El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

 

‘Ay, no, no… Por favor, que no esté pasando lo que creo que está pasando’.

Esa era yo a las seis y media de la tarde de un sofocante día estival en la capi. No me lo podía creer, no podía estar sucediendo. ¡¿En qué momento, dior mío, en qué momento?!

¿Qué coño estaba haciendo yo ahí parada al borde de una de las carreteras de la Casa de Campo?

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo comenzó como cualquier otro día normal.

Estábamos en Madrid, pasando unos días con la familia y haciendo planes divertidos para los primitos que apenas se veían una vez al año. El día anterior habíamos estado en la Warner y ese día teníamos entradas para ir con todos mis sobrinos al zoo.

A mí me había parecido un planazo. A otros 876568 madrileños, a 3456789 españoles de otras comunidades y a 34458608 turistas de otras nacionalidades también. Ni siquiera las altísimas temperaturas había logrado evitar aquella masificación.

Total, que nos ponemos ropa fresquita, nos hacemos con un montonazo ingente de botellines de agua para todos y allá que nos vamos al Zoo Aquarium de Madrid a pasar la jornada.

 

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

 

A pesar de que nos plantamos allí prácticamente a la hora de apertura, nos tocó aparcar donde Fernando VI perdió una vez la cantimplora. Menos mal que yo me había puesto mis sandalias nuevas, unos pantalones turcos de tejido ligero y una camiseta de algodón de manga sisa y con un buen pedazo de crochet en el escote. Se me veía mucho más canalillo del que desearía, pero solo era evidente de cerca y, mira, hacía un calor de cojones. Mis lolas necesitaban sentir el frescor del aire acondicionado de los interiores todo lo que fuera posible.

Al final del día y después de haber pasado horas corriendo detrás de los enanos para que no se nos quedase ni uno solo de los animalillos por ver, me alegraba de la elección de la ropa. Aunque me arrepentía un poco de la del calzado.

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

Cuando nos despedimos de los demás para ir a buscar nuestro coche, terminé de cagarme en el momento en que había decidido ponerme aquellas sandalias que me habían hecho en cada pie una ampolla de esas que no hay Compeed en el mundo para taparla.

Como a mitad de camino entre las puertas del zoo y el lugar en el que habíamos estacionado, mi chico me dijo que le esperase y que ya venía él a buscarme con el coche.

Entonces yo, con toda la tranquilidad, me quedé parada al borde de la carretera, crucé la correa del bolso por el medio de las tetas, marcando bien el pechamen, lo eché hacia atrás y me puse a mirar el móvil.

 

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

 

A mi alrededor había familias regresando a sus vehículos, gente haciendo deporte, coches circulando. Y yo allí, de pie, alternando el peso entre una pierna y la otra, mirando el móvil y comprobando de vez en cuando si alguno de esos coches que doblaba la curva era el de mi churri.

De pronto veo por el rabillo del ojo que un Ford Mondeo granate se acerca a poca velocidad. No sé por qué, de repente mi cerebro analiza mi entorno y me previene de los posibles equívocos en cuanto a mi presencia allí.

‘Ay, no, no… Por favor, que no esté pasando lo que creo que está pasando’.

El corazón se me para un milisegundo, pero yo no quito la vista de la pantalla de teléfono. Me quedo rígida, murmurando para mis adentros ‘que no se pare, que no se pare…’

 

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

El coche se para. Oigo cómo se baja la ventanilla.

‘Por favor, que sea una familia preguntando dónde está el parque de atracciones. Que sea una familia preguntando…’

Me giro lentamente, miro a través del hueco de la ventanilla y me encuentro con un chico que me mira desde su posición, con una mano todavía en el volante y la otra apoyada en el asiento del copiloto.

Veo que va a hablar y yo abro mucho los ojos, levanto la mano y empiezo a mover en el aire el dedito índice en ese gesto universal de negación. Un gesto que no solo decía ‘NO, no soy lo que piensas’, sino también: ‘Buah, tío ¿en serio? Venga, no me jodas, ¿por qué a mí? Yo solo quiero quitarme las sandalias y pirarme de aquí’.

Igual no en ese orden, en vista del éxito.

El día que me tomaron por una prostituta en la Casa de Campo

El chaval se dio cuenta de lo que estaba pasando, dio un respingo, dijo algo así como ‘oh, perdona’ y arrancó de nuevo.

Yo metí el móvil en el bolso, me subí el escote todo lo que pude y, con ampollas y todo, me puse a caminar a paso vivo. A mí en esos instantes ya no me dolía nada.

Me crucé por fin con mi chico y nuestro coche, me metí dentro y me entró tal descojone que tardé kilómetros en poder contarle qué es lo que me había hecho tanta gracia y por qué no le había esperado donde me había dejado.

De verdad que hay cosas que solo me pasan a mí.

En la actualidad, muchos años después de aquel incidente, todavía no sé cómo sentirme. Pero, vamos, reír me río a carcajadas cada vez que me acuerdo.

 

Anónimo