El día que me obligaron hacer un “Monica Lewinsky” y vomité.
Siempre he sentido pasión por los combinados rocambolescos con alcohol, aquellos que suelen ser puro espectáculo cuando te los sirven sobre la barra y es por eso que de vez en cuando, sobre todo en ocasiones especiales, suelo acudir a una serie de garitos de mi ciudad especializados en este tema. Tienen un montón de chupitos de lo más curioso y muchos de ellos vienen acompañados de chuches, espectáculo con fuego o “actividades”. Así mismo, hay que advertir que algunos te pueden hacer pasar vergüenza propia y ajena para años enteros… Pero en esta vida, de todo se aprende y al final he llegado a ser una persona muy curtida en los desperfectos del alcohol a base de tropiezos y victorias.
Hace años y durante mi cumpleaños, mis amigxs y yo pasamos por uno de esos garitos antes de irnos de discoteca. Hasta aquí todo normal, puesto que era algo que veníamos haciendo cada dos por tres los fines de semana. Como siempre, servidora dispuesta a descubrir nuevos mundos, me detuve un buen rato a leer y releer la enorme lista de variedades que tienen, ya que siendo mi cumpleaños quería aprovechar para probar unas cuantas cosas nuevas y recomendaciones varias. Después de probar un par de ellos, dos de mis amigxs me llamaron muy contentos para invitarme a tomar algo, como la reina cumpleañera que allí era. Eso sí, era una sorpresa y me tenían que vendar los ojos.
A mi ya no me hizo mucha gracia porque me las vi tragándome algún “petardo con chili” o algo parecido pero la cosa fue incluso mucho peor…. Me dejé vendar los ojos y noté que me acercaban a la boca algo que enseguida percibí como “un objeto fálico” recubierto con nata….
Como era de esperar, en ese momento luché por mi vida y para quitarme como fuese la venda y ver que cojones estaba pasando mientras mis amigxs insistían en impedirlo incluso a voces, con un “Noooo, no lo hagaaaas”. Finalmente me quité la venda y vi que delante tenía un buen dildo recubierto de nata y enchufado a una cerveza. Los muy cabrones me habían invitado a un “Monica Lewinsky”, uno de esos chupitos de los que siempre veía en la lista pero que, por muy curiosa que sea, sabía que en la vida me iba a pedir.
Para colmo de todo, tanto el camarero como los amigxs insistían en que si me quería tomar la cerveza “incluida” me tenía que acabar la nata. La verdad, se me quitaron las ganas pero estaban tan pesadetes que hice un breve intento que se complicó cuando una amiga me cogió de la cabeza para empujarla hacia el dildo y meterlo bien en mi boca.
Inevitablemente, y por razones que a estas alturas ya no hace falta ni explicarlas, me vino una buena arcada y acabé soltando algo la papa. Afortunadamente no fue ni mucho, ni muy escabroso, pero el mal momento y la vergüenza todavía duran. Eso sí, yo muy libre de pecado, la culpa fue de ellos. Como es normal, después de eso me largué rapidito de allí y tardé casi un año en no tener la vergüenza de volver a pisar ese garito. Como decía al principio, de todo se aprende y por mi parte me quedó muy claro nunca más aceptar una invitación sorpresa, aunque venga de mis mejores colegas.