Mis padres ya no están, ¿y ahora qué?

 

Mi relación con la salud mental empezó a raíz de pensamientos recurrentes sobre la muerte de mis padres. Desde que tengo uso de razón, tenía pesadillas sobre este tema, llegando por las noches, y durante el día llegaba incluso a sufrir ataques de ansiedad por el sentimiento que me despertaba pensar en su ausencia.

Han sido muchos años y muchas horas (y muchísimo dinero) de trabajo con mi psicóloga y por eso ahora me siento fuerte para escribir estas líneas. Ahora que mis padres ya no están, puedo permitirme el lujo de escribir sin romperme mucho por dentro. Incluso me sale esbozar una sonrisa mientras me resbala una lágrima por la mejilla.

Mis pensamientos giraban en torno a todo lo que hacía con mis padres, y ya no podría seguir haciendo cuando ellos faltaran. Pensaba que cada Whatsapp que les escribiera podía ser el último, sentía que tenía que llamarles frecuentemente o en su defecto me sentía mal si no lo hacía por “desperdiciar el tiempo”, me obligaba a verlos al menos una vez a la semana para ir a tomar algo o comer por ahí, y cada vez que les veía les abrazaba muy fuerte, por si era el último abrazo, y cerraba los ojos y disfrutaba del momento. Me daba pánico olvidarme de sus caras, de sus voces y de su risa. Benditos miedos.

La noche que me llamaron para decirme que habían tenido un accidente la recuerdo bastante borrosa. Igual que todo lo que vino después. El hospital, la confirmación de la identidad de los cuerpos, hablar con el tanatorio, avisar a la gente… Y el tanatorio. Tengo sentimientos encontrados con el tanatorio. Nos pasamos todo el velatorio recordando entre risas todos los buenos momentos que mis padres nos habían regalado, y eso era un trago amargo. Me reía por quiénes eran pero lloraban porque habían dejado de ser.

Pero la sociedad en la que vivimos impide que curemos correctamente la herida. Los jefazos que no pisan la oficina pretenden que tengamos solamente 3 días de luto y todos los papeleos que un fallecimiento implica solo contribuyen a que la cicatriz se quede ahí para siempre.

La vida sin ellos no se resume solamente a su ausencia. La vida sin ellos implica encontrarse una casa vacía, pelearte con tus hermanos por la herencia que ellos no quisieron arreglar en vida, saber qué ocurre con sus bienes personales y con toda esa ropa que tantas veces les has visto ponerse para ir a pasar el día por ahí, ver cómo todo el mundo de repente parece adorarles y lloran su ausencia aunque podían pasarse meses sin llamar… Implica no encontrar su mirada cuando los buscas en la mesa de Navidad, no tener a quién llamar para preguntarles qué tal el fin de semana en el pueblo…

Sin duda alguna, la terapia me ha ayudado a llevar esta situación tan horrorosa con menos drama del que yo creía.  Escribiendo, meditando, manteniendo la mente y el cuerpo ocupados. Pero duele. Duele muchísimo. ¿Qué os ha ayudado a vosotras en entre proceso? A veces siento que no hago lo suficiente para mantenerme ocupada.

 

Sheila