Me he encontrado recurriendo siempre a las mismas respuestas, a explicar brevemente que estoy en ello, que me hacía mucha falta, que no hay más secreto que el ejercicio y controlar la comida. Y a no dar datos, jamás, por mucho que pregunten. A nadie le importa los kilos que he perdido, no quiero ser un titular breve. Quiero que si hablan de mi, que hablarán, digan que me he estado cuidando y en consecuencia, he adelgazado. Es una batalla imposible, todos queremos saber cifras para maravillarnos después.
He registrado muchas reacciones a mi cambio, alegrías genuinas y sorpresas. He escuchado muchos consejos, opiniones sobre mi antiguo físico que siguen haciéndome daño porque aquella persona también era yo. He recibido muchos piropos, muchos halagos a mi esfuerzo. Lo recuerdo casi todo, y me sorprende que sean estas pequeñas victorias las que queden registradas. No tengo en mi memoria ningún gesto extraño, ningún comentario doloroso de cuando empecé a ganar kilos y la gente apreció el camino a la inversa. A veces olvidamos detalles, supongo que para sobrevivir.
He asumido que nunca voy a ser una persona delgada, que posiblemente siempre van a sobrarme siempre unos kilos, pero también he entendido que es sólo un número. Que la guerra se gana cuando te acuestas cada noche con la conciencia tranquila, sabiendo que marque lo que marque la báscula al día siguiente, sigues aprendiendo.

Anónimo.

 

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