El día que tuve que explicarle a mi hija que su hermano había muerto

 

Los padres no deberían sobrevivir a sus hijos. Es antinatural, es devastador. Es lo peor que te puede ocurrir en la vida.

Ojalá solo pudiera imaginar el horror y el dolor que supone perder a un hijo, pero, para mi gran desgracia, sé exactamente lo que es. No hay madre ni padre en este mundo que esté preparado para ver a su criatura sucumbir a la enfermedad. Mucho menos a una de esas cuyo nombre conocemos todos y que suena terrorífica. Pasas por todas las fases, intentas ser optimista y, entonces, sucede. Te dan la peor noticia que jamás vas a escuchar. No hay posibilidades, ya no se puede hacer nada más.

El día que tuve que explicarle a mi hija que su hermano había muerto
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¿Cómo te despides de tu hijo? ¿Cómo asumes que su camino se termina cuando prácticamente acaba de empezar? ¿De dónde sacas la fuerza para levantarte cada mañana y hacer lo que se suponga que tienes que seguir haciendo mientras tu pequeño sufre y se va apagando? ¿Cómo le miras a la cara con una sonrisa, cuando una parte de ti se está muriendo con él? ¿Qué le dices? ¿Cómo le explicas lo que pasa? Pues lo haces, terminas encontrando la manera.

No sabes ni cómo, pero lo consigues. Es posible que, mucho tiempo después, no recuerdes ni la mitad. Tu cerebro prioriza, mete en una caja todo lo que no te deja ni respirar y deja al alcance de la mano solo lo bueno, para que acudas a ello en cuanto lo necesites. Que será muy a menudo.

 

Perder a mi hijo me sumió en un dolor como el que no había experimentado nunca. Pero no podía regodearme en él, tenía otra hija que me necesitaba. De modo que, cuarenta y ocho horas después del peor día de toda mi existencia, me tocó enfrentarme al único que podía rivalizar con él: El día que tuve que explicarle a mi hija que su hermano había muerto.

Ella tenía cuatro años por aquel entonces. Adoraba a su hermano con esa adoración típica que el segundo hijo siente por el mayor. Antes de la enfermedad lo seguía a todas partes, lo imitaba en todo. Después de la enfermedad, solo quería estar con él. Acompañarle al médico, acostarse en su cama para ver la tele con él cuando estaba muy cansado. Nos costaba llevárnosla del hospital cuando ingresaba, no entendía por qué no podía quedarse con él.

El día que tuve que explicarle a mi hija que su hermano había muerto
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Tampoco entendía qué quería decir con que ya no lo podíamos volver a ver. No entendía a dónde se había ido ni por qué no se había despedido de ella. Tuve que recordarle que sí lo había hecho. Un montón de veces, en realidad. Pues él lo había asumido mucho mejor y mucho antes que todos los demás. Solo que ella no le había creído. No se lo tomaba en serio cuando le decía que pronto se iría a otro sitio a donde ella no lo podía seguir. La había avisado de que no podría volver, pero que él si nos podría seguir viendo a nosotros.

Así que no me quedó más remedio que repetir los argumentos de mi niño. Tratar incluso de creérmelos.

 

Decirle que su hermano la cuida, la protege y vela por ella. Y que, algún día, cuando sea muy viejita y haya vivido una vida larga y feliz, podrán volver a acurrucarse juntos a comer chuches mientras ven sus películas favoritas.

Mi hija tiene ahora la edad que tenía él cuando enfermó. Sigue hablando de su hermano con más frecuencia de la que podíamos soportar al principio, pero hemos llegado a un punto en el que somos capaces de sonreír y recordarlo sin que el dolor nos atraviese el pecho cada vez.

 

Manuela

 

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