EL MUNDO ANTES DE INTERNET Y OTRAS HISTORIAS ATERRADORAS

 

Qué quieres que te diga, hija. En el año 2033, el colegio es una amalgama de cachivaches tecnológicos que jamás voy a comprender por mucho que intentes ponerme al día. Puede que aprender sea más divertido así, pero si me pides que te ayude con los deberes a la manera de tu profe, cortocircuito.

Yo si quieres, te explico cómo fue mi infancia millennial para que entiendas que mi paso por el colegio fue mucho más liviano y simple sin Internet ni móviles. Aunque también te digo que, gracias a la máquina del tiempo que se inventó hace dos años, tú misma puedes aventurarte a descubrirlo.

Pero, te advierto: puede que al volver, te cueste conciliar el sueño…

 

  1. La mochila pesaba casi más que tú

En el macuto tenías que meter todos los libros de las asignaturas del día, más cuadernos, más estuche -cuanto más grande y con más cositas, mejor-, más el bocata y algunas veces algún juguete chulo que quisieses enseñar a tus amigos. Por detrás, eras una mochila con patas intentando no ceder ante los encantos de la Gravedad. Pero como corrieses un poco, había muchas posibilidades de besar el suelo aplastada con esa losa de 15 kg encima.

  1. Entregabas los trabajos a mano.

No todos los niños contaban con un ordenador en casa, por lo menos hasta finales de los 90, así que muchos de los trabajos de Primaria (antes EGB) se entregaban a mano. Y de regalo, te salía una tendinitis y un callo en el dedo corazón. 

Aunque molaba mucho ver cómo cambiaba la caligrafía a lo largo del curso probando diferentes tipos de letra que encajasen con nuestra personalidad, mientras el profesor se cagaba en todo por no entender a la mitad de los alumnos.

 

  1. Buscabas la información en enciclopedias de 24 volúmenes

Que con suerte tenían los padres en casa porque había promoción en el Círculo de Lectores y pensaron en nuestro porvenir escolar. Para encontrar algo tenías que buscar la información en esos libros de cuero que había que cuidar como oro en paño para que durasen hasta que fuésemos a la Universidad (que luego llegó Internet y no hicieron más falta, pero en ese momento no lo sabíamos). 

Y empezabas buscando con el dedito para ayudarte a encontrar la palabra/acontecimiento histórico que necesitabas y al final terminabas entreteniéndote con algo que encontrabas por casualidad y bueno, se te hacía la tarde. Había vocablos tan en desuso que podían sonar a monstruo mitológico, como “limerencia” que en mi mente era una sirena de dos cabezas que escupía veneno y al leer su significado me llevé un gran chasco.

 

  1. La última revolución académica era el proyector de transparencias

Faltaba al menos una década para la pizarra digital más básica, y ni te cuento para las tablets. Las clases más amenas eran las que usaban el proyector. Era ver entrar al profesor empujando el aparato y empezar los gestos de asombro y emoción contenida. A ese nivel nos criamos. Porque no pasaba en todas las clases, y ponían imágenes chulas para acompañar las explicaciones. Luego otros profes se copiaron y usaban esas láminas de plástico para escribir los esquemas del tema que tocaba, jugando con nuestras expectativas e ilusiones. Qué vergüenza.

Y a la hora de exponer trabajos en clase, el que llevaba transparencias con imágenes conquistaba la nota más alta y nuestros corazones.

  1. Leías las noticias en el periódico impreso

Así de locos estábamos. Comprábamos el periódico el mismo viernes casi exclusivamente para ver durante el recreo la cartelera con las nuevas películas, los cines y los horarios y ya que estábamos, nos reíamos de los anuncios clasificados, porque podías encontrar de todo y cosas bastante turbias y rarunas que a nosotros como críos, nos hacía una gracia enorme. Las páginas, si venían mal cortadas, eran difíciles de pasar y te dejaban los dedos hechos una pena con la tinta. Pero tenía su encanto.

 

  1. Los números de teléfono salían de los listines telefónicos

Unos tochos de libros, uno blanco y otro amarillo, que te dejaban en la puerta de casa gratis. ¡GRATIS! Y que contenía la información más valiosa del mundo mundial. Todos los teléfonos imaginables, no sólo de empresas, sino de personas. Era muy útil para buscar a última hora tiendas cercanas donde sacar fotos profesionales, comprar material escolar, o comprarte el vestido de la Primera Comunión. Y también podías encontrar el teléfono de casa de tu crush escondido entre 200 personas que se apellidaban igual. Pero ahí estaba, en tus manos -risa nerviosa-. 

 

  1. Nuestra aspiración amorosa en el cole era coger de la mano o como mucho darnos un piquito

Éramos bastante inocentes en estas cuestiones y al hablar de novietes siempre sonaba una risita tonta por lo bajo. A veces te pedían salir con notitas de clase, otras se acercaba el amigo de turno o mandabas a la amiga de turno de avanzadilla a ver cómo estaba el ambiente. Para asegurarnos si había posibilidades reales de triunfar, había trucos infalibles (el mítico “Fulanita loves Menganito” con complicadísimos procedimientos matemáticos consistentes en tachar las letras de los extremos hacia adentro e ir sumando para saber el porcentaje de amor correspondido) que compartíamos en los ratos libres, buscando la aprobación amiguil antes de embarcarnos en la aventura.

 

  1. Usar las cintas de Música para grabar las canciones de la radio

Al final del curso, aprovechabas las cintas que te incluían los libros de asignatura de Música -y otras cintas antiguas que tuvieras por casa-, para cubrir las pestañitas con celo y volver a grabar encima. Indescriptible la paciencia de tragarte el programa entero de radio para poder grabar una o dos canciones top del momento. Adrenalina a tope para pulsar a tiempo cuando sonaban los primeros acordes, y odio infinito hacia el locutor que cortaba las canciones o hablaba mientras sonaban. Al terminarla, la cinta era una mezcla ecléctica llena de canciones del verano y grupos top de la época, con calidad cuestionable pero indudable satisfacción.

No tengo dudas de que todo lo que te expongo causa un tremendo asombro en ti, hija mía. Puede que veas a mi generación como héroes en tiempos oscuros. No te lo niego, pero también te digo que atesoramos estos recuerdos con una sonrisa de oreja a oreja.

De hecho, es probable que use yo la máquina del tiempo para volver de espectadora sin tocar nada. O bueno, igual tocando algo, porque es indignante que tengamos máquinas del tiempo, pero no monopatines voladores, como se nos prometió para el 2015. 

Pero sobre promesas del futuro truncadas ya te hablaré otro día, que suficiente choque cultural has tenido por hoy. ¿Te imaginas que un día se rompe Internet y vuelve aquella época? 

Dulces sueños.

 

Carla Jano