Mi madre es invasiva, además de una bella persona. Le gustan muy poco los límites que le ponen miembros de mi familia y recurre con frecuencia al chantajillo emocional, pese a ser cariñosa y preocuparse por los suyos. Tiene sus luces y sombras, así que mi relación con ella es peculiar: del amor al hartazgo; de vivir con ella por temporadas a buscar refugio a cientos y cientos de kilómetros.
Uno de sus grandes pasatiempos es trazar en su cabeza planes que quiere hacer o situaciones que desea vivir con todo detalle. El problema es que en ninguno está ella disfrutando sola, sino que aparecen mi padre, mi hermano, otros familiares y amigos o yo misma. Cuando se le dice que eso no puede ser, por lo que sea, le sienta mal y se enfada. Es exasperante.
Ella no tiene problemas en poner a nadie en compromisos cuando hay algo que quiere conseguir. Lo último fue cuando se enteró de que una de mis mejores amigas, con la que tiene confianza porque es también la hija de su mejor amiga, había organizado una ruta por el norte con otras tres acompañantes de mi círculo, luego ella las conoce y trata con cierta frecuencia. Lo habían preparado como se preparan los viajes de amigas: su dosis de naturaleza y turismo cultural con acercamiento a la gastronomía típica y noches de fiesta. Una oportunidad de desconectar, desahogarse (una de ellas estaba en plena ruptura), apoyarse entre ellas y estrechar lazos.
Cuando mi madre se enteró, como digo, me preguntó por la fecha de partida.
—¿Cuándo se van tus amigas al norte?
—A mediados de agosto.
—Ah, bueno, pues a ver cómo lo hago.
—¿Cómo haces qué?
—Cómo hago para irme con ellas.
¡Pero señora!
Le dije a mi madre que ni se le ocurriera poner a nadie en ese compromiso, que ellas habían organizado un viaje de amigas para estar las cuatro y que ella allí no pintaba nada. Obviamente, se enfadó. ¿Cómo no iban a querer irse con ella? En su cabeza, ella es una señora locuaz y divertida con la que todo el mundo quiere estar, y no una intensa que, como todo el mundo, cae bien a muchas personas y mal a otras.
Avisé a mi amiga de las intenciones de mi señora madre para que fuera preparando alguna excusa o alguna negativa asertiva, aunque yo ya había tratado de disuadirla por activa y por pasiva. Si yo hubiera sido una de las viajeras, su idea tendría un pase, pero, en aquel contexto, no tenía pies ni cabeza.
Pasaron las semanas y yo creía que la cosa quedaría ahí y que aquello no era más que la enésima provocación de mi madre, que a veces le gusta ponernos a prueba con sus ideas locas solo para ver nuestra reacción. Mi padre es el que más sufre este pasatiempo suyo. Pero, días antes de salir de viaje, mi amiga me dijo que mi madre iría a ver a la suya a su casa para merendar juntas, y que le había preguntado si ella estaría para hablar sobre el viaje. La pobre mía estaba asustada y todo: “Verás, ¿a qué me pregunta, directamente, que a ella a qué hora la recogemos?”.
Especialista en poner en bretes
Mi madre estuvo en casa de mi amiga para merendar con su madre, pero, afortunadamente, se limitó a preguntar detalles del viaje solo por curiosidad. Respiré tranquila.
Mis miedos no eran infundados, de todas formas. Recuerdo un día en que llamó a una de mis primas que, por entonces, estaba conociendo a un hombre con el que se había visto cuatro veces. No sé cómo se enteró mi madre de que la incipiente pareja iba a echar el día en una playa, pero se enteró. Ni corta ni perezosa, llamó a mi prima para hacerle la siguiente propuesta:
“He pensado que tu madre y yo podemos ir con vosotros. Pero tú no te preocupes, que nosotras no vamos a estar con ustedes dos, es solo para el camino [una hora y media de viaje]. Una vez que lleguemos, nosotras nos vamos a otro sitio y os dejamos a vuestro aire”.
Mi prima le dijo lo obvio, con todas las buenas formas que pudo: que a aquel hombre ella lo había visto cuatro veces contadas y no le parecía apropiado meterle a su madre y a su tía en una excursión que habían organizado ellos dos. Ni siquiera tenía aún confianza con él, y, de hecho, la relación no prosperó y al par de meses se dejaron de ver.
Mi madre, en su línea, no se tomó bien aquella negativa. Me lo contó a toro pasado, sin que yo hubiera sabido nada ni de su intención, ni de la propuesta ni de la respuesta de mi prima. Ella trató de contarme su versión de un modo lo más favorable posible a sí misma, pero no coló. Le dije que su propuesta no tenía pies ni cabeza y ella, lejos de recular, se indignó en serio:
—¿Qué más le daba a ella llevarnos? Nosotras no la íbamos a molestar. ¡Dios! Cómo sois los hijos de desagradecidos. ¡Ni un detalle tenéis, con todo lo que hemos hecho por vosotros! Y encima tu prima, que sabe que tu tía está pasando un mal momento…
Y allí siguió un rato despotricando y yo poniendo música en mi mente para no tener que escucharla.
Mi madre es arrolladora y no siempre en el buen sentido. Es un huracán y no pierde energía con el tiempo, sino que cada vez tiene más ganas de marcha y está más dispuesta a hacer propuestas extravagantes. Está resultando más y más difícil de llevar, y a mí se me están terminando las herramientas para sobrellevar la situación. Así que soy de esas que cuando oye lo de “Madre no hay más que una” piensa automáticamente “¡Y menos mal!”.